Humillante para Pinochet

Por Darío VALCÁRCEL (publicado en el diario ABC de España 12-07-2001)

Había ruido de sables si se sentaba en el banquillo a Pinochet. Ruido, o sea, confusión, y sables, a los que ya entonces Proust llamó instruments demodés. Se hubiera mantenido probablemente el respeto a la constitución: el general Izurieta, jefe del ejército, sabe que 2001 no es lo mismo que 1970. No podían excluirse en cambio movimientos en el cuerpo de Carabineros. Al final el poder judicial ha buscado un compromiso. Pinochet no será procesado gracias —duro trago para él, indigno— a la cobertura de la demencia senil. ¿Era un demente el general cuando ordenaba torturar a millares de chilenos y matar a más de 3.000, ajenos casi todos al terrorismo? Se ha calificado de loco a Hitler, el más cuerdo de los monstruos europeos, mientras nadie ha atribuido demencia alguna a Stalin. No hay que confundir locura y maldad. No abusemos del lenguaje, imperfecta pieza de civilización. Respetemos a los locos.

El ex capitán de fragata Alfredo Astiz acaba de ser detenido en Buenos Aires, a instancias de Italia, Suecia y España. Entre 1976 y 1981, el Ángel de la Muerte era de puertas afuera un hombre cortés: era, sí, de convicciones firmes, muy firmes. Pero una vez a solas con el interrogado, llegaba a experimentar según los médicos un placer intensísimo al aplicar a sus víctimas, hombres o mujeres, cargas eléctricas en los genitales. La obtención de datos llegó a ser secundaria, lo que contaba era el castigo.

Desde que Slobodan Milósevic se hizo con el poder en 1991, hubo en la antigua Yugoslavia más de 200.000 muertos, la mayoría no en acción de guerra sino en miserables matanzas. Sin Milósevic —un buen ejemplo de internacionalización del orden penal— las guerras de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Kosovo se hubieran quizá evitado. Hasta hoy, Milósevic es él. En Ruanda, medio millón de tutsis fueron pasados a cuchillo por los hutus, ante la pasividad de EE.UU. y Francia. Pero ya ha empezado a actuar otro tribunal, creado por la ONU en 1994. En el caso de Perú, tan relevante para los intereses españoles, fue un error el apoyo oficial a Fujimori, tardíamente corregido tras la penúltima y manipulada elección.

Pues bien, aun así la internacionalización del derecho penal se abre paso. Nuestro joven maestro de 1957, Manuel Jiménez de Parga, nos explicaba entonces el avance que supondría la primacía de una instancia penal supranacional, respaldada por los Estados. Hoy, 44 años después, vuelve sobre la materia: en 1949 logró imponerse el principio de universalidad en las convenciones de Ginebra. Los dos tribunales, el de crímenes de guerra en Yugoslavia y el del genocidio en Ruanda, piden la inhibición de las jurisdicciones nacionales en su favor.

El general Paul Aussaresses, 82 años, ha escrito un libro escalofriante, Servicios Especiales–Argelia 1955–1957 (Perrin: París, 2001). Explica cómo él y sus agentes dieron muerte —las llama ejecuciones sumarias— a centenares de rebeldes argelinos, mientras unidades del ejército torturaban habitualmente. El poder judicial, escribe, no podía hacer frente al terrorismo de aquellos años. Al contrario que Astiz, Montesinos o Pinochet, Aussaresses hacía su trabajo con repugnancia, pero lo hacía. Y sin embargo, a los rebeldes argelinos se les hubiera podido encerrar durante diez años en la Polinesia, sin ser torturados ni asesinados. Francia, escandalizada en parte, pide el procesamiento de Aussaresses. Algunas gentes honorables hacen como si nada hubieran visto. El presidente de la República ha retirado al general la Legión de Honor, única posibilidad inmediata, magro consuelo. La vida es un fenómeno extraño. Millares de estrellas deshabitadas brillan a nuestro alrededor mientras nosotros vivimos misteriosamente. Existen hombres de admirable calidad y monstruos como Pinochet, escudados en el amor a la patria. Hay distancias siderales entre seres aparentemente pertenecientes a la misma especie. Pero hay un cierto progreso: hasta con declaraciones de demencia se avanza hacia la cordura internacional.