Palabras de José Luis Rodríguez Zapatero al inaugurar la conferencia política del PSOE.

Círculo de Bellas Artes, 2 de julio de 2001

Buenas tardes,

La izquierda gana primero la batalla de las ideas y luego la del poder. Y, en consecuencia, la derrota en el terreno de las ideas suele anunciar la derrota en el terreno del poder.

Los años ochenta y primeros noventa fueron años difíciles para la izquierda en todo el mundo, el empuje del pensamiento neoliberal acompañó a la derecha en su presencia en los gobiernos de casi todos los países occidentales. Hubo honrosas excepciones, es verdad, una de las cuales fueron los gobiernos socialistas españoles.

A nosotros, los socialistas españoles, nos sorprende que se nos ponga como modelo la Tercera Vía del laborismo británico, porque en buena medida eso fue lo que se hizo aquí durante los gobiernos socialistas. Quizá sin una suficiente teorización, pero con una práctica bien evidente.

Ahora vivimos una eclosión del pensamiento de izquierdas a nivel mundial, que coincide, ¿cómo no?, con el auge de los gobiernos socialistas en toda Europa menos en España e Italia. Las aportaciones se suceden con una riqueza como hacía tiempo que no recordábamos. El marxismo analítico del Grupo de Septiembre, en el que podemos encontrar personajes como Philippe Van Parijs, que es el padre moderno de la idea del salario cívico o subsidio universal, tan cara a Jordi Sevilla y a los que pusimos en marcha aquello que llamamos Nueva Vía. El liberalismo igualitario de Rawls, el comunitarismo de Walzer o el republicanismo de nuestro querido Pettit y otros muchos.

Todos esos ricos afluentes teóricos, y algunos más, confluyen en el creciente caudal del pensamiento socialista. Así que actualizar y redefinir la ideología del partido es casi una provocación. Es verdad que avanzamos, que profundizamos en nuevas fuentes de pensamiento que brotan en la izquierda contemporánea. Pero yo creo que no queremos definir ninguna ideología, al menos como un sistema cerrado de pensamiento, como una doctrina. La izquierda se pasó en su doctrinarismo, creó ortodoxias que naturalmente llevaban aparejadas sus inquisiciones.

Así pues, yo diría que nadie tiene los planos del paraíso y, por supuesto, el documento que se presenta a debate no es, ni quiere ser, una nueva ortodoxia, sino el inicio de un cambio. Un cambio en la política, en las ideas y en los valores.

Las fronteras entre las diferentes corrientes teóricas progresistas son muy difusas, y esas fronteras difusas permiten un alto grado de contrabando de ideas y conceptos, que hace que todo el mundo ande perfilando y redefiniendo sus planteamientos. Nunca como ahora el pensamiento de izquierdas ha sido, si me permiten la expresión, tan mestizo.

En todo caso, si hay algo bueno en todos esos progresos teóricos, es su desconfianza respecto a las ortodoxias y a las doctrinas cerradas. Las guerras de religión en el seno de la izquierda no tendrán lugar, entre otras cosas, porque la izquierda se ha hecho laica.

Algunos supuestos expertos, ciegos a los cambios teóricos y sociales buscan, y no encuentran, en la izquierda actual lo que ya sólo existe en los libros de historia. Creen que hay cosas más a la izquierda del PSOE, pero en realidad sólo hay cosas más antiguas.

Esos expertos tratan de explicar las cosas nuevas con sus viejos conceptos, y las tergiversan. ¿Un giro al centro?, pero ¿dónde está el centro? ¿En la tibieza frente a la injusticia, en la aceptación de la dominación? Eso es lo que mucha gente suele entender por giro al centro y, justo es hacia donde no queremos girarnos.

En nuestro caso, un giro al centro, siempre sería un giro a la derecha, es una trampa semántica. Somos socialistas, y no queremos estar más al centro o más a la izquierda, sino que se trata de estar más adelante, en la primera fila de las respuestas a los problemas de la sociedad, en la primera fila de la lucha por dignidad de las personas, por la justicia y por la libertad, en dar a cada ciudadano el mayor volumen de instrumentos para que sea dueño de su propio destino y comparta el de los demás.

No vivimos, por tanto, un tiempo de fin de las ideologías. Ese es un viejo sueño de la derecha, que siempre creyó que había una solución verdadera, una solución natural o sobrenatural, al igual que le ocurrió a cierta izquierda, que pensó que había una solución científica. Aquí es útil la idea de Hannah Arendt, si hubiera una verdad no seríamos libres. No somos hormigas, no hay una "verdadera" organización social, ninguna conquista es permanente, la barbarie siempre forma parte del horizonte de la Humanidad, y por eso la libertad, la democracia, el progreso deben conquistarse y profundizarse cada día. Los que no ven diferencias ideológicas deberían preguntarse si es un problema de la realidad o si se trata de un problema subjetivo, si no padecen un cierto daltonismo conceptual. En todo caso es la derecha la que trata de travestirse en centro reformista, en tercera vía, en su interminable caminar hacia un centro que es un objetivo móvil, porque se desplaza continuamente a la izquierda.

En el diálogo inevitable entre la derecha y la izquierda todos cambiamos, de eso se trata, pero, en general, los cambios que nacen del diálogo suelen ser mejores que los que nacen de la imposición de la propia utopía, de la propia doctrina. Nunca hemos estado tan armados conceptualmente, tan llenos de argumentos como ahora.

El socialismo fue durante mucho tiempo una doctrina que se concebía como una alternativa económica, y en ese pensamiento se olvidó de la política. La gran apuesta del Documento Político es, si me permiten la redundancia, la vuelta a la política, los ciudadanos afirmándose en su autonomía frente al despotismo público o privado; los ciudadanos se hacen construyendo la ciudad: participando. Queremos un diseño institucional que anime y favorezca la participación de los ciudadanos y por eso ( y para eso) hemos empezado por nuestro propio Partido. Hemos querido devolver el Partido al Partido, a sus militantes. La solución está en la democracia interna, en las garantías, en el funcionamiento fluido y respetuoso de las ideas y de las aspiraciones de todos. Y desde ahí hemos querido devolver la política a la gente, la esperanza y el derecho a ser escuchados a aquellos que han sido olvidados, que no tienen voz. Las instituciones son importantes a la hora de configurar los comportamientos cívicos, unos diseños institucionales premian la participación, otros la penalizan, unos favorecen los comportamientos responsables, otros los demagógicos. El socialismo cívico que proponemos es una llamada a los ciudadanos y ciudadanas a tomar las riendas de los destinos colectivos. Nunca como ahora decisiones que pueden afectar al destino de todos han sido tomadas por tan pocos. En los consejos de administración de poderosísimas empresas globalizadas, sin otro objetivo que el lucro, se toman decisiones tecnológicas y económicas sin ningún control democrático. No se trataba de desarmar al Estado para armar a los intereses privados, como parece haber entendido la derecha, visto como actúa, sino de fortalecer a los ciudadanos frente a cualquier dominación. Quizá uno de los autores que mejor haya formulado estas ideas ha sido Bernard Crick cuando advierte contra aquellos que desconfían de la política! pero no renuncian al poder, aquellos que quieren mandar sin política.

Mi generación se acercó al PSOE con un eslogan: Socialismo es libertad. El ideal republicano de libertad como no dominación puede ser un magnífico engarce entre lo mejor de la tradición de la filosofía política y el pensamiento socialista. La igualdad no es más de izquierdas que la libertad, si es eso lo que quieren decirnos algunas personas de la izquierda. La igualdad para la izquierda es diversidad no dominada, y eso es libertad. La derecha siempre ha pensado que tras la idea de igualdad la izquierda defendía homogeneidad, y no hay tal. Ese concepto de igualdad como uniformidad es una perversión del pensamiento de la derecha asumida por alguna izquierda sin norte.

No explotación, no dominación, son dos expresiones en negativo, como le gustarían a un buen liberal, que expresaramos nuestra posición. Esa es la frontera de la izquierda, una frontera que se ha ido desplazando a lo largo de la Historia y cerca de cuyos límites deberá acampar la derecha si quiere gobernar democráticamente. No hay, por tanto, un giro al centro, sino un nuevo desplazamiento del centro a la izquierda. Una nueva hegemonía intelectual de la izquierda.

Así que aprovechemos este momento histórico en que los hombres y mujeres de izquierda vuelven a lanzar importantes desafíos intelectuales para hacer crecer las fronteras de la civilización frente a la barbarie.