La receta del optimismo

por Tomás Moulian y publicado en El Mostrador (08-06-2001)

Se ha detectado la aparición de una serie de dedos parados que circulan adornando la parte externa de los autobuses o que aparecen en estratégicos letreros callejeros. Desde la llegada de Dios a nuestras esquinas para dirigirnos mensajes edificantes no se había conocido un fenómeno publicitario más excéntrico.

Los afiches con el dedo parado y su invitación al optimismo parece que provienen de un filántropo, igual que las palabras que se adjudican a Dios en esos lúgubres letreros de fondo negro. En Chile, esa especie de altruistas se dedica con inusitada frecuencia a la propaganda callejera.

La campaña del dedo parado, que en nuestra jerga significa tira p´arriba y la singular frase que la acompaña (“tú ves lo que quieres ver”), provienen de un diagnostico sobre la situación chilena: El país estaría enfermo de melancolía, de pesimismo, es urgente proporcionarle antidepresivos, y estos carteles representan el comienzo del tratamiento.

¡No sé dónde vamos a llegar con semejante medicina! Como si bastara que un cesante cambiara de estado de animo para que sus problemas se resolvieran.

¿Cuándo van a aceptar que los problemas de nuestra sociedad tienen carácter estructural? En estos días, altos funcionarios y sesudos editorialistas han llamado severamente la atención a algunos indiscretos, conminándolos a no poner en duda el modelo. ¡Cuidado con abrir esa caja de Pandora!, dijo uno.

Quizá el susto provenga de los recuerdos. La tesis generalizada de hace 12 años era que ningún país había llegado al desarrollo como mero exportador de materias primas. Se consideraba necesario avanzar hacia una segunda fase exportadora. En estas páginas, Orlando Caputo cuenta que ésa fue la opinión expresada en Chile por Solow, Premio Nobel de Economía. Una economía rica en recursos naturales renovables y no renovables constituye una base, un fundamento sobre el cual construir una política industrial de largo plazo.

¿Por qué estos llamados a no discutir? Las fastuosas recepciones dispensadas por algunos gobiernos europeos a nuestras autoridades, en las cuales la prensa neoliberal se solaza, contribuyen bastante menos a una solución de los problemas de fondo que una discusión abierta sobre las condiciones en las cuales debemos insertarnos en la globalización. Estas campañas de optimismo pueden ser contraproducentes si sólo se dedican a apretar aún más la venda que tenemos sobre los ojos. Chile no es un enfermo imaginario.

Nuestros problemas tienen relación con el modelo de desarrollo, el cual necesita reformas decisivas que permitan que ciertas ramas de nuestra industria manufacturera agreguen valor a sus exportaciones. Junto con eso, es indispensable aumentar la capacidad de negociación de los asalariados. ¿Qué espera el presidente de los empresarios con sus prédicas donde nos pide consumir más? Supongo que no creerá que el nivel de la demanda es un efecto del pesimismo. Me atrevo a preguntarle: ¿no tendrá relación con el nivel agregado del gasto, por lo menos para las empresas que realizan sus mercancías en el mercado interno?

Esta proliferación de dedos parados en las calles de Santiago son parte de un diagnostico psicologizante. Por desgracia, el cambio del estado de animo del cesante o del trabajador endeudado sólo sirve como recurso evasivo que quizá permita atenuar su drama, no pocas veces para esconderlo de manera falsa. Pero lo que le va a dar trabajo es una política industrial de largo alcance que mitigue nuestra inserción subordinada en la globalización, de manera que el carguero Antonov no vuelva nunca más a Chile para traernos elaborado, enriquecido de valor agregado, el cobre que exportamos como concentrado.

Por lo menos es necesario discutir ese tema sin hacerle caso a los celosos guardianes de la ortodoxia que piden enmudecer. Parece que prefieren los mitos consoladores.