Conversando con Moulian

por José Joaquín Brunner (publicado en El Mostrador (22-06-2001))

Estamos de acuerdo con Tomás Moulian en que ser de izquierda no es, según sus expresiones, “una esencia fijada o cristalizada para siempre”. Entiendo, sin embargo, que para él retener (mantener, guardar, conservar) alguna forma de conexión —por tenue que sea—entre ese ser de izquierda y “socialismo” sigue siendo un aspecto fundamental de la cuestión. No lo es para mí.

Efectivamente, la noción de izquierda es anterior al socialismo. Nace con la revolución francesa y se halla más allá de la contraposición entre socialismo y capitalismo. Más aún: como señala Bobbio, ha existido y existirá siempre una izquierda “dentro del horizonte capitalista”.

Creo, por ejemplo, que los socialdemócratas europeos y latinoamericanos han dejado de ser socialistas —casi con entera independencia del significado que se otorgue a dicho término, tema sobre el que habré de volver— pero, qué duda cabe, continúan expresando en sus respectivos países la corriente de izquierda dentro de la perspectiva y las demarcaciones del capitalismo global.

Aunque no quiero ir tan lejos como Marcel Gauchet, para quien izquierda y derecha se han convertido en “categorías universales” de la política, concuerdo con él en que forman parte de las nociones de base que determinan el funcionamiento de las sociedades contemporáneas.

La democracia obliga a separar aguas. Hay que votar y elegir. Hay que gobernar o ser gobernado. Hay mayoría y minoría. Unos están en el gobierno, los otros en la oposición. Existen las ideologías y los programas. En medio de ese complejo juego de fuerzas y en los más diferentes contextos, para entender la ubicación de los otros y fijar el propio domicilio político, las personas recurren casi naturalmente al espectro derecha/izquierda. Saben que Bush está a la derecha de Clinton, y el PSOE a la izquierda del Partido Popular español. O que en Chile la izquierda es PS/PPD y la derecha RN/UDI.

Ahora bien, ¿cuál es mi argumento en todo esto? Por cierto, no mostrar que la izquierda es un mero lugar en la topografía electoral democrática vacío de cualquier contenido sustantivo. Más bien sostengo lo contrario: que ser de izquierda representa siempre algo más que ese mero posicionamiento. Significa compartir unas ciertas tradiciones, unos valores, unos ideales, unos amigos y compañeros, unas trayectorias, unas determinadas lecturas, ciertas preferencias culturales, una sensibilidad común, quizá una visión de la historia, incluso —en sentido débil— una filosofía. En suma, un modo de ser, una manera de estar en la sociedad.

Según esa tesis, debería haber algo así como una regla subyacente que unifica los tan disímiles contenidos expresados a lo largo de los últimos dos siglos por las posiciones de izquierda liberal, socialistas revolucionarios, socialdemócratas, demócratas radicales, y por los partidarios contemporáneos de una tercera vía o de las nuevas izquierdas.

¿En qué consiste esa regla? no en proclamar el socialismo —ni antes fue así, ni mucho menos podría serlo ahora que desapareció de la faz de la tierra— sino en pretender (de manera comprometida, incluso apasionadamente): (i) la emancipación de las personas de las opresiones (políticas, económicas, sociales), (ii) la remoción de los obstáculos que impiden una mayor igualdad de oportunidades en la vida y (iii) por ende, desear que cambie la vida, o más modestamente, la sociedad, apostando al progreso más que a la conservación.

En virtud de (i) la izquierda es liberal o libertaria; en razón de (ii) es pro equidad, justicia social y una mayor igualdad. Dados (i) + (ii), la izquierda ha sido históricamente, además, la corriente del cambio (de ahí progresista: sea reformista o revolucionaria, sea el cambio impulsado desde arriba o desde abajo).

Por estos mismos conceptos, sus tentaciones permanentes son la anarquía (en el punto i), el igualitarismo impuesto (en el punto ii) y el utopismo (en el punto iii).

El socialismo entra en esta ecuación sólo de manera contingente, y no siempre con beneficio para las posiciones de izquierda. Moulian así lo reconoce. Pero no acepta que se diga que el socialismo murió, pues al afirmar eso lo que yo estaría sosteniendo es “la eternidad del capitalismo”. ¿Pero por qué? Cuando digo que murió el romanticismo no afirmo con ello la eternidad del clasicismo. Ni al decir que desapareció el paradigma marxiano sugiero que el weberiano será eterno.

Por lo demás, eterno es un término que pertenece a la esfera de lo sagrado o, secularmente, al ámbito del amor romántico; no se me ocurriría aplicarlo al capitalismo. Más allá de esa confusión, subsiste el hecho que la izquierda no se ha definido antes, y mucho menos podría hacerlo ahora, por el socialismo.

Además, ¿de qué socialismo podríamos estar hablando?

Si es de su versión autoritaria, centralista, bolchevique, sabemos que sucumbió con el orden soviético, y que en vez de haber agregado valor a las posiciones de izquierda más bien le restó legitimidad histórica y le impuso una pesada carga antidemocrática que aún persigue a la izquierda como un fantasma. Esa fue una manifestación anti-liberal, es decir, totalitaria; igualitarista a la fuerza, o sea anti-diversidad, y milenarista, en el sentido de creer que el reino estaba al alcance de la mano (del partido), de las posiciones de izquierda.

Por el contrario, si de la socialdemocracia se trata, comparto la idea de Eric Hobsbawm en cuanto a que esta izquierda también sufre una grave crisis, porque sus objetivos ya han sido alcanzados (en las sociedades industrializadas) y ahora carece de un programa. Ni se plantea reformar la sociedad existente, sino perfeccionarla o humanizarla, ni propone construir una sociedad distinta, porque no existen modelos de una sociedad semejante.

En países en vías de desarrollo, en tanto, los socialdemócratas sueñan (furtivamente) con construir un Estado de Bienestar, meta que obliga a pensar previamente cómo impulsar el crecimiento económico y alcanzar el desarrollo. ¡Y para eso no hay hasta ahora una respuesta socialdemócrata!

Entonces, la cuestión que se presenta ahora es doble (al menos para mí): cómo ser de izquierda hoy sin referencia al socialismo y “dentro del horizonte” del capitalismo global, y por otro lado, dónde está nuestra izquierda (dentro y fuera de la Concertación), pues tengo para mí que ha ido volviéndose progresivamente conservadora, nostálgica, ofuscada y temerosa del futuro. De todo eso espero seguir conversando con Tomás Moulian, sine die.