EL CAPITALISMO SIN SOMBRA
Caída de la URSS: "El mundo se volvió más desigual"

El gran historiador del siglo XX, el inglés Eric Hobsbawm, analizó las consecuencias del derrumbe de la URSS. Explicó cuáles fueron las ventajas y desventajas, tanto en Rusia como en América latina, de esa debacle que dio nacimiento a un capitalismo sin contrapeso a escala planetaria.
CLAUDIA MARTINEZ. De la Redacción de Clarín.

El 21 de diciembre de 1991, Mijail Gorvachov perdió el poder. Las once de las quince república soviéticas decidieron disolver la URSS y crear la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Rusia, su heredera, comenzó una declinación que aún perdura. Los Estados Unidos, su gran rival del siglo pasado, se afianzó como un imperio sin sombra. Comenzó entonces la era de la globalización, de la exportación del neoliberalismo como doctrina económica, y del predominio indiscutido del poder financiero. Hobsbawm, explicó a Zona porqué el derrumbe de la URSS marcará por mucho tiempo al mundo, tanto en sus progresos como en sus miserias.

Las ventajas de la caída de la URSS son que nadie en el futuro intentará establecer un sistema como el de la Unión Soviética, que no fue muy exitoso desde un punto de vista económico, que no fue dinámico, que resultó ineficiente y, además, políticamente intolerable. Las desventajas son mucho mayores que las ventajas. La principal desventaja es que el fin de la Unión Soviética implicó una catástrofe para gran parte del mundo, probablemente mayor que cualquier otra en el siglo XX en tiempos de paz. En mi opinión, realmente no somos conscientes de lo que estuvo pasando en la región que antes ocupaba la URSS. En los últimos 10 años, la mitad de su PBI desapareció. Perdió la mitad de su riqueza. La expectativa de vida promedio del hombre en Rusia cayó unos 10 años. Parte de lo que solía ser una economía industrial efectiva, aunque no demasiado eficiente, se retrajo hasta una situación de subsistencia, en la que la gente en las ciudades vive de las papas que cultiva en el jardín del fondo de su casa. Y el Estado de Rusia, así como los Estados de las repúblicas de la ex URSS, o bien se desintegraron completamente, como es el caso en algunas partes de Asia central o del Cáucaso o se debilitaron sustancialmente. Los resultados negativos del fin de la Unión Soviética, tanto económica como socialmente, y hasta políticamente, son desastrosos.

—¿Se puede culpar sólo al libre mercado por esa debacle?

—Lo que sucedió es que se hizo el intento, después de 1990, de imponer una revolución de libre mercado al ciento por ciento, sin prestarle la menor atención a los problemas de la transición de una sociedad a otra. Creo que es absolutamente importante recordar que, en términos humanos, en términos de la gente que vive en la zona comprendida entre Polonia y el Océano Pacífico, el fin de la URSS fue un desastre increíble. Es muy probable, por ejemplo, que la agricultura rusa haya sufrido más en los últimos diez años que en los tiempos del colectivismo de Stalin. Bajo el régimen de Stalin, se impuso una forma extrema de socialismo dictatorial centralizado. Pero, después de 1991, se impuso una forma igualmente extrema de ultracapitalismo. Un tipo de ultracapitalismo que no se aplicó en ningún otro país.

—El capitalismo, como único modelo económico posible, pero también como discurso político e ideológico único, causó, se sostiene, devastación en muchas regiones del mundo. ¿Cuál sería para usted una alternativa para este sistema?

—El modelo que se propone no es el del capitalismo como tal, sino el de un capitalismo de libre mercado completamente incontrolable, como no existe ni existió en el pasado. Como dije antes, el intento de imponer este tipo de capitalismo de libre mercado salvaje en la ex Unión Soviética llevó al desastre. Claramente fue la moda dominante entre quienes toman decisiones en Estados Unidos y entre los organismos internacionales como el FMI. No creo que pueda durar mucho tiempo y espero, sinceramente, que no dure mucho. Porque es indudable que los resultados fueron desastrosos. No sólo porque aumentó marcadamente la desigualdad, sino porque también se acentuó profundamente la inestabilidad económica. En la depresión económica actual, los países que hasta el momento sobrevivieron han sido aquellos que no se integraron enteramente al sistema internacional de libre mercado. Entre ellos, China, Rusia hasta cierto punto, la India. Mientras que cuanto más se integraron los países al llamado sistema de dólar internacional, más dramáticas fueron las fluctuaciones y más dramáticas las consecuencias.

—¿Como en América latina?

—América latina es un muy buen ejemplo. Hoy hay una diferencia peculiar entre la política propuesta para el mundo desarrollado, el mundo industrial del norte, y la política propuesta para el llamado mundo subdesarrollado. La política para el mundo subdesarrollado es una política de restricciones. En cambio, en el mundo desarrollado, en Estados Unidos y en Europa, es exactamente lo contrario. Me da la impresión de que el problema no es una elección entre un ciento por ciento de capitalismo de libre mercado por un lado o un ciento por ciento de economía centralizada por el otro. Ambos extremos demostraron no ser prácticos y arrojaron resultados negativos. El problema es encontrar una combinación entre intervención pública y mercado. Y pareciera ser que en América latina, así como en otras partes del mundo, esto es lo que debería hacerse en el futuro. Pero el libre mercado, lo que se llamó fundamentalismo de libre mercado, debe revertirse. Sinceramente espero que la depresión económica actual, junto con el temor al terrorismo internacional, finalmente ayuden a debilitarlo.

—¿Es optimista, entonces, respecto de que se pueda superar la situación crítica actual en la región?

—Mis esperanzas residen en que estas depresiones se superaron en el pasado. Pero no puedo decir que soy del todo optimista ya que creo que ésta será una depresión difícil y de largo aliento. Y que, desde un punto de vista político, tendrá muchos resultados negativos en muchas partes del mundo, entre ellas América latina.

—Volviendo al tema de Rusia, hay quienes ven señales de que es un país en desarrollo y políticamente estable. ¿Usted le adjudicaría un mérito al presidente Putin?

—No sería tan optimista sobre Rusia. Sí debo decir que Rusia, al menos, dejó de hundirse. Y esto es un paso adelante. La gente abandonó la idea de una democracia liberal no controlada y regresó a la idea de un estado fuerte, de un gobierno fuerte. En este sentido, Putin es muy popular, deseable y necesario en Rusia. También, en los últimos años, Rusia se benefició con el incremento de los precios del petróleo. A pesar del derrumbe de su economía industrial, Rusia sigue teniendo mucha riqueza en su suelo. Esto permitió que gran parte de la economía rusa experimentara una modesta recuperación. El tercer punto que ayudó a estabilizar las cosas es que los norteamericanos, finalmente, están empezando a olvidarse de la Guerra Fría. Los norteamericanos tenían la ilusión de que la Unión Soviética había desaparecido para bien. Creo que los atentados terroristas del 11 de septiembre ayudaron mucho, porque Estados Unidos reconoció que, para determinados propósitos, tiene que contar con Rusia. Y que, en cierto sentido, Rusia no es el enemigo de Estados Unidos, sino que todos los Estados que existen y funcionan tienen ciertos intereses en común. Por ejemplo, la lucha contra cierto tipo de terrorismo.

—¿Estados Unidos fue víctima de su propia ingenuidad al pensarse como la única superpotencia capaz de controlar y proteger el mundo?

—No creo que Estados Unidos sea ingenuo al pensarse como la única superpotencia porque, con la caída de la Unión Soviética, la otra superpotencia que existía en el mundo desapareció. Donde sí creo que Estados Unidos es ingenuo es al pensar que está en una posición en la que puede controlar y proteger el mundo solo, sin ayuda de nadie. Esto nunca sucedió antes en la historia mundial. No creo que ninguna potencia por sí sola esté en condiciones de hacerlo.

—Estados Unidos, hasta ahora, no parecía muy convencido…

—Estados Unidos cree que lo puede hacer porque tiene un monopolio genuino de las formas más avanzadas de arsenal tecnológico. Probablemente por mucho tiempo más. Al mismo tiempo, Estados Unidos, en términos de la población mundial, tiene una población relativamente pequeña: 300 millones de personas en un total de 6.000 millones. Es decir, el cinco por ciento. Y, en términos de la economía, hoy representa una porción más pequeña de la economía mundial que en otro momento de la historia. En estas circunstancias, es difícil creer que esté en condiciones de dominar por sí solo el mundo, aunque su poder político, militar y económico en este momento es mucho mayor que el de cualquier otro Estado. Pienso que EE.UU. tiene que acostumbrarse a la idea de vivir en un mundo de múltiples Estados.

—Frente a este sistema unipolar que defiende Estados Unidos, India, China, Irán y, a veces, Rusia tienden a imponer un mundo multipolar. ¿Cuáles serían las consecuencias para usted?

—No es tanto una cuestión de un mundo multipolar, sino de un mundo en el que se tenga en cuenta el poder y el interés de una determinada cantidad de Estados. Tal vez no sean tan fuertes individualmente como Estados Unidos, a menos, claro, que China se vuelva una potencia importante, lo cual es posible. Pero no se los puede subestimar. Esto es lo más importante que debe aprender Estados Unidos.

—¿Será porque hoy, a diferencia de los tiempos de la Guerra Fría, tiene que luchar contra organizaciones no estatales, como el terrorismo internacional, el narcotráfico, el lavado de dinero, donde existen otras reglas de juego?

—En los últimos 30 o 40 años se produjo un nuevo fenómeno en los asuntos mundiales. Cada vez más, los conflictos surgen como consecuencia de problemas internos —la desintegración de los Estados, revoluciones, movimientos nacionalistas o, incluso, el colapso del poder estatal— y en estos conflictos internos intervinieron los Estados extranjeros, encabezados por Estados Unidos.

—¿Usted cree que estos son fenómenos nuevos?

— No creo que esto sea algo nuevo, pero claramente después del fin de la Unión Soviética se hizo más evidente que ésta es la naturaleza central del conflicto en el siglo XXI. La existencia de la Unión Soviética y el equilibrio de las dos superpotencias lograron contener esta desintegración y estabilizar la situación internacional.

—¿En qué escenarios se comprueba la ruptura de aquella pax?

—Bueno, el resultado del colapso de la Unión Soviética se puede ver en Africa central, donde, actualmente, se libra una guerra en la República Democrática del Congo, como consecuencia del tipo de conflictos que acabo de describir, donde seis o siete Estados africanos diferentes enviaron sus ejércitos y están luchando. Las Naciones Unidas actualmente están negociando un fin del conflicto, pero que lo logren ya es otra cuestión. Ahora bien, esto no hace que la hegemonía de una sola potencia sea imposible. Pero la complica. Porque, de alguna manera, las grandes potencias están organizadas para luchar con otras grandes potencias.

—Es el problema al que se enfrenta Estados Unidos desde el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre…

—Así es. Estados Unidos, como superpotencia, no está organizada para luchar contra enemigos que no se pueden definir, que no tienen territorio.

—¿Después del 11 de septiembre surgió un nuevo orden, en el que los aliados y los enemigos históricos cambian de bando?

—Hay un nuevo orden. Pero lo que realmente está surgiendo es una diferencia entre un mundo en el que los Estados, los países y los gobiernos funcionan, y un mundo en el que no. Hay grandes regiones por ejemplo, en Africa, en Afganistán y hasta parte de los Balcanes donde, en efecto, no hay un sistema de gobierno que funcione. Razón por la cual, muchas veces contra su voluntad, Estados Unidos y las potencias europeas se vieron obligados a ocupar y permanecer en parte de los Balcanes. Esta es una situación nueva: la diferencia entre los países donde se sabe que hay un gobierno que controla más o menos lo que sucede en su territorio y aquellas zonas en donde ya no se percibe un gobierno, zonas de caos existente o factible. Muchos de los nuevos Estados que surgieron, en realidad, no son Estados efectivos. Si uno analiza la situación, por ejemplo, dentro de la Unión Soviética, en zonas como Ucrania, Georgia o Armenia, no pueden manejar sus economías ni sus asuntos de manera eficiente. En realidad, son grupos de gángsters, de líderes tribales, grupos de intereses políticos que compiten entre sí por algo en el mapa que tiene fronteras fijas, pero que no es un Estado que funciona, como Francia o incluso como la Argentina o México. En América latina se puede llegar a esta situación en un país como Colombia, tal vez.

—¿Era posible predecir que la globalización del crimen sería una consecuencia lógica de la caída del comunismo?

—El crimen globalizado se podía predecir. No es sólo la consecuencia lógica de la caída del comunismo, sino la consecuencia lógica, ante todo, de la inundación del mundo de armas baratas, que es el legado de la Guerra Fría, como sucede hoy en Afganistán. Durante 40 años, los principales países actuaron como si pudiera estallar una guerra mundial en cualquier momento. Pero como esto no sucedió, le vendieron sus armas más baratas a cualquiera que las quisiera comprar. Y hoy es posible que cualquiera tenga acceso a medios de destrucción portátiles, manuables pero muy poderosos. Esa es una razón. La segunda razón es la globalización de la economía, la noción de un libre mercado ideal, que ayuda a cualquiera que quiera operar internacionalmente. Excepto, desafortunadamente, todos aquellos que quieren migrar. No hay lugar para ellos en el libre mercado. La tercera es que la existencia de la Unión Soviética ayudó a controlar, al menos, el crimen internacional en su región. Las grandes potencias, si quieren, lo hacen bien. En cambio, los pequeños Estados latinoamericanos o del Caribe, por ejemplo, pueden ser comprados perfectamente por bandas internacionales privadas, entre ellas los narcotraficantes. De modo que la globalización del crimen es la consecuencia lógica de una situación que se generó dentro de la estructura económica global durante mucho tiempo, pero no necesariamente del comunismo.

—¿El 11 de septiembre marcó el comienzo o el fin de una tendencia: la imposibilidad de la superpotencia norteamericana de controlar y gobernar el mundo?

—Todo lo contrario. Hizo que Estados Unidos tomara medidas importantes para explotar su hegemonía como una superpotencia. Pero lo que demostró para Estados Unidos es que no puede actuar sin la buena voluntad de otros Estados, incluso más pequeños. Por ejemplo, los bombardeos en Afganistán fueron relativamente limitados, en gran medida, porque los Estados vecinos de Afganistán, salvo pocas excepciones, incluso Pakistán y Arabia Saudita, se negaron a que Estados Unidos pudiera usar los campos de aterrizaje. De modo que la necesidad de Estados Unidos de respaldar su enorme preponderancia con el poder de los aliados es lo que surgió de esta situación.

—Después de la caída de la Unión Soviética, las sociedades asiáticas y musulmanas, entre otras, cobraron fuerza. ¿Esto se hizo más evidente después de los ataques del 11 de septiembre?

—Creo que la civilización occidental, en el sentido de la modernidad tecnológica, sigue dominando el mundo. Sin embargo, las instituciones políticas occidentales, ya no. Es bastante claro que cuando Fukuya ma hablaba del fin de la historia en 1989 creía que significaba que un tipo de capitalismo occidental al estilo norteamericano y una democracia liberal sería, en lo sucesivo, una forma dominante de gobierno. No creo que esto vaya a ser así. Aunque, probablemente, todos los países sigan teniendo lo que llaman elecciones. Pienso que el problema del fundamentalismo islámico o de otro tipo es específico. Resulta particularmente dramático debido a esta organización internacional evidentemente muy eficiente Al Qaeda. Sin embargo, creo que el fundamentalismo, aun en el Islam, es una fuerza minoritaria. Tal vez se vuelva una fuerza minoritaria políticamente dominante. Pero no es necesariamente una fuerza que cuente con un apoyo masivo genuino. Creo que los movimientos fundamentalistas, ya sean islámicos, cristianos o judíos, representan minorías activistas y no la opinión de las masas. El problema del fundamentalismo islámico, como el problema de esta organización de Osama bin Laden, es un problema específico que tiene que ser tratado de manera específica y no como un problema de la civilización islámica en general. Lo que sí creo es que va a haber una fuerte reacción contra los valores liberales y racionales. Lo vemos en Occidente así como en Asia. Y éste es, en mi opinión, un gran peligro. El peligro reside en países como India, donde durante medio siglo los fundadores de la independencia india hicieron un gran esfuerzo por tener una sociedad secular, racional y tolerante en la que pudieran convivir diferentes religiones y diferentes pueblos. En este momento, está socavada por una forma de nacionalismo hindú. Y vemos movimientos similares en muchos otros países. Es el ataque a los valores de la razón más que una forma específica de fundamentalismo religioso lo que hoy me parece un problema general y global.

—¿La situación actual en Afganistán, con las diferentes tribus que luchan por el poder, una evidencia clara de que Estados Unidos no puede imponerse en un mundo que no conoce?

—Es difícil saber qué sucederá en Afganistán en este momento. Sabemos lo que siempre sucedió en Afganistán. Afganistán es parte de una región, muy bien documentada durante muchos años por muchos etnógrafos y antropólogos, que está en contra de todo gobierno. Lo que los antropólogos llaman una sociedad acéfala: no una sociedad con gobernantes, sino una sociedad basada en tribus o clanes autónomos. Los afganos se opusieron siempre a cualquier forma de gobierno central, propio o extranjero. Por eso Afganistán siempre fue una zona entre Irán, la Unión Soviética, el Imperio Británico —y posteriormente Pakistán— que la gente abandonó. La idea de que esto se va a transformar en una sociedad occidentalizada floreciente es utópica. La cuestión simplemente es saber si se puede establecer o no algún tipo de gobierno relativamente federal. Algo parecido a algunos gobiernos latinoamericanos del siglo XIX, en lugar de los clanes, las tribus, los grupos familiares. En otras palabras, habría que ver, en la extensa lucha que acosa a Afganistán desde la década de 1920, quién va a ganar, si la gente que quiere una modernización gradual de su sociedad, que incluye la postura frente a las mujeres, o la gente que quiere seguir siendo tradicionalista. Para entender mejor cuáles son los problemas que implica crear un Estado en Afganistán, habría que pensar en la historia latinoamericana entre 1810 y 1850, y no tanto en términos de fines del siglo XX.

—¿Sigue creyendo que una respuesta militar en Afganistán no fue una solución eficaz?

—Más bien creo que fue una solución irrelevante. No tengo ninguna duda de que es algo bueno que los talibán no estén más en el gobierno de Afganistán. Pero si el problema es cómo liquidar o al menos controlar el tipo de organización terrorista internacional que perpetró los ataques del 11 de septiembre, creo que éste es un trabajo a más largo plazo y no análogo a una guerra internacional. La guerra contra el terrorismo no es una guerra en el sentido que la gente entendía la guerra en el siglo XX.

—Muchos creen que el 11 de septiembre es el verdadero comienzo del siglo XXI. ¿Usted también lo cree así?

—Supongo que los historiadores siempre buscarán fechas, como 1914, para que resulte más fácil recordar el comienzo y el fin de los períodos. Pienso que el 11 de septiembre muy probablemente sea el comienzo del siglo XXI, no porque lo que sucedió sea particularmente importante. Es cierto que mucha gente murió en Nueva York y Washington, pero esto no cambió realmente la situación estratégica internacional en lo más mínimo. De todas maneras, como demuestra que el mundo es diferente de cómo era en tiempos de la Guerra Fría, en los días de las superpotencias, es demasiado temprano decirlo, pero sería una fecha conveniente.