Moulian, capitalismo e industria material

por José Joaquín Brunner

En su última columna, Moulian sitúa nuestro desacuerdo, que designa como esencial, en un terreno clásico: la naturaleza del capitalismo. Mientras él estima que el capitalismo es “un ámbito de explotación”, yo lo consideraría “un ámbito de posibilidades, tanto de crecimiento de fuerzas productivas como de desarrollo (espacio de obtención de la equidad)”.

Para justificar su opinión, Moulian recurre a Marx y Weber. Con el primero sostiene que dentro del capitalismo “el asalariado no es nunca realmente remunerado por su trabajo”, y con el segundo, que el capitalismo se orienta por la racionalidad formal y la lógica del lucro sin preocuparse “de la satisfacción de las necesidades de las personas, a menos que con ello pueda obtener una ganancia”.

Elegiré saltarme ese ámbito clásico, a fin de cuentas tantas veces recorrido, para avanzar en otra dirección. Pretendo averiguar si el capitalismo ha sido efectivamente o no un ámbito de posibilidades de crecimiento y desarrollo, y si avanza orientándose exclusivamente por la explotación y la ganancia.

En cuanto al crecimiento, cabe constatar que durante el primer milenio el mundo prácticamente permanece en el mismo lugar: se estima que el crecimiento per cápita es igual a cero, mientras la población mundial aumenta escasamente de 231 a 268 millones de personas. Luego, entre el año 1000 y el año 1820, el período protocapitalista, la población se eleva a más de mil millones de personas y el ingreso per cápita apenas se incrementa en un promedio de un 50 por ciento.

Sólo a partir de ese momento, con el capitalismo y la revolución industrial, el mundo entra en la vorágine del crecimiento. Entre 1820 y 1998, aunque la población se multiplica por cinco el ingreso per cápita crece más de ocho veces, y se acentúan las diferencias entre regiones y países. Volveré sobre este último aspecto más adelante.

¿Se ha mantenido en el tiempo el dinamismo de crecimiento del capitalismo o ha tendido a estancarse?

Según muestra un reciente estudio de Angus Maddison, la economía mundial se ha desempeñado mejor durante el último medio siglo (entre 1950 y 1998) que nunca antes en la historia de la humanidad. El producto interno aumentó en seis veces durante ese período, con un crecimiento anual promedio de 3,9 por ciento anual, comparado con un 1,6 por ciento de 1820 a 1950, y un 0,3 por ciento entre 1500 y 1820.

Parte del mayor y más rápido crecimiento sirvió para sustentar el aumento de la población. Pero aún así el ingreso per capita se elevó en un 2,1 por ciento, comparado con un 0,9 por ciento entre 1820 y 1950, y un 0,05 por ciento de 1500 a 1820. En suma, el ingreso por persona creció 42 veces más rápido que en la época protocapitalista y a más del doble de velocidad que en las primeras 13 décadas de nuestra era capitalista.

Luego, no cabe duda que el capitalismo, mirado en perspectiva histórica, ha abierto posibilidades de crecimiento al mundo y ha hecho posible sustentar la vida humana que antes era breve, brutal y precaria.

Mas, ¿no han sido acaso el lucro y la ganancia los únicos motivos detrás de ese dinamismo capitalista? ¿Acaso no esconden las cifras aparentemente positivas un negativo y universal acrecentamiento de la tasa de explotación del proletariado, como Moulian parece sugerir?

Me parece que esa es una visión no sólo sesgada, sino derechamente contraria a los hechos.

Veamos.

A nivel mundial, la expectativa de vida era de apenas 26 años en 1820, subió a 49 años en 1950 y alcanza a 66 años en 1998, todo esto al mismo tiempo que se produce la espectacular explosión demográfica mencionada más arriba.

A su turno, como señala el Informe de Desarrollo Humano del año 1999, “el mundo tiene hoy más oportunidades para la gente que hace 20, 50 o 100 años atrás. La tasa de mortalidad infantil ha caído a la mitad desde 1965 [...] En los países en desarrollo, la tasa combinada de escolarización primaria y secundaria se ha más que duplicado [...] Los niveles de alfabetización adulta también han aumentado, de 48 por ciento en 1970 a 72 por ciento en 1997. La mayoría de los estados son hoy independientes y más de un 70 por ciento de la población mundial vive bajo regímenes razonablemente democrático-pluralistas”.

Contrariamente a lo que podría desprenderse de los clásicos argumentos de Moulian, el capitalismo ha servido de base a la expansión de los derechos humanos y de la democracia, título al que no pudieron aspirar ni en sus mejores momentos los regímenes de socialismo real, ni los totalitarismos y autoritarismos de diversa índole.

Nada indica, pues, que la racionalidad formal del capitalismo —orientada al lucro— haya corrido en contra de la racionalidad material de la subsistencia humana y de las prerrogativas y beneficios propios de la vida moderna.

Tomás Moulian me ofendería gratuitamente —cosa que no hará ni está en su espíritu, bien lo sé— si a partir de lo que llevo dicho sobre el dinamismo y posibilidades que abre el capitalismo concluyera que desconozco su otra cara, como suelen hacer algunos rocinantes de izquierda: ese feo rostro de la desigualdad entre las personas y de la inequidad entre las naciones.

Sabemos que el propio crecimiento trae consigo esa inequidad entre las naciones. Así, mientras el año 1000 la brecha de ingreso por persona entre las regiones del mundo era de apenas 1,1:1 y en 1820 de 3:1, en 1950 se había ensanchado hasta una relación de 15:1, y llega a ser de 19:1 en 1998.

De la misma manera, las desigualdades entre las personas han llegado a ser impúdicas en el mundo contemporáneo. Como señala el Informe citado más arriba, mientras el 20 por ciento más rico participa del 86 por ciento del producto mundial, el siguiente 60 por ciento de la población lo hace en un 13 por ciento, y el 20 por ciento más pobre en apenas un doloroso 1 por ciento. Esos mismos tres grupos constituyen, respectivamente, el 93,3 por ciento, el 6,5 por ciento y el 0,2 por ciento de los usuarios de Internet.

En suma, dinamismo y posibilidades por un lado, y al otro desigualdades e inequidad. Tal me parece que es, más bien, la lógica intrínseca del capitalismo y el terreno real sobre el cual es necesario discutir. Así como no es efectivo que este sistema produzca “naturalmente” mayor pobreza, ignorancia, enfermedad o hambre, lo que es desmentido por el registro histórico, tampoco es cierto que supere automáticamente las desigualdades e inequidades que traen consigo los beneficios que él mismo genera.

La modernidad capitalista tardía vive en medio de esa contradicción. A mi parecer, Marx y Weber expusieron magistralmente esa doble realidad del capitalismo. Por eso justamente se negaron a sí mismos la fácil coartada de simplificar o volver unidimensional su análisis, aún a riesgo de ser mal interpretados por los epígonos.

Favorecidos por una visión cien años más rica que ellos, mal haríamos nosotros en regresar a un estadio anterior a ambos maestros del análisis histórico, cuando el capitalismo era enjuiciado en nombre de “nobles ideales” y no por su dinamismo y sus contradicciones.