żOcho vidas?

por Nibaldo Mosciatti y publicado en El Mostrador (23/07/2001)

Patricio Aylwin asume la presidencia de la Democracia Cristiana por octava vez. ¿Una muestra de confianza en la tradición? ¿De entusiasmo ante la posibilidad de que lo viejo renueve el presente? ¿O simple vacío, incapaz de ser llenado por otro que no sea él, a su edad, la misma edad que Augusto Pinochet (y uno, entonces, podría deslizarse por los toboganes de las enfermedades vasculares, subcorticales o como quiera llamárselas)? Siempre se dijo que Aylwin era un gato, por lo de tener siete vidas. ¡Pero ocho...!

Es oportuno recordar que era un hombre políticamente acabado, a mediados de los '80. Pero la política -las perspectivas de alcanzar el poder y el propio poder- rejuvenece. Él es la prueba palpable. ¿Le ocurrirá nuevamente o las elecciones de diciembre lo obligarán a un maquillaje de urgencia?

La llegada de Aylwin a la presidencia del PDC se ha debido a este bochorno mayor que fue la mala inscripción de algunos candidatos y la elaboración, in extremis, de una ley para salvar al partido mayoritario del oficialismo. Eso tiene un nombre: descaro. Pero había un argumento, uno solo para justificarlo: pedir disculpas -y muchas-, y señalar que un porcentaje de la población importante se iba a quedar sin poder elegir a sus representantes. A lo más, esa cantinela, que asumió Ricardo Lagos, salvaba.

A lo más. Porque uno podría preguntarse cuánto esos sujetos elegidos representan de verdad a sus electores, y cuántos otros posibles representantes, de minorías, no pueden llegar al Parlamento por la prepotencia de los dos bloques grandes. Recordemos, en relación al primer punto, que Jorge Schaulhson, refiriéndose al tema del financiamiento electoral, sostuvo que grandes empresarios ponen plata en las campañas y que eso se traduce el compromisos legislativos. Para qué ahondar en el punto.

Lo patético es que el único argumento que resultaba pasable fue usado al final. Antes tuvimos que soportar pachotadas como las de Zarko Luksic, que dijo que sin candidatos del PDC no funcionaba el Estado de Derecho. De Luksic me han asegurado que es un buen tipo y, además, abogado. Cuesta creer lo segundo. El presidente del PDC, Ricardo Hormazábal, fue certero: todo lo que hizo, convirtió el episodio en más vergonzoso e impresentable. Reconozcamos que su particular sentido del humor no le ayudó.

Así es que ahora tenemos a Patricio Aylwin a la cabeza de la DC. ¿Qué se podría decir?

Digamos, por ahora, que Aylwin carga con la responsabilidad de ser quien instaló esta transición, de haber sido el que negoció este tipo de convivencia y connivencia con los militares, los poderes fácticos, los senadores designados (claro, ahora hay designados de la Concertación). Fue él -no solo, por cierto- quien resolvió desmovilizar a la gente, luego del plebiscito de 1988, para decidir, en negociaciones cerradas y herméticas con la dictadura, cómo iba a ser el cuento ése, que llamaban transición. Todavía se habla de la transición inconclusa. Yo creo que el drama es que va a ser una transición perpetua: sin llegar a su meta -la democracia plena- que, a estas alturas, la mayoría de la Concertación olvidó o hace como que olvidó, lo que les resulta sospechosamente cómodo.

Más de alguien dirá que, ahora, Aylwin tiene la oportunidad de terminar ese cuento. Eso encierra una crueldad evidente. Ser presidente del PDC, hoy día, no tiene nada que ver con ser Presidente de Chile en 1990. No hablemos, entonces, de los años que marcan el carné de Aylwin, los mismos de Pinochet. Hablemos de los años de gobierno de la coalición de Aylwin y el resultado de esa trancisión que él instaló.