EL AFFAIR PINOCHET A LA LUZ DE LA TEORÍA DEL CAOS .

1) El inefable significado de las palabras.

Definir el concepto de transición constituye un reto politológico, ya que no son muchos los autores que han abordado este tema, sin embargo, si tuviéramos que recurrir a estudiosos que han profundizado en la materia, encontraríamos en Guillermo O'Donnell y Philippe C. Schmitter, politólogos ligados al Centro Woodrow Wilson, a los autores idóneos. Ellos definieron la transición, en términos generales, como "el intervalo que se extiende entre un régimen político y otro". Especificando más adelante que "las transiciones están delimitadas, de un lado, por el inicio del proceso de disolución del régimen autoritario, y del otro, por el establecimiento de alguna forma de democracia, el retorno a algún tipo de régimen autoritario o el surgimiento de una alternativa revolucionaria".

Visto así, la transición, en el caso que nos interesa, se podría extender entre el plebiscito de octubre de 1988 y la asunción del Presidente Patricio Aylwin al gobierno de la República.

Tal parece que es ésta la definición que la derecha hace suya, ya que se ha negado a otorgar el quórum necesario en el Senado para llevar a cabo las reformas constitucionales pendientes, argumentando que la institucionalidad vigente ha funcionado muy bien, tal como se planificó, por lo tanto no se necesitan reformas. En otras palabras la derecha se pregunta : ¿Transición a qué y para qué?

Por su parte, la Concertación -en estricto rigor- no debió seguir hablando de transición sino más bien de consolidación, según lo planteado por O'Donnell en la misma obra. Aparentemente, ha sido de gran utilidad para la administración del gobierno "utilizar" aquel concepto para evitar o rehuir constantemente cualquier atisbo de conflicto que pudiese significar daño al ejercicio del poder político en curso. Cuando se está en "transición", siempre se espera un mejoramiento de las condiciones, como una promesa pendiente, aunque su implementación se postergue indefinidamente. David Easton, en su analisis sistémico, plantea que todo sistema político intentará siempre evitar que las demandas superen la capacidad del sistema de generar respuestas, so pena de colapsar al propio sistema.

Trágica realidad para la administración concertacionista. Tan cerca de la meta se desvanece uno de sus mayores orgullos, aquello por lo cual se había transado tanto. Ya lo han dicho algunos, que más que transición ha sido transacción. Desde luego, en política es necesario transar para obtener objetivos y metas. No obstante, la transacción concertacionista ha devenido en la consolidación del régimen económico neoliberal impuesto por la dictadura, esquema fundamentalmente basado en una economía primaria, explotadora de recursos naturales, de dudosa sustentabilidad, en lugar de una economía de manufacturas y servicios con mayor valor agregado, como se prometió.

En lo político, la transacción ha resultado en la consolidación de una "democracia limitada", al mejor estilo hayekiano.

Al parecer, sólo la Concertación creyó en la idea de la transición. Para la derecha, lo que existe es normalidad política. Para este sector, democracia es igual a democracia protegida o limitada. Los últimos acontecimientos del caso Pinochet demuestran que la constitución de 1980 funciona perfectamente para mantener la institucionalidad impuesta por el gobierno militar.

Siempre con la justificación de que estábamos en transición Chile se transformó en viajero errante: mientras estuviéramos en movimiento era suficiente, no importaba siquiera saber si existía en la hoja de ruta un lugar cierto donde llegar.

Extraída del ámbito de las relaciones personales, la palabra reconciliación puede constituir un símbolo, es decir , contener diversos y variados significados que, ciertamente, se alejan de lo politológico e incluso, del ámbito de lo público.

La Real Academia de la Lengua Española, define reconciliación como: "volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos", "confesarse de algunas culpas ligeras u olvidadas en otra confesión que se acaba de hacer".

Pasados 25 años nos dimos cuenta que no estábamos reconciliados. ¿ Existe en el ámbito de la política comparada algún ejemplo siquiera parecido a "sociedad reconciliada", después de vivir ésta bajo una dictadura, pero con el hombre fuerte aún políticamente activo y participando de la propia y autogenerada nueva institucionalidad ? ¿ Será ésta la particularidad de la "transición a la chilena" que cuesta tanto entender fuera de nuestras fronteras ?

¿Permite este marco socio-político atraer o acordar ánimos desunidos o estaremos más bien frente a un escenario que requiere de tolerancia y convivencia más que de reconciliación? Quizás sea esta alternativa la que, aún durante varias generaciones, debamos incorporar en nuestras relaciones y no intentar comprender ni menos aceptar verdades que, provenientes de visiones diametralmente opuestas, no podremos jamás hacerlas nuestras.

Isaiah Berlin, posiblemente el mejor y más brillante defensor contemporáneo de los valores liberales, siempre argumentó a favor de quienes se contentan con registrar, sin condenar, la multiplicidad existente en el mundo. Su oposición a la noción utópica de la perfectibilidad del ser humano, le hizo postular la tolerancia como el valor fundamental y distintivo de la democracia liberal.

No entendió jamás la libertad como una ideología dura, como una doctrina cerrada, sino como un estado de conciencia, un ejercicio cotidiano de tolerancia. Cabría recordar a quienes insisten casi ciegamente en reconciliar a la sociedad chilena, una de las más célebres sentencias de este gran filósofo: "en este siglo de dogmas, no sólo los radicales sino hasta los liberales ideológicos aspiran a sociedades ideales, despreciando la imperfecta realidad y actuando, a veces, en el sentido de debilitar instituciones que crean espacios para la libertad para terminar, paradójicamente, apoyando autoritarismos"

2) La muerte de los valores.

No hace mucho, un senador institucional se quejaba de la generalizada pérdida de interés por los valores. Decía comprender y hasta aceptar el individualismo de los chilenos, pero le dolía el escaso interés por la "soberanía jurisdiccional de la Patria pisoteada".

Sin duda, el 71% de los chilenos consultados en una reciente encuesta M.O.R.I. ha manifestado no sentirse afectados por la detención del senador vitalicio. Las conclusiones de la socióloga Marta Lagos describen esta realidad de la siguiente forma: "asistimos al fin de la sociedad, donde deja de existir lo colectivo y cada cual se preocupa sólo de aquellas variables que lo afectan en su vida diaria personal"; "está claro que los chilenos no se sienten identificados ni con los medios de comunicación ni con la élite política".

Se trata de otra "modernización" o bien la profecía autocumplida del neoliberalismo, la primacía del individualismo sobre el colectivismo. El ciudadano "optimizado", que tanto se buscó, necesario e indispensable como consumidor silente en el mercado, debía además estar desafectado de la política . Ahora, se comprueba que es un sujeto fuera de control, ya que ni siquiera toda la prensa orquestada logra recapturar de él signos de preocupación por algo que "creen irrelevante como son las leyes y las instituciones".

¿ No hablaba hace poco la UDI de que había que preocuparse de los problemas reales de la gente, que sí le importaban y no de entelequias políticas ?

La derecha quizá pensó que era posible articular neoliberalismo en lo económico con la adscripción a valores de tipo nacionalista. Sin embargo la lógica del mercado ha indicado otra cosa.

La doctrina del "homo economicus" también destruye los principios del conservadurismo. El individuo atomizado reniega tanto de las ideas que buscan acelerar el cambio social, como de aquellas que intentan construir el mundo a partir del pasado. Nada importa más que el diario vivir. Ningún colectivo o agrupación intermedia logra resistir la pulverización centrífuga de sus miembros. Nada importa más que el yo, y la única ética válida es la de la propia conveniencia. No existe ideología más fácil de difundir que la del egoísmo, lo que nos conduce al fin de la sociedad y al nacimiento de otra cosa, aún por definir.

Ni siquiera los gritos agónicos en defensa de la patria y la soberanía pudieron sacar a los chilenos de su aletargado sueño individualista. Los diferentes actores políticos parecían representar una tragedia griega ante una enorme audiencia abúlica, que sólo atinaba a comer "pop-corns" y esperar el fin de la obra. Ni los actores más histéricos lograron conmover a un público chato e indiferente. La mayor parte de los chilenos no se pronunció públicamente ni a favor ni en contra del arresto de Pinochet en Londres, aunque al ser consultados, una amplia mayoría lo calificó como un personaje negativo en la historia de Chile.

A los chilenos parece sólo interesarles aquello que estrictamente se relaciona con su subsistencia material inmediata: entretención, trabajo, familia y consumo (en ese orden). Para algunos, estos son los únicos y reales "problemas de la gente". Pero el logro de estas metas ya no se adscribe a ningún tipo de valores, sino que más bien a una suerte de acomodo circunstancial a las leyes del mercado, que pareciesen ser el nuevo decálogo que impone el sentido común. Toda idea que se relacione con la solidaridad y la justicia social aparece como un remedo de un pasado estatista e ineficiente, propio de gentes ajenas al valor del tiempo y el dinero.

Resulta tremendamente esclarecedor que entre las prioridades que hoy menciona el chileno, la economía, el empleo, la electricidad y la sequía ocupen los primeros lugares, relegando al caso Pinochet -con suerte- a un quinto o sexto lugar. No existe arenga que movilice al nuevo ciudadano, salvo los cantos de sirena del fútbol o el entretenimiento. Los héroes patrios han quedado sepultados por los grandes deportistas y los animadores de TV. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Ese es el fruto de una sociedad sin valores ni ideales.

3) ¿Gobernabilidad condicionada?

Tiempo atrás la UDI se declaró heredera histórica del legado político-filosófico de la Falange Nacional. Quería constituirse en una suerte de nuevo referente democrático y cristiano, uniendo así por obra y gracia de la reingeniería política, las visiones de un Bernardo Leighton con las de un Jaime Guzmán. Posteriormente, el diputado de RN, Alberto Cardemil llamó directamente al electorado democratacristiano a no permitir que con sus votos llegara nuevamente un socialista a la Moneda.

¿Porqué tanto miedo a que un "socialista" se instale en La Moneda? Esta es en cierta medida la pregunta directriz de la coyuntura política.

En la oposición saben perfectamente que no se trata de la implementación de un modelo de economía antagónico al actualmente vigente. Sin embargo, se revive el mismo esquema del 70' para crear incomodidad en cierto electorado democratacristiano e independientes concertacionistas. Su táctica está más bien basada en una retórica anti-Lagos que en aspectos propositivos serios y fundamentados. Se pone en duda la capacidad de gobernabilidad de una Concertación III por el hecho de no ser encabezada por un presidente demócratacristiano, idea que ha sido apoyada por algunos políticos de este partido. Se trata de fisurar los cimientos de este conglomerado para minar el posterior apoyo de la DC, si es que Lagos resultase triunfador en las primarias.

La derecha percibe al candidato PS-PPD, como peligroso para el modelo societal neoliberal que la Constitución de 1980 consagra. Lagos puede devolverle al chileno común su interés por la política si es que logra hacer comprender a la ciudadanía la conexión objetiva entre sus problemas diarios y la presencia de los diques legislativos e institucionales que impiden la solución de ellos.

La preocupación de la derecha no radica sólamente en las reformas a la Constitución que puedan eliminar una institucionalidad política que les favorece, sino el hecho que nuevas mayorías electorales otorguen quórum necesarios para revisar y modificar radicalmente aquellas "modernizaciones" que se impusieron durante la dictadura; a saber: el plan laboral, la previsión privada, la salud y educación privatizada.

Este es el verdadero pánico que subyace en Pinochet y la derecha frente a Lagos.

La realidad es que el país está políticamente dividido como en 1988, con una reconciliación espuria, con una transición abortada y con un ciudadano-consumidor desregulado socialmente.¿ Que pasa si este líder carismático, con ideas claras y capacidad de transmitirlas de manera simple, es investido plenamente con las prerrogativas y facultades que le otorga la actual carta magna - atribuciones que fueron pensadas para otro - e impone un liderazgo democratizador ?

La mera idea de este escenario, desata la especie de paranoia que la derecha muestra en estos dias.

Toda esta situación se puso inesperadamente al descubierto a raíz del impensado (¿o pensado?) viaje del senador vitalicio al territorio de la "Pérfida Albión".

Una vez más se confirma que la política es impredecible. Los adherentes a la teoría del caos, que la explicitaron con la siguiente frase : " El batir de alas de una mariposa en Pekín, puede producir un huracán en San Francisco", tendrán ahora un nuevo aforismo : "El suspiro de un general en Londres, provoca terremotos en Chile".

GRUPO PROPOLCO

Enero 1999