El Falso Amanecer: Los Espejismos del Capitalismo Global. POST SCRIPTUM

por John Gray. The London School of Economics.

De la manera en que se ha constituido, el capitalismo global posee una inestabilidad inherente. El libre mercado mundial no es más autoregulable de lo que en el pasado lo fueron los mercados libres nacionales. Con sólo una década de edad, ya presenta desequilibrios. A no ser que se reforme radicalmente, la economía mundial corre el riesgo de despedazarse, en una repetición, trágica y patética de las guerras comerciales, las devaluaciones competitivas, el colapso económico y las turbulencias políticas de los años 30.

Los principales partidos políticos en todos los países sostienen que no hay alternativa al sistema de libre mercado mundial. Este libro representa un desafío a tal filosofía económica. Cuando False Dawn fue publicado en Gran Bretaña en la primavera de 1998, recibió ataques desde todos los frentes del espectro político. Su planteamiento de que el capitalismo global en su forma presente es profundamente inestable, fue considerado extremadamente pesimista, incluso hasta apocalíptico. Menos de un año más tarde, tal planteamiento ha sido ampliamente reivindicado.

La recepción de False Dawn confirmó una de sus tesis centrales: la opinión actualmente existente -en política, en los medios de comunicación y en los negocios- ha llegado a estar tan separada de la realidad humana, que ya no es posible distinguir lo que es utopía de lo que es realidad. Por lo tanto, no está preparada para una vuelta atrás de la historia -con sus irremediables conflictos, alternativas trágicas e ilusiones arruinadas- de las que actualmente somos testigos.
En el corto período desde que este libro fue publicado, los hechos han corroborado su análisis. Incluso la opinión oficial está empezando a sospechar que los problemas económicos de Asia no son problemas locales de países lejanos. Pronto se verá forzada a confrontar la realidad que lo que se vió como una crisis del capitalismo asiático, es , de hecho, una crisis del capitalismo global en rápido desarrollo. No puede haber más duda de que estamos aproximándonos a un trastorno de proporciones del sistema económico internacional. Se podría apostar, sin temor a equivocarse, que en pocos años más, será difícil encontrar una sóla persona que admita haber apoyado este régimen global, cuyos defensores todavía insisten que es inmutable.

False Dawn plantea que el libre mercado global no es una ley de hierro del desarrollo histórico sino más bien un determinado proyecto político. Las profundas heridas originadas por este proyecto han causado ya mucho sufrimiento innecesario. Aun así, la economía globalizada basada en el modelo anglo-sajón de libre mercado es el objetivo explícito del FMI y de organizaciones transnacionales similares. Los mercados globalizados son motores de destrucción creativa. Tal como los mercados del pasado, no progresan en oleadas suaves y uniformes, sino que se mueven a través de ciclos de auge y decadencia, manías especulativas y crisis financieras. Como el capitalismo en el pasado, el capitalismo globalizado de hoy alcanza su prodigiosa productividad mediante la destrucción de antiguas industrias, ocupaciones y formas de vida - pero a una escala mundial.

Joseph Schumpeter entendió el capitalismo mejor que cualquier otro economista del siglo XX. El vió que este no apuntaba a preservar la cohesión de la sociedad. Dejado a su propio albedrío, podría muy bien destruir la civilización liberal. De aquí que él aceptaba que el capitalismo debía ser domesticado. La intervención del gobierno era necesaria para conciliar el dinamismo del capitalismo con la estabilidad social. Esto sigue siendo válido para el mercado globalizado de hoy en día.

Los fieles del laissez-faire globalizado se hacen eco de Schumpeter, sin llegar a comprenderlo. Ellos creen que promoviendo mercados libres prósperos, promueven también los valores liberales. No han entrado en cuentas que los mercados libres globalizados engendran nuevas variedades de nacionalismos y fundamentalismos al mismo tiempo que crean nuevas elites. En la medida que devora los fundamentos de las sociedades burguesas e impone inestabilidades masivas en los países en desarrollo, el capitalismo globalizado pone en peligro la civilización liberal. También hace más dificil la coexistencia pacífica entre civilizaciones diferentes. El laissez-faire global ha llegado a ser una amenaza para la paz entre los estados. El sistema económico internacional del presente no posee las instituciones efectivas para conservar la riqueza del medio ambiente natural. El riesgo consiguiente es que los estados soberanos sean arrastrados a una lucha por el control de los cada vez más escasos recursos naturales del planeta. En los siglos venideros las rivalidades ideológicas pueden dar paso a guerras Malthusianas por los escasos recursos.

La crisis asiática es un signo de que los mercados libres globalizados han llegado a ser ingobernables. Un reventón de proporciones históricas en los Estados Unidos; deflación declarada en Japón y emergente en China; depresión en Indonesia y varios otros países asiáticos pequeños; crisis económica y financiera en Rusia, con posible cambio de régimen - estos no son desarrollos que auguran estabilidad. Ellos demuestran la inestabilidad de la economía mundial como un todo. En este nuevo epílogo demostraré cómo los desarrollos recientes ilustran y corroboran el argumento de False Dawn. Luego presentaré algunos escenarios futuros y lo que podría hacerse. ¿La presente crisis asiática significa el fin del capitalismo asiático, como la opinión generalizada occidental se ha apresurado en concluir? ¿Puede Japón preservar su cultura económica distintiva? ¿Puede la Unión Europea, con una moneda común recientemente adoptada, aislarse contra los shocks de los mercados globales? ¿Puede el capitalismo alemán renovarse? ¿Cuál será el compromiso de Estados Unidos con el libre mercado después de la explosión de su economía?

Estas son algunas de las cuestiones que surgen a partir de los eventos ocurridos desde que se publicó este libro por primera vez y que intentaré exponer. Pero antes de hacerlo, considero necesario repasar los argumentos centrales del libro. Este presenta ocho postulados principales.

El argumento de False Dawn.

El libre mercado no es -como la filosofía económica de hoy supone- un estado natural de cosas, resultado de la remoción de la interferencia política con el libre intercambio. Bajo una perspectiva histórica mas larga y amplia el libre mercado constituye una rara aberración de corta data. Los mercados regulados son la norma, surgiendo espontáneamente en la vida de cada sociedad. El libre mercado es obra del poder del estado. La idea de que el libre mercado y el gobierno mínimo van aparejados, la que fue parte del arsenal de negociación de la Nueva Derecha, es un trastocamiento de la verdad. Si la tendencia natural de la sociedad es la de regular los mercados, los mercados libres sólo pueden ser creados por el poder del estado centralizado. Los mercados libres son creaciones de gobiernos fuertes y , por ende, no pueden existir sin ellos. Este es el primer argumento de False Dawn.

Este argumento está bien ilustrado por la corta historia del laissez-faire del siglo XIX. El libre mercado fue un producto de ingeniería social del período medio de la Inglaterra Victoriana, bajo circunstancias propicias excepcionales. A diferencia de otros países europeos, Inglaterra tenía una larga tradición de individualismo. Durante siglos los granjeros minifundistas fueron la base de su economía. Sin embargo, solamente gracias al Parlamento, el que utilizó sus poderes para reformar o destruir los antiguos derechos de propiedad, creando nuevos -por efecto de las Actas Anexas, a través de las cuales gran parte de las tierras comunitarias fueron privatizadas- fue posible dar nacimiento al capitalismo agrario de los grandes latifundios.

El laissez-faire se implantó en Inglaterra mediante una conjunción de circunstancias históricas favorables, con el incontrarrestable poder del Parlamento, en el cual la mayoría de los ingleses no estaban representados. Hacia mediados del siglo XIX, a través de las Enclosures, la Ley de Pobres y la abolición de la Ley de Cereales, tierra, trabajo y pan pasaron a ser mercancías como cualquier otras : el libre mercado se transformó así en la institución central de la economía.
No obstante, el libre mercado duró en Inglaterra sólo una generación. (Algunos historiadores han extrapolado el caso planteando que nunca hubo un período de laissez-faire ). A partir de 1870 la legislación lo fue eliminando. Hacia la Primera Guerra Mundial, los mercados habían sido ampliamente re-regulados con miras a favorecer la salud pública y la eficiencia económica, siendo el gobierno muy activo en la provisión de variados servicios públicos, notablemente educación. Gran Bretaña siguió teniendo una variedad de capitalismo altamente individualista, y el libre comercio sobrevivió hasta la catástrofe de la Gran Depresión; pero el control sobre la economía había sido restablecido. El libre mercado fue considerado como un exceso doctrinario o simplemente un anacronismo -hasta que fue revivido por la Nueva Derecha en la década de 1980.

La Nueva Derecha fue capaz de alterar la vida política y económica de manera irreversible en aquellos países donde accedió al poder - pero no logró alcanzar la hegemonía a la que aspiraba. En Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelandia, junto con algunos países tales como México, Chile y la República Checa, los gobiernos, fuertemente influidos por las ideas del libre mercado, fueron capaces de desmantelar gran parte de la herencia corporatista y colectivista. Pero en todos estos casos las coaliciones que hicieron políticamente posible este desarrollo del libre mercado, fueron socavadas por los efectos de mediano plazo de estas mismas políticas.

La venta del sistema de vivienda social -una de las políticas claves del Thatcherismo- fue un éxito en tanto el costo de la vivienda se mantuvo en ascenso. Pero cuando los precios cayeron abruptamente y millones se vieron atrapados en un balance negativo, tal política se transformó en un fiasco. La privatización de bienes públicos y la liberación de mercados fueron políticamente ventajosos en tanto una economía en expansión enmascaraba su impacto más profundo, que fue el establecimiento de la inseguridad económica. Cuando la declinación económica hizo este efecto palpable, los gobiernos de la Nueva Derecha empezaron a vivir con los días contados.

En la mayoría de los países, los beneficiarios políticos de las reformas económicas neoliberales ha sido la izquierda moderada. Tal como a fines del siglo XIX, a fines del siglo XX, los efectos sociales destructivos del libre mercado lo ha hecho políticamente insostenible. Esto nos conduce al segundo postulado de False Dawn : la democracia y el libre mercado son competidores en lugar de socios. El "capitalismo democrático" -la vacía consigna de los neoconservadores en todas partes- señala (o esconde) una relación profundamente problemática. El acompañante normal del libre mercado no es el gobierno democrático estable. Es la volátil política de la inseguridad económica.

Ahora como en el pasado, en prácticamente todas las sociedades, el mercado ha sido controlado con el objeto de que no restrinja muy severamente la vital necesidad humana de estabilidad y seguridad. En contextos modernos recientes, los mercados libres han sido moderados por los gobiernos democráticos. El desplazamiento del libre mercado en su más pura expresión victoriana coincidió con la ampliación de la franquicia (franchise). Tal como el laissez-faire inglés se fue retirando con el avance de la democracia, en la mayoría de los países los excesos del libre mercado de los años ochenta han sido moderados -bajo la presión de la competencia democrática- por los sucesivos gobiernos. Sin embargo, a nivel global los mercados libres siguen operando sin control.

Un proyecto histórico que buscó reconciliar la economía de mercado con el gobierno democrático se ha movido en la dirección que parece ser su retirada final. La social democracia europea continúa existiendo en un buen número de regímenes actuales. No obstante, los gobiernos socialdemócratas carecen del control sobre la vida económica que en su oportunidad ejercieron durante el exitoso período de posguerra. El mercado global de bonos no permitiría a la socialdemocracia endeudarse demasiado. Las políticas keynesianas no son efectivas en economías abiertas donde el capital existe libremente. La movilidad mundial de la producción permite a las empresas localizarse allí donde las regulaciones y las cargas tributarias son las menos costosas. Los gobiernos socialdemócratas ya no tienen los recursos para llevar a cabo sus objetivos a través de medios social demócratas. Como resultado, en la mayor parte de los países de Europa continental, el desempleo masivo es un problema aparentemente insoluble.
En pocos casos, circunstancias especiales -como el superávit del petróleo noruego- ha dado a regímenes socialdemócratas un respiro. Pero, en términos generales, la contradicción entre social democracia y mercado libre globalizado parece irreconciliable.

Actualmente hay pocas instituciones de gobierno de la economía global, y ninguna de ellas es remotamente democrática. Establecer una relación humana y balanceada entre gobierno y economía de mercado permanece como una aspiración distante. En tercer lugar, el socialismo como sistema económico se despedazó irrecuperablemente. Tanto en términos humanos como económicos, el legado de la planificación central socialista ha sido ruinoso. La Unión Soviética no fue un régimen que alcanzó un rápido progreso a un tristemente alto costo humano. Fue un estado totalitario que mató o arruinó la vida de millones de personas y devastó el medio ambiente. Exceptuando el enorme sector militar y algunas áreas de la salud pública, la Unión Soviética tuvo pocos logros económicos o sociales genuinos. En la China Moísta las pérdidas de vida a través de hambrunas y el terror inducidos por el estado y la destrucción del ambiente natural pudo ser incluso mayor que en la URSS.

Lo que sea que el próximo siglo nos depare, el colapso del socialismo parece irreversible. En el futuro previsible, no habrán dos sistemas económicos en el mundo, sino solamente variedades de capitalismo.
Cuarto, a pesar que la implosión del socialismo marxista ha sido bienvenida en los países occidentales, especialmente en los Estados Unidos, como un triunfo del capitalismo de libre mercado, esto no ha sido seguido por la adopción de ningún modelo económico occidental en la mayor parte de los antiguos países comunistas. Tanto en Rusia como en China la desaparición del comunismo ha revivido tipos de capitalismos indígenas, en ambos casos deformados por la herencia comunista. La economía rusa está dominada por una especie de sindicalismo criminal. Los orígenes más próximos de este peculiar sistema económico se encuentran en la economía ilegal soviética, pero tiene ciertos puntos de semejanza con el capitalismo mixto de grandes empresas controladas por el estado y el empresariado salvaje que floreció en las últimas décadas del zarismo. El capitalismo en China tiene mucho en común con aquel practicado en todo el mundo por la diáspora china, notablemente en el rol crucial que juega en los negocios las relaciones de parentesco, pero este también está permeado por la corrupción y la comercialización de instituciones -incluyendo las militares- que han sido heredadas de la era comunista.
La opinión generalizada percibe el colapso del comunismo como una victoria de "occidente". En realidad, el socialismo marxista fue el prototipo de la ideología occidental. En una perpectiva histórica más larga, la desintegración del socialismo marxista en Rusia y China representa una derrota para todos los modelos occidentales de modernización. El desplome de la planificación centralizada en la Unión Soviética y su desmantelamiento en China marcó el fin de un experimento de modernización de marcha forzada en la cual el modelo de modernidad era la industria capitalista del siglo XIX.

En su quinto postulado, False Dawn plantea que, a pesar que apoyaban diferentes sistemas económicos, el marxismo-leninismo y el racionalismo de la economía de libre mercado tenían mucho en común.
Tanto el marxismo-leninismo como el racionalismo de la economía de libremercado adoptan una actitud prometeica hacia la naturaleza y exhiben escasa simpatía por los costos del progreso económico. Ambos son variantes del proyecto de la Ilustración de suplantar la diversidad histórica de la cultura humana por una única y universal civilización. El libre mercado global es ese proyecto de la Ilustración en su más reciente -talvez última- forma.

Gran parte del debate actual confunde la globalización, un proceso histórico que se ha ido gestando durante siglos, con el efímero proyecto político del libre mercado mundial. Entendida en propiedad, la globalización se refiere a la creciente interconexión de la vida económica y cultural de partes distantes del mundo. Es una tendencia cuya data de origen puede asociarse a la proyección del poder europeo en otras partes del mundo mediante políticas imperialistas a partir del siglo XVI. Hoy, el principal motor de este proceso es la rápida difusión de nuevas tecnologías de la información, las que acortan distancias. Los pensadores convencionales se imaginan que la globalización tiende a crear una civilización universal mediante la propagación mundial de las prácticas y valores occidentales - más en particular las de sello anglo-sajón. En realidad, el desarrollo de la economía mundial ha ido en la otra dirección. La globalización de hoy difiere de la economía internacional abierta que se estableció bajo los auspicios de la Europa imperial durante las cuatro o cinco décadas que precedieron a la Primera Guerra Mundial. En el mercado globalizado ningún poder occidental tiene la supremacía que poseía Gran Bretaña y otros poderes europeos en esa época. Indudablemente, en el largo plazo, la trivialización de las nuevas tecnologías a través del mundo trabaja en el sentido de erosionar el poder y los valores occidentales. La proliferación de tecnologías de armas nucleares a regímenes anti-occidentales es sólo un síntoma de una tendencia mayor.

Los mercados globalizados no son una proyección del libre mercado anglo-americano a través del mundo. Ellos mezclan todo tipo de capitalismos, incluyendo la variedad del libre mercado. Los mercados globalizados anárquicos destruyen los antiguos capitalismos y crean nuevas variedades, al tiempo que someten todo el sistema a una inestabilidad incesante. La idea de la Ilustración de crear una civilización universal es más fuerte en los Estados Unidos que en cualquier otra parte. Allí es identificada con los valores e instituciones occidentales - es decir, americanos.La idea de que los Estados Unidos es un modelo universal ha sido una característica de la civilización americana desde hace mucho tiempo. Durante los ochenta, la Derecha fue capaz de cooptar esta idea de una misión nacional al servicio de la ideología del libre mercado. Hoy en día el alcance mundial del poder corporativo americano y el ideal de la civilización universal se han hecho sinónimos en el discurso público americano.
No obstante, la pretensión de los Estados Unidos de erigirse como modelo para el mundo no es compartida por ningún otro país. Los costos del éxito económico americano, que incluyen niveles de división social -criminalidad, encarcelamiento, conflictos raciales y étnicos y quiebres familiares y comunitarios- son costos que ninguna cultura europea o asiática podría tolerar. La noción de que los Estados Unidos lidera un bloque de naciones occidentales en expansión es casi el reverso de la verdad. En las circunstancias presentes, "el occidente" es una categoría que ha dejado de tener un significado definido - excepto en los Estados Unidos, donde denota una resistencia atávica a las realidades inalterables del multiculturalismo. En muchas de sus políticas domésticas y externas, los Estados Unidos aparece en forma creciente a contrapelo con otras sociedades "occidentales". Por lo extremo de sus divisiones y por su militante entrega a la causa del libre mercado, los EEUU son una rareza.

Aunque continúan compartiendo intereses vitales, Europa y Estados Unidos divergen cada vez más en sus culturas y valores. En retrospectiva, el período de estrecha cooperación que se extendió desde la Segunda Guerra Mundial hasta el término de la Guerra Fría, puede muy bien parecer una excepción en las relaciones de los Estados Unidos con Europa. El patrón histórico de más larga data, en el cual la civilización americana se ve a sí misma como un caso sui generis con muy poco en común con el viejo mundo, parece reafirmarse. En una curiosa ironía, la apropiación del credo americano por parte del ascendiente neoconservador, parece acelerar el proceso mediante el cual los Estados Unidos dejan de ser un país "occidental" a la europea.

La fusión del particularismo americano con la ideología del libre mercado es el sexto postulado de False Dawn. El libre mercado global es un proyecto americano. En ciertos contextos, las compañías americanas se han beneficiado de él, en la medida que los mercados libres han alcanzado las, hasta ahora, economías protegidas. Sin embargo, esto no significa que el laissez-faire global sea una mera racionalización de los intereses corporativos americanos. Un mercado libre globalizado no tiene ganadores en el largo plazo. Este no trabaja en el interés de la economía americana más que en el interés de cualquier otra economía. Indudablemente, en una gran coyuntura de los mercados mundiales, la economía americana estaría más expuesta que muchas otras. El laissez-faire global no es una conspiración de la America corporativa. Es una tragedia -una entre muchas ocurridas durante el siglo veinte- en la cual una exultada ideología pasa por encima de necesidades humanas permanentes, las cuales no ha podido entender.

Entre las necesidades humanas que los libres mercados han menospreciado están la necesidad de seguridad y de identificación social , las que fueron satisfechas por las estructuras vocacionales de las sociedades burguesas. Ha surgido una contradicción entre los supuestos de una civilización burguesa intacta y los imperativos de un capitalismo globalizado. Este es el séptimo postulado : las inseguridades crónicas del capitalismo moderno reciente, en especial en su variante de libre mercado más virulenta, corroe algunos de los valores e instituciones centrales de la vida burguesa.
La más notable de estas instituciones sociales podría ser aquella de la profesión. En las sociedades burguesas tradicionales, la mayor parte de las personas pertenecientes a la clase media podía razonablemente esperar realizar su vida laboral en una sóla vocación. Hoy en día pocos pueden abrigar tal esperanza. El efecto más profundo de la inseguridad económica no es la multiplicación del número de trabajos que cada uno de nosotros tendrá a lo largo de su vida laboral. Es el hecho de hacer de la idea misma del ejercicio de una profesión, algo redundante.

En las vidas de la mayoría trabajadora, la antigua profesión que se desarrollaba con miras a hacer una carrera hasta los grados superiores, sólo existe en el recuerdo. Como resultado, los contrastes entre la vida familiar de la clase media respecto de la clase trabajadora han disminuido. La tendencia al aburguesamiento de la postguerra se está revertiendo, y la gente trabajadora , en cierta medida, está siendo re-proletarizada.
Pese a que la "des-burguesificación" ha avanzado más en los Estados Unidos, la inseguridad económica está aumentando en casi todas las economías del mundo. Esto es, en parte, un efecto colateral de los mercados libres globalizados, cuya forma de operar parodia la Ley de Gresham (que dice que el mal dinero desplaza al bueno) haciendo que las variantes de capitalismo con responsabilidad social se hagan progresivamente menos sustentables. La movilidad mundial del capital y la producción, gatilla una "carrera a fondo", en la cual las economías con capitalismo más humano son obligadas a desregular y a hacer reducciones de impuestos y de prestaciones de bienestar. En esta nueva rivalidad todas las variedades de capitalismo que compitieron durante el período de postguerra, están mutando y metamorfoseándose.
El octavo postulado de False Dawn considera lo que puede hacerse. Los EEUU no poseen el poder hegemónico necesario para hacer del libre mercado universal una realidad, aunque sea por corto tiempo. Pero ciertamente tiene el poder de vetar la reforma a la economía mundial. Mientras los Estados Unidos permanezcan casados al "consenso de Washington" sobre el laissez-faire globalizado, no podrá haber reforma a los mercados mundiales. Propuestas como el "impuesto Tobin" -una forma de sanción mundial a las transacciones especulativas de dinero, llamada así por el nombre del economista americano que la propuso- permanecerá como letra muerta.

En ausencia de reformas, la economía mundial se fragmentará en la medida que sus desequilibrios se hagan insoportables. Las guerras comerciales harán la cooperación internacional más difícil. La economía mundial se fracturará en bloques, cada uno de ellos afectados por luchas de hegemonía regional. "El Gran Juego", en el cual los poderes mundiales lucharon hace un siglo por el control del petróleo del Asia central, bien puede reaparecer en el siglo que viene. Cuando los estados rivalizan por el control de los recursos naturales escasos, los conflictos militares se hacen más difíciles de evitar. Regímenes autoritarios débiles tratarán de fortalecerse recurriendo a aventuras militares. Slobodan Milosevic, el líder neo-comunista que permanece en Yugoslavia, puede constituirse en prototipo para demagogos autoritarios en muchos otros países. En la medida que el laissez-faire global se quiebre, una profundización de la anarquía es la prospectiva humana más probable.

La depresión asiática y la inflada economía americana : ¿El comienzo del fin del laissez-faire global?

En países occidentales la crisis de Asia ha sido percibida como prueba de que el libre mercado es el único tipo de capitalismo que puede sobrevivir en la economía globalizada. Pocos niegan que en las primeras fases del desarrollo económico, los capitalismos asiáticos alcanzaron logros notables; pero casi todos están de acuerdo hoy en que estos capitalismos están obsoletos. El consenso occidental es que los problemas de Asia son prueba de que no existe alternativa al capitalismo anglo-sajón en ninguna parte del mundo. Con toda seguridad, hace sólo pocos años atrás estos mismos comentaristas alababan al capitalismo asiático como un ejemplo que los países occidentales harían bien en emular. Este episodio se encuentra olvidado ahora en la opinión occidental. El triunfo del libre mercado será igualmente transitorio y de la misma manera será rápidamente olvidado. Estamos entrando en uno de esos momentos de discontinuidad histórica en los cuales los paradigmas reinantes en la teoría y la práctica son abandonados abruptamente.

El triunfo de las ideas keynesianas luego de la Segunda Guerra Mundial fue uno de aquellos momentos. La depresión asiática parece apuntar a hacer con la ideología del libre mercado, lo que la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial hicieron sobre la ortodoxia fiscal y económica de los años treinta. En ningún momento en la historia de la crisis asiática su gravedad ha sido percibida por los observadores occidentales o por los encargados de formular políticas públicas. Una y otra vez las organizaciones transnacionales, al servicio del proyecto de un sólo mercado global, han sido sobrepasadas por los eventos. Para empezar, ellos insistieron en que los problemas de Asia se encontraban fundamentalmente en sus instituciones financieras y que tendrían escasas repercusiones económicas serias. Cuando tal interpretación ya no pudo ser sostenida, argumentaron que Asia estaba experimentando una recesión causada por problemas estructurales.
Este diagnóstico revisado también se quedó muy corto respecto a la dimensión de la crisis. En el segundo semestre de 1998, los bancos occidentales predecían que el producto interno bruto del año caería cerca del 20% en Indonesia, sobre 11% en Tailandia y 7,5 % en Corea del Sur. El desempleo en Indonesia se estimó estaba sobre los 20 millones, y se esperaba que al menos la mitad de la población se encontraría en la pobreza para finales de año.
Una caída de la actividad económica de estas magnitudes, normalmente no significan la aproximación de una recesión. Mas bien indican el comienzo de una depresión. La dimensión de la creciente crisis asiática está comenzando a ser percibida; no obstante, sus causas e implicancias para la economía mundial aun no son comprendidas.

La depresión asiática es la primera demostración histórica de que la movilidad irrestricta del capital por el mundo, puede tener desastrosas consecuencias para la estabilidad económica. Capitales "golondrinas" abandonaron de la noche a la mañana los mercados asiáticos; sin embargo, los efectos de su salida en las economías más afectadas se sentirán por décadas o por generaciones. Las secuelas políticas y sociales de las crisis económicas infligidas por los movimientos del capital especulativo, serán de larga duración. Los movimientos de dinero en Asia a finales de los noventa no serán registrados en la historia como fluctuaciones financieras pasajeras que serán prontamente absorbidas. Ellos serán reconocidos como indicadores precoces de una crisis global. Constituye evidencia de la ignorancia histórica de la opinión occidental el que se espere que las convulsiones económicas y sociales en el Asia oriental, en una escala no conocida por los países occidentales desde los años treinta, puedan ocurrir sin cambios de gobierno ni de régimen comparables a aquellos experimentados por Europa en el período de entreguerras. La consecuencia más predecible de la crisis económica de Asia es un prolongado período de inestabilidad política en la región. En la medida que la depresión asiática se profundiza, reviviendo movimientos nacionalistas anti-occidentales, cambios repentinos de régimen, el resurgimiento de antiguos conflictos étnicos; grandes movimientos de masas y renovados experimentos en dictaduras autoritarias transformarán el escenario político asiático. En estos desarrollos, las ideas del libre mercado occidentales, jugarán un papel mínimo, si es que lo juegan.

La crisis asiática no demuestra que el capitalismo anglo-americano sea ahora el único sistema económico viable -aunque fuese por defecto, debido al desbande de todos los otros modelos. Esa es una interpretación que parece sólo creíble en virtud de la ignorancia de la historia y por la pervivencia del racismo occidental. Lo que demuestra es que todos los tipos de capitalismos hoy existentes están en proceso de cambio. Las economías asiáticas son como todas las otras hoy en día: están mutando constantemente, con consecuencias impredecibles para la cohesión social y la estabilidad política. Las economías de libre mercado no están más aisladas de este proceso de cambios que cualquier otra. Lejos de significar el triunfo universal del libre mercado, la crisis asiática es el preludio de una época de una gran trastorno del capitalismo global.

Este es un desarrollo para el cual la opinión vigente está notablemente desprevenida, especialmente en los Estados Unidos. La percepción americana de la crisis asiática contiene algunas curiosas contradicciones. Las dificultades económicas del este de Asia han sido bienvenidas en los Estados Unidos como un signo de que el capitalismo asiático se encuentra en una crisis terminal. Si esto fuera así, sería un cambio histórico mundial de vasta magnitud - y de larga duración. Las economías asiáticas enfrentan problemas masivos, en ocasiones incurables; pero no están en una fase de declinación que ha de terminar con sus mercados libres englobantes. Los capitalismos asiáticos expresan los tipos de vida familiar, las estructuras sociales y las historias políticas y religiosas de los países de Asia. No son sistemas que puedan ser transformados por la voluntad de los reguladores transnacionales, sino que constituyen instituciones sociales y culturales subyacentes cuyas prácticas están saturadas con la historia local y la sabiduría tradicional.
Sólo los observadores ciegos a la historia, que formulan las políticas del Fondo Monetario Internacional pueden concebir que los países asiáticos se deshagan de este legado. Si la historia fuera nuestra guía, podríamos estar seguros de que los capitalismos asiáticos emergerán de la presente crisis impredeciblemente alterados, mas bien que rehechos a la manera de cualquier modelo occidental. Pero aun en el caso que los capitalismos de Asia convergieran con aquellos "de Occidente", sería en un proceso traumático de cambio político y cultural que se extendería por generaciones.

Hasta hace poco, la opinión americana confiaba en hacer negocios como de costumbre gracias a esta esperada metamorfosis. Esperaban que el impacto del colapso de la economía asiática sobre los Estados Unidos sería leve, o incluso positivo. Al mismo tiempo los formuladores de políticas americanos reconocieron - en realidad insistieron- que en los mercados globalizados, grandes cambios en cualquier parte, impactan las economías en todas partes. Estas mal ajustadas expectativas articularon una visión altamente inestable del mundo. Los Estados Unidos se autoatribuyeron ser el motor de la globalización. Al mismo tiempo se imaginaron estar de alguna manera aislados de los desórdenes de la globalización. Fallaron en comprender que cuando el capitalismo se globaliza, las inestabilidades que son inseparables de éste, inevitablemente también se globalizan. Cuando miraron hacia el pasado, los profetas americanos del "Nuevo paradigma" reconocieron que el capitalismo es necesariamente destructivo y creativo a la vez. Su inigualable productividad ha sido lograda mediante la destrucción de la industria existente y la alteración de las formas de vida social. Cuando miraron al presente y futuro imaginaron poder pasar por sobre estos desagradables hechos. Esperaron -o al menos prometieron- la prodigiosa productividad del capitalismo sin ningun dolor y sin el caos que siempre lo ha acompañado. Esta disonancia cognitiva entre lo que la opinión americana esperaba y lo que la historia registra, produjo un sentimiento irreal de confianza tal que, cualquiera demostración acerca de la vulnerabilidad económica americana, podría fácilmente destruir.

El boom del mercado de valores americano no ocurrió simplemente, ni siquiera principalmente, como resultado de la reestructuración económica. Indudablemente, los avances americanos en la tecnología de la información otorgaron a su economía un acrecentado margen competitivo. De manera similar, las brutales reducciones y las constantes reestructuraciones corporativas de principios de los noventa dieron, sin lugar a dudas, significativas ventajas de costo a las empresas americanas. En este sentido, el boom americano reflejó verdaderos progresos en la eficiencia económica. Los elevados valores en Wall Street tuvieron otro apoyo crucial. Revelaron la confianza de los americanos en que habían obtenido una victoria geo-estratégica histórica. El colapso del comunismo, la aparente debilidad económica de Europa y el derrumbe en Asia - estos rápidos cambios en menos de una década aparecieron para muchos americanos como la reivindicación de "el credo americano".

Hacia fines de los noventa la opinión pública en los Estados Unidos confiaba que los valores americanos se estaban expandiendo - irreversiblemente- por todo el mundo. La fantasiosa noción de que los ciclos económicos se habían hecho obsoletos se transformó en una ortodoxia. El prospecto de "un retorno de la historia", la cual los observadores europeos y asiáticos veían como una certeza, no fue considerado, o se dió por descontado. El Largo Boom Americano había llegado a ser una burbuja especulativa inflada por una vaga y efímera disposición de exaltación nacional. Esa burbuja pudo haber sido reventada en cualquier momento. En parte descansaba en el supuesto de una hegemonía militar de EEUU, la que eventos recientes en Asia han ahora embrollado. Una carrera armamentista nuclear en el subcontinente Indio no es en sí una amenaza directa a la seguridad americana; pero la rivalidad nuclear entre India y Pakistán socavaron los esfuerzos internacionales, liderados por Estados Unidos para frenar la proliferación nuclear y de esta manera se ha hecho un mundo más peligroso.
No puede haber dudas de que Estados Unidos ha usado toda su influencia para impedir una carrera armamentista nuclear en el sur de Asia. Tampoco hay muchas dudas de que ha fracasado. En sus esfuerzos para detener la proliferación de armas nucleares, Estados Unidos ha sido forzado a confrontar una desagradable realidad : la globalización no fortalece el poder americano sino más bien tiende a limitarlo. Estados Unidos permanece como la primera potencia militar del mundo, pero tiene poco control sobre la proliferación de tecnologías de las que la eficiencia militar ahora depende.

El poder económico americano es igualmente limitado. Una devaluación competitiva de la moneda china sería un desastre para el este asiático y un gran revés para Estados Unidos. Profundizaría la deflación en la región y provocaría una reacción proteccionista en el Congreso americano. El efecto en Wall Street sería seguramente traumático. Hay un interés prioritario de Estados Unidos para prevenir tal desarrollo. Aun así, es muy poco lo que Estados Unidos podría hacer para evitarlo. China es en ocasiones elogiada por gobiernos occidentales por constituir un oasis de estabilidad en medio de la crisis de Asia. Hasta donde esto ha sido cierto, se debe a que China ha permanecido en buena medida fuera del libre mercado globalizado. El gobierno chino ha mantenido considerable control sobre su economía. Los gobiernos occidentales que elogian a China, han soslayado el hecho que su relativa estabilidad es un sub-producto de su consistente y bien fundado desprecio por la opinión y consejo occidental.

Las políticas económicas de China serán determinadas fundamentalmente por factores políticos domésticos. Ningún incentivo que el gobierno americano pueda ofrecer a los gobernantes chinos puede contrarrestar la amenaza que para ellos significa una cesantía en aumento. China está actualmente en medio de la migración campo-ciudad más grande y más rápido que conoce su historia. El desempleo alcanza ya a más de 100 millones de personas - una cifra que sin duda necesita ser revisada, debido a los despidos causados por la política de autorizar a empresas estatales para declararse en quiebra. La estrategia del gobierno chino es reemplear algunos de estos trabajadores en las industrias exportadoras. Han habido signos de mal presagio de que la deflación ha alcanzado algunas secciones de la economía china. En estas circunstancias, la prevención de un mayor aumento del desempleo se torna un imperativo prioritario para la supervivencia política. La opinión occidental confía en que el actual régimen chino capeará la depresión asiática sin mayores dificultades. Que los gobernantes chinos compartan esta certidumbre, es dudoso. Ellos fueron testigos de la descomposición del aparentemente inamovible régimen totalitario en Rusia. Ellos han observado un régimen autoritario, similarmente entronizado, ser derrocado por la crisis económica en Indonesia, en cuestión de meses. Ellos tienen pocas ilusiones de que lo mismo no pueda ocurrir en China.

Los gobernantes chinos tienen sentido de la historia, a diferencia de los gobiernos occidentales. Deben saber que si logran sobrevivir la depresión que ha envuelto a sus vecinos, ello constituiría, para la historia, una de las demostraciones más notables de su capacidad como estadistas. Ellos emplearán cualquier recurso para mantenerse en el poder. La devaluación competitiva de su moneda es una entre muchas estrategias desesperadas a las que el gobierno puede recurrir, en la medida que las condiciones económicas empeoren y la intranquilidad política y social se acentúe. Es razonable anticipar nuevos episodios del tipo de la Plaza Tiananmen. Una espiral de devaluaciones en el Asia oriental es solamente uno de los diferentes eventos que podrían gatillar una crisis sistémica de la economía mundial. El colapso del rublo ruso a continuación de la devaluación de agosto de 1998 podría tener el mismo efecto. El resultado de un segundo colapso en la economía rusa es probable que sea un cambio de régimen en lugar de un cambio de gobierno. El impacto de tal cambio de régimen en "Occidente", que ha visto el advenimiento de la democracia en Rusia como irreversible, sería profundo. Mal preparados para un regreso del despotismo en Rusia, lo que ahora es una posibilidad, los gobiernos occidentales probablemente verían tal desarrollo como un peligro para el sistema internacional. Igualmente, cualquier nuevo régimen ruso sería propenso a explotar los torpes intentos de los gobiernos occidentales y de las organizaciones transnacionales para instalar el capitalismo en Rusia, con el objeto de alimentar los sentimientos anti-occidentales. Entre las incalculables consecuencias de un cambio de régimen en Rusia está la certidumbre que la cooperación económica internacional sería aun más dura que en el pasado.

El colapso económico u otro cambio de régimen en Rusia; mayor deflación y debilitamiento del sistema financiero japonés, que obligue a la repatriación de los activos japoneses de bonos del gobierno de Estados Unidos; crisis financiera en Brazil o Argentina; un desplome en Wall Street - cualquiera o todos estos eventos, junto con otros imprevistos pueden, en las circunstancias presentes, actuar como gatillante de una dislocación económica global. Si alguno de estos llega a ocurrir, una de las primeras consecuencias sería un rápido aumento del sentimiento proteccionista en Estados Unidos, partiendo en el Congreso. El americano común no está preparado para soportar un retroceso económico prolongado. El desmantelamiento del estado de bienestar federal hace un creciente desempleo insoportable. Si sobre cien millones de propietarios de fondos mutuos pierden buena parte de sus activos en un cataclismo del mercado, el apoyo popular por inclinarse hacia el proteccionismo sería irresistible.
Es un lugar común en la historia de la economía, que los países sin estado de bienestar son más propensos que otros a recurrir a medidas proteccionistas, cuando la economía internacional se precipita. Este es un patrón histórico que ciertamente puede ocurrir si la depresión de Asia se profundiza.

Actualmente, las deudas personales y las bancarrotas están ocurriendo a niveles históricos en Estados Unidos. Para muchos americanos, el consumo presente ha llegado a depender no sólo de que el mercado de valores permanezca alto, sino de que continúe subiendo. Cuando el mercado decline, esta gente no sólo se sentirá más pobre sino que será considerablemente más pobre. A la perenne sicología de especulación masiva se debe agregar el crucial ingrediente del triunfalismo geo-político. En esta atmósfera afiebrada, un aterrizaje suave es casi una imposibilidad. La exaltación no se corrige por un veinte por ciento más o menos. Un revés en el mercado accionario en los Estados Unidos de la magnitud de lo que ocurrió en Japón a finales de los ochenta - en el cual el mercado cayó sobre dos tercios - dejaría sectores de la clase media americana empobrecidos. El repentino desaparecimiento de grandes cantidades de riqueza generada por el mercado accionario revelaría la inseguridad de la clase media en su más cruda realidad. El impacto de un quiebre sobre aquellos que ya son pobres, sería aun más duro. No es pura fantasía imaginar la re-emergencia de algo parecido al americano empobrecido nómada, cuya vida miserable fue descrita por las crónicas de John Steinbeck en los años 30s. Las repercusiones políticas de un gran retroceso en la economía americana no se pueden conocer de antemano. Pero sabemos que el compromiso americano con el libre mercado no es de larga data. Es más bien una anormalidad en la larga historia de los Estados Unidos, en la cual el proteccionismo ha sido un tema recurrente.

Sería un error interpretar el consenso político neo-conservador de las dos últimas décadas como expresión de convicciones asentadas en el público americano. El rápido ascenso y la aún más rápida caída del republicanismo de derecha a principios de los noventa, muestran la volatilidad del electorado americano - como asimismo su madurez. Cualquier retroceso económico que sea agudo, profundo y sostenido, someterá a una prueba devastadora a la mantención de la devoción hacia el libre mercado en la vida política americana. Su abrupto reemplazo por por un nacionalismo económico americano sería un irónico viraje en los eventos, dada la mesiánica devoción al libre mercado universal exhibido por los formuladores de políticas públicas americanos en años recientes.

No es parte de mi propósito el recetar cómo la economía americana debe ser reformada. Aun si yo fuese competente para hacerlo, es una tarea que atañe a los americanos. El argumento de False Dawn es que ningún tipo de capitalismo es universalmente deseable. Cada cultura debe ser libre para desarrollar su propia variedad y buscar existir en modus vivendi con aquellos tipos desarrollados por otros. Los Estados Unidos harían mal en tratar de emular las prácticas singulares de los capitalismos europeos o asiáticos - del mismo modo que sería erróneo tratar de imponer sus propias prácticas a éstos. La reforma económica debe ser guiada por los valores propios de cada cultura. En el caso de los Estados Unidos estos son actualmente más individualistas que en aquellas sociedades europeas y asiáticas. No es parte de mi argumento que los americanos deban intentar importar prácticas económicas que han sido exitosas en culturas radicalmente diferentes.
La tarea en los EEUU puede que no sea la de implementar alternativas al libre mercado, sino que hacer éste más favorable a las necesidades humanas vitales. (Paradójicamente, un item en cualquier agenda de reforma para EEUU es probablemente la extensión del libre mercado a un área actualmente prohibida - la enorme economía clandestina de la droga). Cualquier gran caída del mercado de seguro provocará un brote de nacionalismo económico que hará imposible las reformas sutiles y hábiles que se necesitan.

A fines de 1997, antes de la publicación de la primera edición de False Dawn, escribí: " Cuando los libremercadistas occidentales se jactan ante las dificultades económicas de los países asiáticos, ellos se muestran - no por primera vez - miopes y exaltados. Sin duda, algunas economías asiáticas necesitan profundas reformas. Pero la crisis financiera en Asia no presagia la diseminación universal del libre mercado. En cambio, podría ser el preludio de una crisis deflacionaria global, en el curso de la cual el mismo Estados Unidos recularía del régimen de libre comercio y de mercados desregulados que actualmente pretende imponer en Asia y en todo el mundo". No veo razón para alterar esta predicción.

¿Puede Japón preservar su cultura económica distintiva?

Japón es la única superpotencia económica de Asia y mantendrá este título en el futuro previsible. Por ser el primer país de Asia en industrializarse y el acreedor más grande del mundo, tiene ventajas que ninguna otra economía asiática posee. Su alto nivel de educación y sus enormes reservas de capital, lo hacen talvez mejor equipado que ningún otro país occidental para la economía del siglo XXI, basada en el conocimiento. Sin embargo, confronta una crisis económica y financiera que pone en juego la existencia misma de la cultura económica distintiva de Japón. Sin una solución para el problema económico japonés, la crisis asiática sólo puede empeorar. En esta eventualidad, la economía mundial arriesga ser arrastrada hacia la deflación y la depresión. Actualmente Japón enfrenta una caída de precios y una contracción de la actividad económica a una escala comparable a la que sufrieron EEUU y otros países en la década de 1930. A no ser que Japón se deshaga de esta deflación, las probabilidades de que el resto de Asia y del mundo se libre de ella son bajas. Las recetas occidentales para los problemas económicos de Japón constituyen una mezcla incongruente. Hoy en día, como en el pasado, las organizaciones transnacionales insisten en que Japón debe reestructurar sus instituciones económicas y financieras de acuerdo a modelos occidentales - más precisamente, el modelo americano : la solución al problema económico japonés es la completa americanización. Para ellas, Japón resolverá sus dificultades económicas solamente si el país cesa de ser japonés. A veces esto es manifestado de modo brutal. Como un escritor en una revista neo-conservadora lo expresó : "América tiene al FMI para hacer el trabajo del Comodoro Perry".

El resultado de una política de occidentalización no solamente sería la extinción de una cultura única e irreemplazable. Sería la destrucción de una cohesión social que ha acompañado a un extraordinario logro económico en Japón en el último medio siglo - sin resolver la crisis deflacionaria que actualmente enfrenta Japón. Los gobiernos occidentales demandan que Japón - únicamente, al parecer, entre las economías industriales avanzadas - adopte políticas keynesianas. El consenso occidental es que Japón debe reducir impuestos, expandir la actividad pública y manejar grandes déficits presupuestarios. Al mismo tiempo, las organizaciones transnacionales occidentales demandan que Japón desmantele el mercado laboral que ha asegurado pleno empleo en los pasados cincuenta años. Si Japón accede a estas demandas, el resultado sólo puede ser la importación de los dilemas insolubles de las sociedades occidentales, sin resolver ninguno de los problemas del país.

Las políticas keynesianas del tipo que actualmente están siendo presionadas sobre Japón por los países occidentales, no serán efectivas para aplacar la deflación. En primer lugar, tales políticas no toman en cuenta la propensión cultural de los japoneses a incrementar el ahorro en tiempos de incertidumbre. En las presentes circunstancias, el dinero liberado por mayores cortes tributarios no será consumido sino que simplemente se agregará al ahorro existente. La difundida incertidumbre acerca de la economía ha elevado los ahorros en Japón bastante más allá de sus normalmente altos niveles. Aun cuando las reducciones tributarias se perciban que son de carácter permanente, ellas generarán simplemente mayores tasas de ahorro. Si el ingreso liberado por las reducciones tributarias en Japón es invertido productivamente, es muy probable que esto se realice en el exterior. Tampoco el financiamiento deficitario tendrá el efecto deseado sobre la economía. Cuando el capital es globalmente movilizado, no hay seguridad de que un mayor endeudamiento público tendrá un efecto estimulante sobre la actividad económica doméstica. Como Keynes lo reconoció, las políticas de financiamiento deficitario son efectivas en tanto son aplicadas a economías cerradas. Cuando el movimiento de capitales es libre, la influencia de tales políticas es muy leve. Como resultado, Japón se encuentra en una trampa de liquidez de la cual las políticas keynesianas no pueden salvarlo. Los gobiernos occidentales parecen no darse cuenta de que el régimen de libre circulación de capitales y de desregulación financiera que ellos habían estado presionando insistentemente sobre Japón por décadas, anula el efecto de las políticas keynesianas que ahora tratan de imponerle.
Para Japón, acceder a las demandas occidentales de desregular su mercado laboral no hará sino empeorar aun más las cosas. Si se aplica consistentemente la desregulación del mercado laboral japonés en base a un modelo occidental - particularmente el de EEUU - se duplicaría, o talvez se triplicaría la cesantía. Eso, desde luego, es lo que se quiere hacer. Pero tendría como resultado el incremento de la sensación de inseguridad de la población trabajadora y por lo tanto, el reforzamiento de la propensión al ahorro de los japoneses. De esta manera se anularía el propósito del recorte tributario, que es estimular el consumo.

Posiblemente la única manera en que el gobierno japonés puede estimular el consumo es creando un proceso inflacionario que haga no rentable el ahorro. Pero en otros países los ahorrantes han respondido a la inflación ahorrando más - aun perdiendo dinero. No hay razones claras para pensar que los ahorrantes japoneses fueran tan diferentes. En todo caso el resultado inevitable de tal política sería el colapso del yen. Debido a que esto provocaría una respuesta oportunista por parte de otros países asiáticos, especialmente China, este es el resultado más temido, virtualmente más que cualquier otro, por los gobiernos occidentales. Los formuladores de políticas occidentales no han entendido que la flexibilidad que buscan imponer al mercado laboral japonés se contradice con las políticas keynesianas que ellos tratan de forzar sobre el gobierno japonés. Tampoco parecen haber percibido que las políticas más probables de ser efectivas para estimular la demanda en Japón, lo harán al costo de gatillar devaluaciones competitivas en Asia y por lo tanto proteccionismo en EEUU y Europa.

El incremento del desempleo que la desregulación del mercado laboral está apuntada a producir sería socialmente más disruptiva aun en Japón que lo que ha sido en los países occidentales. Ocurriría en un país que no posee un estado de bienestar. La experiencia de los países occidentales demuestra que esto no se puede implementar de la noche a la mañana. Si Japón importa un desempleo a nivel occidental, estaría eventualmente obligado a establecer alguna forma de estado de bienestar de estilo occidental. No obstante, los gobiernos occidentales están recortando el estado de bienestar basados en que este ha creado una subclase antisocial. Una vez más, se le pide a Japón que importe problemas, los cuales ninguna sociedad occidental ha estado ni siquiera cerca de solucionar. Sea que Japón desarrolle o no un estado de bienestar al estilo occidental, los resultados del creciente desempleo sólo pueden significar un gran incremento en las desigualdades económicas. Al insistir que Japón abandone el pleno empleo, las organizaciones transnacionales están demandando que renuncie a la especie de capitalismo más igualitario que hasta ahora ha preservado la paz social en el país. En contraste con las variedades occidentales, en las cuales los intereses de los accionistas son prioritarios, el capitalismo japonés deriva su legitimidad política y social del empleo que es capaz de generar. Algunas políticas implementadas por el gobierno japonés bajo la incesante presión de las organizaciones transnacionales pro-occidentales, podrían haber hecho insustentable este distintivo tipo de capitalismo japonés.

El "Big Bang" de 1998, en el cual las instituciones financieras fueron desreguladas, fue un fatídico paso para Japón. La desregulación financiera es incompatible con la preservación del capitalismo basado en el empleo de Japón. Al momento de evaluar las prestaciones de las compañías japonesas, los bancos extranjeros aplicarán un criterio desde el punto de vista del interés de los accionistas en lugar del criterio japonés, más preocupado de preservar el nivel de empleo. En las joint ventures en las que participen firmas japonesas y occidentales, habrá una presión unilateral por aplicar los estándares anglo-americanos de éxito y productividad. A la larga, si la desregulación financiera se desarrolla de acuerdo a lo planeado, el tejido entrelazado de bancos y compañías que sostiene al pleno empleo en Japón, se deshilará. El efecto de largo plazo de estas presiones tendrá que ser la importación del desempleo al estilo occidental. Tal desarrollo significaría el fin del contrato social no escrito que ha podido moderar los conflictos sociales e industriales en Japón desde los años cincuenta. A menos que este contrato sea renovado en una forma nueva y sustentable, la singular cohesión de la sociedad japonesa empezará a fracturarse. Japón podría seguir la ruta de otros países asiáticos hacia la inestabilidad política. En esta situación, aunque parezca remoto en estos momentos, un cambio repentino y radical en la dirección nacional, no puede descartarse.

Cualquier solución al problema económico de Japón pasa por una reforma a su cultura económica nativa en vez de intentar desmantelarla. El error asediante de las prescripciones occidentales para la economía japonesa constituye en asumir que Japón es, o será, tarde o temprano, un país occidental. Nada en la historia de Japón apoya tal expectativa. La historia de Japón registra muchas instancias de cambio abruptos en política nacional; no obstante, ninguno de ellos ha contemplado la renuncia a su cultura vernácula. La modernización de Japón durante el período Meiji fue exitosa en gran medida porque fue desarrollada internamente. De manera similar, la modernización económica será exitosa en Japón hoy día, en tanto no sea una política de occidentalización forzosa. Ninguna reforma a la economía que ponga en riesgo la cohesión social será aceptada como legítima por los electores japoneses. ¿Puede el mercado laboral japonés hacerse más flexible sin incrementar enormemente la inseguridad laboral? ¿Debería Japón intentar emular otras sociedades industriales avanzadas al tratar de reestablecer el crecimiento económico? o ¿Debería redefinirse el crecimiento económico en el sentido de mejor calidad de bienes, servicios y estilo de vida? Estas son algunas de las preguntas que deberán plantearse y responderse en Japón en los años venideros. Pero ellas no contienen ninguna solución para la crisis presente.

La perspectiva de una profundización de la deflación en Japón que gatille una depresión global ya no es más una idea remota o hipotética. Es real y está a mano. El peligro de la situación presente nace del hecho que los gobiernos occidentales están urgiendo a Japón a adoptar políticas que no lo sacarán de la deflación sino que lo llevarán a la ruptura del contrato social que ha preservado la cohesión social y la estabilidad política desde la Segunda Guerra Mundial. Las presiones occidentales para desregular los mercados ha dejado pocas opciones abiertas al gobierno de Japón, y ninguna de ellas carece de graves riesgos para la economía mundial.

 


¿Existe un futuro para las economías social de mercado europeas?

Una crisis sistémica de las instituciones financieras globalizadas podría descarrilar la partida del Euro. Pero si sobrevive dicha crisis, la moneda única daría a la Unión Europea una presencia en los mercados mundiales como nunca antes. Hasta ahora las discusiones se han enfocado en los obstáculos internos para su éxito, en lugar de apuntar hacia las implicaciones en la economía mundial. Sin embargo, estas últimas son potencialmente profundas. Una moneda única no capacita a la Unión Europea para aislarse de los mercados mundiales; pero crea un poder económico capaz de negociar en términos de igualdad con los Estados Unidos. Si todos los actuales miembros de la UE entran en ella, la zona del Euro sería la economía más grande del mundo y el Euro disputaría al dólar americano su cetro como la moneda mundial dominante. Si el Euro se establece como una moneda con credibilidad, el colapso del dólar se hace más posible. Si sale adelante, el Euro precipitará el momento en que EEUU no estará más en condiciones de prosperar como el mayor deudor del mundo. Con el tiempo, posiblemente muy rápidamente, un cambio en la balanza del poder económico en el mundo sobrevendrá inexorablemente.

Es cierto que las condiciones internas para el éxito de la nueva moneda no están aun en su lugar. Bajo un régimen de tasas de interés únicas, algunos países y regiones decaerán mientras otras prosperarán. En la UE no existen las condiciones que le han permitido a los EEUU adaptarse a estas divergencias. Actualmente Europa carece de movilidad laboral sobre todo el continente y no tiene mecanismos de fiscalización para prevenir el surgimiento de grandes contingentes de desempleados en las regiones deprimidas de Europa.

Una vez que el Euro esté operativo, las instituciones europeas se verán obligadas a remediar estas falencias. Estarán forzadas a desarrollar políticas que permitan a la economía responder más flexiblemente a los imperativos y restricciones de un régimen de moneda única. No obstante, tendrán que reconocer que Europa no es ni nunca será Estados Unidos. La movilidad laboral americana es imposible, y en este sentido no deseable, en un continente con comunidades diversas y de asentamiento histórico de larga data. Tampoco, me aventuro a sugerir, habrá nunca un estado europeo con los poderes que ostenta el gobierno federal de los Estados Unidos. Las instituciones europeas continuarán evolucionando, sin embargo, permanecerán como híbridas. Europa continuará siendo gobernada por el cambiante balance de poder entre los gobiernos nacionales y las instituciones transnacionales.

Los capitalismos europeos continuarán diferenciándose profundamente del libre mercado americano. Ningún país europeo - ni siquiera el Reino Unido- está preparado para tolerar los niveles de negligencia social producida por el libre mercado en los Estados Unidos. Los límites entre el estado y la sociedad civil permanecerán - como ha sido en el pasado- permeables y negociables. La memoria histórica y el arraigo bloquearán la movilidad masiva al modo americano. Por todos estas razones, el libre mercado no desplazará a los mercados sociales en los países de la Europa continental.

Sin embargo, los mercados sociales europeos no pueden sobrevivir en su forma actual. Para empezar, el desempleo está alcanzando niveles que lo hacen insostenible (sobre el 11% en la UE tomada en su totalidad). Cuando la población, como un todo, se envejece las implicaciones fiscales del desempleo a este nivel son cosa seria. Los problemas fiscales del desempleo masivo no son, sin embargo, el peligro mayor. El desempleo masivo ha agravado la exclusión social y la alienación política en toda Europa. La mayoría de los países de la Europa continental tiene partidos de extrema Derecha. En Francia y Austria, en parte debido al apoyo que ellos reciben de grupos socialmente excluídos, los partidos de extrema derecha dictan los términos de la negociación política a los partidos moderados. En estos países europeos, el centro político ya no está mas definido por valores liberales sino por partidos anti-liberales.

En los primeros años de la moneda única, el peligro que confrontarán las instituciones europeas es que serán identificadas con el desempleo masivo en las mentes de los ciudadanos. Los electores que perciben así a las instituciones europeas, son fácilmente explotados por los partidos derechistas. Es poco probable que los partidos de la derecha radical participen en el gobierno de algún país de la UE en los próximos años. Pero pueden condicionar profundamente el ambiente en el cual la política es formulada por las administraciones centristas. En la Europa más amplia, de la cual la UE es una parte, los partidos de extrema derecha podrían obtener mucho más poder. Donde y cuando los estados son débiles, son fácilmente balcanizados. Estados con minorías significativas pueden ser víctimas de nacionalismo étnico. Los acontecimientos en parte de la Europa post-comunista nos recuerdan que Europa no ha agotado su potencialidad para sufrir trastornos. En un mercado libre globalizado, los grupos sociales que han sido excluídos de la participación económica, recurren a la acción política como adherentes de movimientos extremistas. Zygmunt Bauman ha descrito muy bien este desarrollo: "Una parte integrante del proceso de globalización es la segregación espacial, la separación y la exclusión. Tendencias neo-tribales y fundamentalistas, que reflejan y articulan la experiencia de la gente en el extremo receptor de la globalización, son tan legítimos vástagos de la globalización como la ampliamente aclamada 'hibridización' de la cultura top - la cultura de la elite globalizada."

Los Socialdemócratas creen que las economías social de mercado europeas pueden ser renovadas dentro del marco del laissez-faire global. No obstante, la movilidad mundial del capital hacen inefectivas las políticas keynesianas en las cuales se basaron en el pasado los regímenes socialdemócratas para alcanzar pleno empleo. El comercio global liberalizado hacen de los costos asociados a la carga regulatoria y tributaria del capitalismo socialmente responsable, difíciles de soportar. En tanto prevalezcan estas condiciones, las economías sociales de mercado europeas estarán bajo constante presión por parte de las fuerzas del mercado globalizado. La exclusión social y la alienación política serán peligros constantes. Esto no quiere decir que el modelo Rhin de capitalismo esté destinado a desaparecer. Por el contrario, el capitalismo alemán ha emergido del trauma de la unificación como la fuerza económica dominante de Europa. Para el modelo del Rhin, la cuestión es si puede continuar subordinando los intereses de los accionistas a aquellos de los demás grupos de interés. En tanto las reglas del laissez-faire global no sean confrontadas, la respuesta debería ser que no puede.

Los mercados globalizados presionarán a la baja los precios de las acciones de las compañías que lo intenten. Aun en una Europa unificada por una moneda única, la economía social de mercado alemana no puede continuar tal como es hoy día. Ni en Alemania ni en ningún otro país de la Europa continental las economías social de mercado convergerán con las economías de libre mercado anglo-sajonas. Sin embargo, en el curso de una generación, las economías social de mercado de Europa serán probablemente irreconocibles. La moneda única no puede aislar a Europa de las intensificadas presiones competitivas que surgen de procesos de globalización que llevan siglos de gestación. Mucho tiempo despues de que el laissez-faire global haya pasado a la historia, Europa seguirá necesitando encontrar su lugar en un mundo que ha sido alterado irreversiblemente por la industrialización. Tampoco puede la moneda única servir como escudo protector contra los deshechos del colapso económico de países vecinos. Si Rusia cae en el caos luego del colapso del rublo, el impacto económico directo sobre los países de la UE puede que no sea inmanejable. El impacto social y político puede ser considerable. ¿Cómo podrán países como Polonia enfrentar los riesgos de grandes movimientos de masas a través de su frontera oriental? ¿Cómo afectarán las crisis de refugiados en gran escala a la estrategia de ampliación de la UE hacia el Este?

La moneda única será de poca ayuda para Europa al momento de enfrentar tales problemas. Si embargo, le otorga a la Unión Europea una poderosa ventaja para responder a la crisis mayor del laissez-faire global. Si el mercado mundial comienza a despedazarse bajo las presiones que ya no puede soportar más, Europa sería el bloc económico más grande. Su tamaño y riqueza le permitirían presionar por reformas para limitar la movilidad de los capitales. Si sobrevive al desorden de los próximos años, la posición central del Euro fortalecerá la voz de Europa para urgir regulaciones al comercio especulativo de monedas. Aún en una depresión global como la de los años treinta, Europa podría ser menos severamente afectada que Estados Unidos y que los países de Asia. El libre mercado nunca ha tenido en Europa la posición de autoridad que algunas veces ha tenido en países de habla inglesa. No es inconcebible que la Unión Europea pueda tomar el liderazgo en la construcción de un nuevo marco para la economía mundial, en la estela del colapso del laissez-faire global.

¿Puede hacerse algo?

Por el momento no hay consenso de que la economía mundial está en crisis. La opinión en las organizaciones transnacionales y en los partidos políticos principales insiste en que la depresión asiática puede ser dominada. La necesidad de una reforma radical a la economía mundial no ha sido comprendida. Esta persistente falta de entendimiento avala el pesimismo acerca del futuro. La crisis asiática no ha sido entendida porque, de acuerdo a la visión del mundo que prevalece, esta no debía ocurrir. En esta concepción del mundo, el libre flujo de capitales promueve la eficiencia económica. Lo hacen aun cuando - como en Indonesia- su efecto es la ruina completa de una economía. En la concepción del mundo que domina en nuestro tiempo, la eficiencia económica ha sido desconectada del bienestar humano.

Se necesita un cambio básico en la filosofía económica. Las libertades del mercado no son fines en sí. Son recursos, instrumentos inventados por seres humanos para propósitos humanos.Los mercados se han hecho para servir al hombre, no el hombre para servir al mercado. En el libre mercado globalizado los instrumentos de la vida económica han llegado a ser peligrosamente emancipados del control social y del gobierno político. En las organizaciones transnacionales hay signos de que el fundamentalismo del libre mercado está siendo cuestionado. El dogma de que el capital debe poseer movilidad irrestricta y similares preceptos del "consenso de Washington" son a veces criticados. Pese a todo, el libre mercado anglo-sajón permanece como el modelo para la reforma económica en todas partes. La idea de que la economía mundial debe organizarse como un único mercado universal, no ha sido aun confrontada. La explicación última del poder del libre mercado no se encuentra en ninguna teoría económica. Se encuentra en el recurrente utopismo de la civilización occidental. El libre mercado mundial encarna el ideal de la Ilustración occidental de una civilización universal. Es lo que explica su popularidad, especialmente en los Estados Unidos. Es también lo que lo hace peculiarmente peligroso en este tiempo. La globalización - la diseminación de nuevas tecnologías que acortan las distancias- no hacen de los valores occidentales, valores universales. Hacen a un mundo irreversiblemente pluralista. La creciente interconexión entre las economías del mundo, no significa el crecimiento de una única civilización económica. Significa que debe encontrarse un modus vivendi entre culturas económicas que siempre permanecerán diferentes.
La tarea de las organizaciones transnacionales debiera ser la de confeccionar un marco de regulaciones dentro del cual las diversas economías de mercado puedan prosperar. Actualmente están haciendo lo contrario. Ellos intentan forzar una transformación revolucionaria sobre las divergentes culturas económicas del mundo.

La Historia no avala la esperanza de que el laissez-faire global pueda reformarse fácilmente. Se necesitó el desastre de la Gran Depresión y la experiencia de la Segunda Guerra Mundial para que los gobiernos occidentales pudieran liberarse de una anterior versión de la ortodoxia del libre mercado. No podemos esperar que surjan alternativas viables al laissez-faire global sino hasta que se produzca una crisis económica de mayor alcance que esta que hemos experimentado hasta ahora. Con toda probabilidad, la depresión de Asia se expanderá sobre gran parte del mundo antes de que la filosofía económica que sostiene al libre mercado globalizado sea finalmente abandonada.

Sin un cambio fundamental en las políticas de Estados Unidos, todas las propuestas para reformar los mercados globalizados nacerán muertas. En el presente, Estados Unidos combina una insistencia absolutista en relación a su propia soberanía nacional con una pretensión universalista de jurisdicción mundial. Tal aproximación constituye un supremo despropósito en relación al mundo plural que la globalización ha creado.

La consecuencia práctica de la política americana sólo puede ser que otros poderes actuarán unilateralmente cuando la inestabilidad del mercado globalizado se haga intolerable. En este punto, el edificio del laissez-faire global hecho a la ligera, comenzará a derrumbarse.
El mercado libre globalizado es un proyecto que estaba destinado a fracasar. En esto, como en muchos otros aspectos, se parece al otro experimento de ingeniería social utópica del siglo XX, el socialismo marxiano. Ambos estaban convencidos de que el progreso humano debía tener una civilización única como su meta. Ambos negaron que una economía moderna puede darse en muchas variedades. Ambos estaban dispuestos a pagar un gran precio en sufrimientos humanos con tal de imponer su visión única del mundo. Ambos han encallado en la satisfacción de las necesidades humanas vitales.

Si tomamos la Historia como nuestra guía, debemos esperar que el libre mercado globalizado, en poco tiempo más, pertenecerá a un pasado irrecuperable. Como otras utopías del siglo XX, el laissez-faire globalizado - junto con sus víctimas- serán absorbidos por el agujero negro de la memoria histórica.

Traducción: Max Larrain y Grupo Propolco