En nuestro país existen algunos personajes de la intelectualidad y la
política que siempre quieren aparecer figurando a la vanguardia de la
sociedad, haciendo de adelantados. Como vigías que se apostan en el extremo
de proa de la nave, a horcajadas sobre el bauprés. Nadie está
por delante de ellos, sólo el inmenso horizonte del futuro. Estos sempiternos
revolucionarios abrazaron con fervor las corrientes más avanzadas del
izquierdismo de los sesenta. Más tarde, la veleta de los vientos y de
los tiempos apuntó en una dirección distinta, hacia la revolución
neoliberal. En aquellos años la consigna era socializar, estatizar, colectivizar,
avanzar hacia una sociedad igualitaria, como sinónimo de modernidad,
de progresismo. Lo contrario era ser conservador, retrógrado, no innovativo,
"momio".
La nueva revolución de derecha de los años ochenta, en cambio,
tenía por modelo a lo privado, el mercado, el individualismo, la desigualdad,
es decir, un viraje en 180º respecto de la anterior, vuelco que ha causado
profunda impresión en dichos actores. No obstante, lo común a
estas revoluciones ha sido su afán por la eficiencia, la productividad,
la innovación, el crecimiento, en fin, todo lo que se pensaba contribuiría
al bienestar general sea que este se lograra por distribución, según
una visión o por chorreo, según la otra. Es decir, la eficiencia,
la evaluación, el mérito, los incentivos no fue privativo de un
determinado modelo, como se pretende creer. Ambos buscaban desarrollar estos
valores, aunque de diferentes maneras.
Hay mucho de cierto en la afirmación de J.J. Brunner en un reciente artículo, en el sentido de las prácticas corporativistas que se verifican en nuestra sociedad. Sin embargo, este es un fenómeno que alcanza a la mayor parte de las sociedades bajo régimen político democrático. Curiosamente, llama la atención del intelectual la actividad corporativista que realizan los grupos intermedios de la sociedad nacional, el gremio de docentes, los trabajadores de la salud, los médicos y otros. Pero al mismo tiempo parece ignorar al corporativismo de las organizaciones empresariales, de los grandes grupos económicos y de las transnacionales, los cuales han sido mucho más eficaces en lograr imponer su voluntad de privatizar en su favor la mayor parte de las empresas de Estado chileno, independientemente de su grado de eficiencia y , desde luego, sin ninguna consideración al "interés de la población" que tanto preocupa al sociólogo.
Brunner repite la monótona cantilena del credo neo-liberal de la supuesta eficiencia de la empresa privada por oposición a la ineficiencia de la administración estatal, cántico que llevamos ya más de dos décadas escuchando y cuyas primeras notas fueron entonadas por los "Chicago Boys" allá por los años setenta. Este credo se habría convertido en el "sentido común" de la opinión pública que, según su parecer, "ha evolucionado imperceptiblemente pero consistentemente" hacia los valores respecto del consumo, los servicios públicos y el Estado.
Probablemente Brunner se ha paseado por las ventanillas del servicio público,
por las postas de urgencia y las escuelas básicas municipalizadas y ha
tenido mala suerte, pero asimismo ha tenido la fortuna de no experimentar problemas
con las cuentas telefónicas adulteradas, ni con los aumentos en los precios
de los servicios sanitarios privatizados, como tampoco problemas con las escuelas
básicas cuyos sostenedores deciden cerrar, ni con las colas, las ineficiencias
y la carestía del servicio bancario, tampoco con la Isapre que no le
quiere cubrir alguna enfermedad, ni ha tenido que "disfrutar" un paseo
en micro, ni siquiera ha sufrido los apagones de las privatizadas empresas eléctricas,
en fin, suma y sigue. ¿De qué eficiencia privada nos habla? Probablemente
de la eficiencia de la rentabilidad.
Las causas de la falencia en los servicios -privados o estatales- habría
que buscarlas en las condiciones de desarrollo de nuestro país, en sus
niveles económicos, culturales y educacionales en lugar de relacionarlas
con la forma de propiedad, apreciación que constituye otro mito más
de los "neo-revolucionarios".
Pero hay algo más notable en la vehemente crítica de Brunner a parte de la dirigencia concertacionista. Tiene que ver con su perspectiva -un tanto prusiana- de la disciplina que los partidos debieran mostrar frente al Gobierno. En primer lugar, les depoja de su condición de intermediarios entre la sociedad civil y la administración del Estado, es decir, una vez elegido el Presidente, a los partidos no les quedaría mas que obedecer acríticamente cuanta iniciativa emane desde la cúpula burocrática. La función articuladora y transportadora de inquietudes, intereses y demandas de la población que precisamente define a un partido político debería cesar en el momento que alcanzan el poder, según su parecer. En segundo lugar, los quiere exprimir de cualquier herencia ideológica (que no sea la que él comparta), como un lastre que les impediría ver la "luz" de su verdad. Sospecho que esto tiene que ver con una aversión hacia el partido ideológico y una preferencia por el tipo catch-all party (partido atrápalo-todo) que permite alcanzar cargos de poder sin el problema de tener que adoptar una posición ideológica definida.
Finalmente, para que su postura no sea confundida por la de un ortodoxo militante
UDI, arremete en contra de los valores de derecha en cuanto a familia, libertad,
autonomía personal y sexo. Pero, básicamente, en aquello que realmente
divide las aguas entre la izquierda y la derecha chilena, el rol del Estado,
su visión es claramente de derecha.
A mi entender, esto no tendría nada de reprochable, al fin y al cabo
cada ciudadano tiene pleno derecho a sustentar las ideas que más le gusten.
Lo que me parece objetable es que, en este caso particular, el acceso a tareas
de gobierno fue apoyada por el conglomerado de centro-izquierda que se supone
se aglutina alrededor de una perspectiva ideológica diferenciada respecto
de la derecha.
En última instancia, dada la proliferación e influencia de este tipo de pensamiento "pragmatizado" e indiferenciado, no nos debe extrañar las derrotas electorales que las izquierdas gobernantes empiezan a experimentar en el mundo. Pragmatismo en no poca medida condicionado por la presión de una especie de "bonapartismo económico" supranacional.
Mayo 2002