Liberalismo/Socialdemocracia ¿Qué rumbo tomar?

por Max Larrain

En mi opinión, el debate entre liberales hayekianos y socialdemócratas dentro de la Concertación está llegando a su fin, o al menos, así parece.

Aunque la discusión democrática es siempre un ejercicio necesario, no se trata de pasarse todo el período del Presidente Lagos en esta pugna sin tomar un rumbo definido. El costo político de tal indeterminación ha afectado al Gobierno en su primer año, verificándose en las encuestas más recientes una merma en la aprobación de su gestión por parte de la ciudadanía, no toda achacable al problema del desempleo. Despues de todo, este país conoció cifras de cesantías espeluznantes durante buena parte del régimen militar. En cambio, la claridad y coherencia del discurso político opositor, especialmente el de la Unión Demócrata Independiente, ha rendido los frutos por ellos esperados.

Por otro lado, asistimos a una suerte de decadencia de los otrora infalibles economistas neoclásicos. A la incapacidad para predecir el desarrollo del trance económico se suma ahora su dificultad para explicar las causas que han llevado a la actual situación.

Existen variadas versiones que apuntan hacia una multicausalidad de la presente coyuntura.

Hay desde los que señalan una situación internacional desfavorable -primero debido a la crisis asiática y últimamente debido a los síntomas de desaceleración de la economía mundial- hasta los que piensan que el modelo exportador de los últimos 15 años está agotado.

Los más fundamentalistas creen que no se ha pisado el acelerador lo suficientemente a fondo para la imposición del modelo de libre mercado globalizado y exigen más privatizaciones y mayor desregulación.

Unos opinan que la falta de flexibilidad de los mercados laborales afecta la competitividad de las empresas. Otros se inclinan por la carencia de voluntad del empresariado para invertir, como la causa principal.

Algunos dirán que las iniciativas de reformas laborales y tributarias saltaron al debate público en momento inoportuno, es decir, antes de que se asegurara la reactivación económica, otorgando al gremio empresarial un buen pretexto para ocultar motivaciones ideológicas.

También pudo haber errores en la conducción económica del gobierno anterior al desalentar el consumo e imponer una política fiscal contractiva, alimentando así percepciones que contribuyeron a la crisis como una profecía autocumplida. La fijación desfasada de altas tasas de interés por parte del Banco Central enriqueció a los bancos y endeudó al empresariado pequeño y mediano. La rebaja arancelaria unilateral, uno de cuyos efectos ha sido la quiebra de pequeñas y medianas empresas por competencia externa desleal, ha redundado en el incremento de la desocupación. Las controvertidas privatizaciones también aportaron al aumento del paro.

Hace un par de años escribíamos sobre la posibilidad de que el país hubiera caído en una suerte de trampa de liquidez, este círculo vicioso autorreforzado entre la declinación del consumo y el aumento de la cesantía.

En fin, podría citarse una infinidad de causas. Sin embargo, lo que está en el trasfondo es la incapacidad de la economía neoclásica para entender y manejarse en los vaivenes de su nueva economía. La responsabilidad debe ser asumida por sus santones. No es posible que en tiempos de bonanza, cuando todo marcha bien, sean ellos los que, rodeados de un halo de infalibilidad, se lleven los laureles de la victoria. Pero en tiempo de crisis, nadie asume sus errores y se busque echarle la culpa al hado.

¡Qué larga explicación para decir lo que voy a argumentar a continuación!

Me refiero a que el Presidente Lagos haría muy bien en definirse por una línea más socialdemócrata que liberal, porque esta última sólo tiene argumentos económicos o economicistas, que, como ya expresé, son variados, contradictorios y , por último, nadie sabe lo que puede pasar. En cambio, la primera apunta fundamentalmente a la necesidad de supeditar el manejo económico a la conducción política en su sentido más amplio. Dirección política responsable, se entiende, pero que tienda a reducir el espacio autónomo de la decisión económica.

Creo que el Presidente debe hacer lo que el electorado espera de él, y pienso que la gente lo identifica más como socialdemócrata que como un neoliberal.

Hagamos un pequeño ejercicio de lógica, poniéndonos en el peor de los casos. Si el Presidente sigue una línea socialdemócrata -cese de las privatizaciones, mejores regulaciones del mercado, régimen tributario, leyes laborales, iniciativas sociales en áreas de salud, previsión y transporte mediante un Estado activo y solvente- y la situación empeora, el electorado sería indulgente al reconocerle consecuencia con su trayectoria política. En cambio, si el Presidente se allana a seguir la línea liberal -privatizaciones, desregulaciones, rebaja tributaria, flexibilidad laboral, jibarización del Estado- y la coyuntura se profundiza, todo el mundo se le irá encima.

En mi opinión, seguir un curso de compromiso entre ambas opciones constituiría un error porque no aclararía nada. Ante la incertidumbre de los resultados económicos, lo más cuerdo para el liderazgo político sería perfilar una línea definida y coherente de acción, que al mismo tiempo sea percibida así por la ciudadanía. Al final, siempre habrán contentos y amargados, porque no se puede estar bien con Dios y con el Diablo, al mismo tiempo.

Mayo 2001