¿Y PARA QUÉ LA IZQUIERDA?

por Max Larrain

El papel de la izquierda en estos tiempos ha constituido un debate de suyo interesante, aunque espúreo en algunos sentidos.

Sin afán de ser reiterativo y aunque parezca frase cliché, se puede afirmar que el golpe más duro recibido por este sector fue el derrumbe de los regímenes socialistas prevalecientes en la ex-Unión Soviética y los países de Europa Oriental. Se perdió así el referente adoptado, con mayor o menor grado de adhesión, por el progresismo occidental.

No obstante, detrás de aquella derrota histórica existe una verdad empírica de superior peso y profundidad que tiene relación, ni más ni menos, con la imposibilidad epistemológica de establecer un sistema de planificación económica centralizada, con muy poco o ningún espacio para el mercado, esquema que constituyó la viga maestra en la construcción de los socialismos llamados reales.

Debemos el desarrollo de esta hipótesis a Friedrich A. Hayek, quien visualizó al libre mercado -o catalaxia como él gustaba llamarlo- como la única forma posible de relación económica. En efecto, el cada vez más complejo entramado de las necesidades humanas y los infinitos satisfactores que darán cuenta de ellas, hacen prácticamente imposible la dirección y control de las actividades de intercambio desde un ente central. La información acerca de lo que cada uno necesita en términos de bienes y servicios para su existencia -y no hablamos aquí de necesidades de subsistencia- está infinitamente diseminada. Sólo el juego del mercado puede recoger este dato y transformarlo en actividad útil. En este ejercicio, el precio pasa a ser el parámetro clave.

Hasta aquí el aporte más importante ( sino el único), según John Gray, de F. A. Hayek al pensamiento contemporáneo.

Como mercado y capitalismo aparecen indisolublemente ligados, podemos concluir que esta técnica de producción permanecerá durante un tiempo apreciable, lapso difícil de pronosticar.

Lo primero que ha debido admitir la izquierda, de buen grado o no, es al régimen capitalista de mercado como la forma de producción legítimamente vigente, aunque han surgido objeciones válidas al menos respecto a los efectos sociales de su versión de libre mercado globalizado, modalidad que, desde luego, no es la única forma que puede adoptar la economía de mercado.

Bajo estas circunstancias, pareciera que la izquierda ha quedado huérfana de una teoría económica propia que le dé sustento.

En lo político, se ha reconocido a la democracia liberal, otrora denominada democracia burguesa, como el sistema que habría de regirnos hoy y en el futuro predecible. Sin embargo, es importante tener presente que la asociación entre capitalismo, mercado y democracia no es ineluctable. De hecho, en Chile, como en otros países, se vivió un régimen de dictadura política combinado con una economía capitalista de mercado.

Aceptada la democracia liberal , como orden político y el capitalismo de mercado , como régimen económico, surge la pregunta entonces: ¿Para qué la izquierda? o puesta de otro modo: ¿Qué significa hoy ser de izquierda?

El libre mercado, aparentemente, constituye un eficiente vehículo para la asignación de recursos. Sin embargo, éste adolece de una imperfección insalvable: no produce equidad, es decir, no distribuye equitativamente el producto del esfuerzo colectivo. Al contrario, permite o incentiva la acumulación asimétrica de la riqueza, y por lo tanto del poder.

Bajo estas circunstancias será papel de la izquierda morigerar los efectos nocivos del mercadismo propugnado por el pensamiento hayekiano, consciente de que tanto el mercado puro como la total planificación centralizada de la economía, son los dos polos utópicos de un contínuo cuyo equilibrio deberá encontrarse en algún punto intermedio, definido para cada caso particular en su correspondiente contexto histórico. Consecuentemente, nadie puede asegurar que en un futuro, más próximo o más lejano, factores como el crecimiento demográfico, la merma de recursos, el calentamiento global, el deterioro del medio ambiente, los efectos sociales de la exclusión, etc., no obliguen a derivar hacia políticas económicas de mayor control centralizado, lo que constituiría una paradoja para el libre mercado del “Fin de la Historia”.

En términos concretos esta contradicción deberá resolverse mediante una justa ecuación entre el mercado libre y un Estado regulador capaz de preservar el bien común. No obstante, el mero rol subsidiario y regulador del Estado, si bien podría ser aplicable a las sociedades desarrolladas post-welfarestate, no lo es para las nuestras que deben afrontar problemas masivos no resueltos en los ámbitos de la cultura, la educación, la pobreza y la marginalidad, a lo que se suma una nueva calamidad: la exclusión, fenómeno que afecta cada vez a un mayor número de personas que no alcanzan los umbrales mínimos de capacitación intelectual, exigidos por la Era de la Información. Estos grandes desafíos no podrán encararse a partir del mercado sino mediante un Estado fuerte (no confundir con autoritario) y solvente. Corresponderá entonces a la izquierda, desde la perspectiva de los humanismos socialista y cristiano, actuar como contrapeso a las injusticias originadas en el mercado, manteniendo como postura ética la salvaguardia del bienestar de las grandes mayorías, problemática cuya solución pasa por la existencia de un Estado integrador y articulador.

Visto así, definirse de izquierda y al mismo tiempo propender acríticamente a la reducción del Estado por conveniencia económica de corto plazo o bien por el sólo hecho de ser la doctrina en boga, constituye un contrasentido.

Los ideólogos (neo)liberales han apuntado hacia el Estado o, más bien, hacia las mayorías democráticas que sustentan su administración, como el poder del cual el individuo o las minorías deben protegerse, por lo general mediante los llamados “contrapesos”. Sin embargo, deliberadamente han soslayado el hecho indesmentible de que en la actualidad operan organizaciones privadas cuyo poder supera al del Estado nacional.

Pero también, otras formas de poder fáctico, que constituyen las llamadas minorías consistentes, ponen en peligro la autonomía y libertad de los individuos en un grado mucho mayor que el aparato estatal, el que, en última instancia, en una democracia está sujeto al escrutinio y control soberano de la ciudadanía. En otras palabras, quienes deben protegerse de las minorías poderosas son las mayorías, a través de la profundización de la democracia y del ejercicio de sus derechos ciudadanos.

Para la izquierda significará un reto histórico doble el liderar un movimiento hacia una democracia más plena, fortaleciendo el rol de un Estado activo por un lado , y por otro lado creando y apoyando organizaciones de la Sociedad Civil con el propósito de proteger a los individuos de aquellos poderes que verdaderamente amenazan su libertad.

Febrero 2.001.