Al maraño, al maraño, dijeron...

Por Max Larrain

La entrevista a Alvaro Bardón junto a María Olivia Monckeberg en el programa Medianoche de TVN me pareció notable, más que nada por la actitud desfachatada y un tanto desencajada del primero al intentar argumentar en favor de las privatizaciones durante el régimen militar.

El despojo al patrimonio de todos los chilenos, que se denuncia en el libro de Monckeberg “El saqueo de los Grupos Económicos al Estado chileno”, constituye para Bardón una medida de pura y legítima transacción entre el Estado y privados, según él, de empresas ineficientes e improductivas. Afirmación que espera más de alguien le crea. Es decir, los nuevos inversionistas (o nuevos ricos), muchos de ellos administradores estatales de dichas empresas, en un acto patriótico y altruista, compraron estos “cachos” a precio de huevo, para librarnos de tales cargas.

Inmerso en su particular ética, no ve o no puede ver nada malo en esta apropiación que algunos economistas chicaguianos encabezaron. Medida unilateral, inconsulta, decidida entre la camarilla de asesores que rodeaba al dictador, ante la carencia de la más mínima fiscalización parlamentaria ni de libertades de sus genuinos dueños, los contribuyentes, para expresar su desacuerdo. En otras palabras: un robo a plena luz del día pero efectuado con oscuros mecanismos.

La postura corporal, artificialmente relajada, intentando minimizar la gravedad del asunto, complementan su palabrería espúrea e inconvincente.

Sin que nadie se lo planteara allí, negó que este traspaso fuera parte de un complot que asociaba a la dictadura militar con los tecnócratas de la Escuela de Chicago (¿No era esta la ciudad donde reinaba Al Capone?). Sin embargo algo o mucho de eso hay. La alianza tecnocrático-militar fue una de las características comunes a los regímenes burocráticos autoritarios latinoamericanos. Estrategia que ya estaba en marcha hacia fines de los 50, cuando la universidad norteamericana firmó convenio con su homóloga católica chilena en la que muchos de estas lumbreras estudiaban.

Como ya es sabido, meses antes del golpe del 11 de septiembre de 1973, un grupo de economistas ligados a la Escuela de Chicago, entre los que se contaba a Bardón, habían confeccionado el programa económico del régimen militar que vendría. Este proyecto fue designado con el nombre clave de “El ladrillo”. Tal vez una deformación de la idea de “piedra angular”.

La luz verde fue dada por el gobierno del corrupto Richard Nixon, en vista de la imposibilidad de dar un “golpe blanco”, dado que las elecciones parlamentarias del 11 de marzo de 1973 habían aumentado ostensiblemente la base de apoyo del gobierno del Presidente Allende.

La falta de argumentos de este insigne privatizador lo lleva a esgrimir el recurso final, el as en la manga : “Este es un cuento que sólo puede existir en la mente de socialistas” -declara. “Todo es una sarta de mentiras”.

Como su compañero de university, José Piñera, Bardón es un privatizador por excelencia. Entre sus propuestas se encuentra la liberalización de todas las drogas como una forma de terminar, o con el narcotráfico o bien con los mismísimos drogadictos. En alguna ocasión ha propuesto algo así como privatizar la pobreza, es decir, que esta deje de ser una preocupación del Estado, para que sea administrada por el sector privado. Y no se piense que a Bardón no se le escucha, porque en la calle se ve que cada vez aumentan más los chilenos que dependen de la buena voluntad de los privados y sus limosnas para su sobrevivencia. Es la “nueva economía” en su esplendor. Cada cual en su lugar : los ricos en su riqueza y los pobres en su pobreza.

Con movimientos espasmódicos de sus huesudas manos, y siempre echándose hacia atrás en el rojo sillón, Bardón niega en forma rotunda la afirmación de la periodista escritora acerca de los préstamos blandos o blandísimos que muchos de los próceres señalados en su libro obtuvieron gracias a la generosidad del entonces presidente del Banco del Estado. Adivinen quién.

Con un gesto de desdén hacia todo lo que huela a fiscal, termina su intervención reafirmando su inquebrantable fe en los prodigios del libre mercado y en la panacea de las privatizaciones. Seguramente haciendo un inventario mental de las instalaciones de TVN ante una eventual adjudicación de este apetitoso medio estatal.

Abril 2.001