La ingobernable economía o el mal de las platas locas

por Manuel Gárate Ch.

Ya nadie confía en los oráculos de la modernidad ¿Qué paso con los expertos de la economía que ya no aciertan ni siquiera en las proyecciones a doce meses? ¿Qué sucede que las continuas y reiteradas crisis de los mercados arrasan con todos aquellos que pretenden predecirlas? Al parecer, la economía global avanza mucho más rápido que quienes pretenden estudiarla. Para que hablar del equipo económico del presidente Lagos: anuncian la reactivación lanzando verdaderos cantos de sirena. Parecen desesperados sacerdotes de una religión muerta.

Cómo no asombrarse ante las caras de los más afamados economistas del orbe, al ver que sus predicciones se vienen al suelo con cada vez más frecuencia. Ni doctorados de Harvard , Yale, Stanford y Chicago se salvan de la debacle de su otrora infalible ciencia ¿Pero es responsabilidad de los economistas el ya no comprender los fenómenos de su disciplina? En gran parte diría que no, y es lo que intentaré explicar a continuación desde un punto de vista histórico.

La mayor parte de la economía que se enseña hoy en el mundo es producto de un determinado período al que conocemos como Guerra Fría. Los gurúes de la época fueron justamente personajes que se identificaban con el llamado "mundo libre" en contraposición al bloque de los socialismos reales. Pero justamente, su carácter de pensadores de combate (Hayek y Friedman por ejemplo) los hacía defender a como de lugar no sólo un modelo económico, sino que una filosofía y un tipo de organización social centrada en los intereses del individuo. Ellos eran la artillería pesada intelectual del mundo capitalista en su lucha contra el mundo marxista. Pensadores de trinchera, cuya labor (claramente exitosa en el largo plazo) era justificar una visión del mundo más que explicar los fenómenos económicos. Claramente, lograron hacerse de un halo cientificista al aplicar métodos intensivos de las matemáticas en sus estudios (modelos econométricos), en lo que reconozco aportes, pero bien sabemos que los números pueden ser usados para justificar cualquier tipo causa, sin consideraciones éticas de ninguna especie (así los Soviéticos tenían a los mejores matemáticos del mundo justificando "científicamente" un sistema centralizado inviable, o bien los nazis perfeccionaron al máximo sus fórmulas matemáticas para el exterminio de judíos, gitanos y una serie de pueblos eslavos, incluso contando con las máquinas de cálculo de la filial alemana de IBM).

El capitalismo de la segunda postguerra tenía características irrepetibles, y una de ellas era el hecho de que debía morigerar sus efectos sociales pues del otro lado había fuerzas dispuestas a aprovechar cualquier descontento o conato revolucionario al interior de las sociedades occidentales. Por ello es que tanto gobiernos, empresarios como sindicatos de occidente dan origen al llamado estado del bienestar (Welfare State), que claramente equilibraba la balanza entre capital y trabajo, como una forma de defensa ante la revolución marxista. Esto le permitió a Europa y a los Estados Unidos contrarrestar el peligro revolucionario, aunque el tercer mundo poco pudo disfrutar de esto. Precisamente, este tipo de capitalismo de consenso generó los más grandes índices de crecimiento y consumo que recuerde occidente (1948-1973), al mismo tiempo que contradecía las predicciones de Marx sobre la concentración del capital.

Sin embargo, los sectores ultristas del liberalismo económico no veían con buenos ojos que el Estado adquiriera un papel tan preponderante en este modelo, pues su obsesión estaba en destruir todo lo que oliese a planificación centralizada, propiedad pública, sindicatos, interesándoles solamente sostener los índices de crecimiento y control monetario de la economía. Eran considerados fanáticos y minoría hasta que la crisis petrolera de 1973 les dio la oportunidad de aplicar sus recetas fuera del primer mundo. Sus primeros éxitos dieron pie para que aplicaran su fundamentalismo a todo nivel, pero a sabiendas que el programa no podía llevarse a cabo por completo pues todavía existía el némesis rojo, preparado para aprovechar cualquier descontento social. Neoliberales, pero también y, antes que nada, pragmáticos. La caída del muro de Berlín les dio la oportunidad de campear y mostrarse al mundo como los vencedores de la Guerra Fría, quienes derrotaron al marxismo con la ciencia y sin las armas. Lo que no sabían y pocos comprenden es que la economía consensuada que criticaban era aquella que sí podían predecir.

La economía postguerra fría es más parecida a la de 1929 que a la de 1989, global, incontrolable, liberalizada, de ciclos rápidos y bruscos, de colapsos bursátiles y financieros, con bancos centrales inermes, y en búsqueda frenética de paraísos fiscales y mano de obra barata. Sin embargo ahora es realmente a escala global y a una velocidad insospechada. Los nuevos medios han hecho que las crisis y "turbulencias" se propaguen ya no en días u horas, sino que en minutos y segundos... a la velocidad e inmediatez de internet. Los hombres de la economía ya no son capaces de seguir este ritmo y sus recetas econométricas se refutan antes de que sean planteadas. Tan estupefactos se encuentran que ya sus gráficos y estadísticas las reemplazan por explicaciones sicológicas como la "incertidumbre", la "falta de confianza" o las "expectativas". Es decir, vuelve a ser lo que nunca dejó de ser: una ciencia social que se resiste a ser modelada salvo en el microcosmos de la microeconomía del "ceteris paribus".

Dirán que defienden la misma economía de Adam Smith y David Ricardo, pero ni siquiera ellos entenderían una economía de capitales golondrinas, paraísos fiscales, dolarizaciones, acciones tecnológicas fantasmas, de operadores y brokers digitales. Seguramente estos antiguos pensadores del libre comercio y la industria se espantarían ante tanto capital especulativo, crisis recesiva, turbulencia, etc.

Sin temor a equivocarme diría que Mr. John M. Keynes entendería más esta economía que los doctores que nos gobiernan hoy en día. Algunos ingenuos aún piensan que su disciplina es ciencia.

marzo del 2001