Estado, mercado y democracia

por Max Larrain

Aparece más o menos claro que la última movida del Gobierno para nombrar como consejero del Banco Central a José de Gregorio -reconocido como adherente a la llamada ala liberal de la Concertación (es más propio designarla como ala derechista) - obedece a la necesidad de reafirmar el compromiso de la administración con el modelo económico vigente, en momentos que surgían opiniones que anunciaban su posible agotamiento. Las dudas acerca de la eficacia del actual esquema para sacar al país de la presente coyuntura (nadie quiere hablar de crisis), provocó la airada reacción del Presidente del Banco Central Carlos Massad, quien afirmó que poner en dudas la validez de éste era una irresponsabilidad que equivalía a abrir una caja de pandora.

Un acuerdo previo de la bancada senatorial DC había propuesto el nombre del economista de sus filas Ricardo Ffrench-Davies. Idea aprobada también por otros representantes concertacionistas e incluso por altos personeros de gobierno. Los senadores DC no tenían nada personal en contra de De Gregorio, por lo demás también DC, pero se buscaba un consejero que representara una visión distinta que contrapesara y enriqueciera el proceso de decisión del organismo.
El candidato cepaliano había mostrado en ocasiones una visión algo crítica respecto de la aplicación del modelo, siendo más proclive que sus congéneres liberales a establecer regulaciones al mercado. Razón suficiente para quedar excluido del círculo de decisión del Central, hecho contradictorio con la esencia colegiada que el legislador quiso darle a la dirección de la entidad emisora.

Finalmente, De Gregorio fue ratificado como nuevo consejero de la entidad autónoma por 23 votos a favor, 8 en contra y 7 abstenciones. Lo curioso, o talvez no tanto, fue el hecho que el candidato del Gobierno habría sido ratificado gracias a los votos de la oposición, ya que algunos senadores DC votaron en contra o se abstuvieron. Sin duda, la inesperada decisión del Presidente causó molestia en la DC y tensionó la relación entre sus senadores y el Ministro de Hacienda, principal lobbysta en esta operación.

Sin embargo, lo que está en el trasfondo de toda esta algarabía es la defensa a ultranza de un determinado modelo económico -cuya ortodoxia corre por rieles muy estrechos- y que intenta imponer la élite tecnocrática al margen de cualquier debate democrático.

Resulta sospechoso que esta actitud dogmática y reacia a aceptar opiniones diferentes se haya exacerbado en momentos que el país atraviesa por una coyuntura económica complicada que ya lleva más de tres años. Pareciera ser que los argonautas del modelo económico han optado por navegar a través de la tempestad aferrados al rumbo inicial, confiados en que sería la unica manera de encontrar el vellocino de oro perdido, es decir, crecer nuevamente a tasas de 7%.

La estrategia argumental de los fundamentalistas de la economía no difiere mucho de la adoptada en temas valóricos: si se es partidario de una ley de divorcio entonces se está en contra de la familia o si se opina en favor del aborto terapéutico, se está en contra de la vida o si se favorece las campañas de prevención, se es partidario de la promiscuidad.

De manera análoga, si se opina en favor de establecer mejores regulaciones al mercado, se es estatista y contrario al crecimiento. Si se objetan las privatizaciones, es porque se es conservador, contrario a la modernidad. Como lo expresa Vittorio Corbo: "Obviamente el mercado no es perfecto, pero la alternativa del estatismo, los controles de precios, la regulación excesiva y la asignación de recursos directa por parte del Estado termina invariablemente ahogando las fuerzas que promueven el crecimiento y la prosperidad".
Es la opinión de Corbo, no necesariamente toda la verdad.
Personalmente opino que el mayor crecimiento y la mayor prosperidad del capitalismo se dieron en la postguerra bajo el Estado de Bienestar de inspiración keynesiana, con una marcada ingerencia del Estado en las esferas en que el mercado se muestra ineficaz, como lo es en proveer crecimiento con equidad.

Por lo demás, el libre mercado del laissez-faire, que propugna el insigne economista, fracasó rotundamente en el primer tercio del siglo pasado, proyecto que se desplomó con el crac bursátil de 1929. ¿Y quién salió al rescate sino el Estado, mediante las políticas del New Deal del presidente Roosevelt?
Sin ir más lejos, nuestro país, ante el fracaso rotundo de la "primera oleada" chicaguiana que se manifestó con la quiebra del sistema financiero en 1982, fue salvado por la intervención del Estado. Prácticamente hubo que "estatizar" la banca privada, mientras el Banco del Estado gozaba de perfecta salud. Los libremercadistas, o ignoran la Historia o bien tienen "mala memoria".

Por otra parte, si las opciones se establecen de la forma maniquea como la presentan los fundamentalistas neoclásicos, y no se acepta como válida la interacción entre Estado y Mercado, entonces estaríamos en una situación complicada de relación entre Democracia y Mercado porque ¿De qué manera se implementan las decisiones democráticas de las mayorías si no es a través del Estado y sus diversos organismos?

Desde una perspectiva sistémica el Estado representa al receptor, integrador y articulador de las demandas de los ciudadanos, las que deben traducirse en respuestas concretas, mediante leyes o medidas administrativas, para eso se elige a los gobernantes y legisladores. Muchas de estas demandas podrán no ser del gusto de los tecnócratas de turno, pero en democracia los métodos cuentan tanto como los fines, de aquí que puede ser muy comprensible el desaliento de los representantes concertacionistas al ver impedida su intención de llevar ideas nuevas a la entidad encargada de las políticas monetarias.

El corolario de esta historia podría ser: al Mercado lo que es del Mercado, al Estado lo que es del Estado.

Junio 2.001