DE JEQUES, VISIRES Y MANDARINES.

Por Max Larrain

En un reciente artículo publicado en El Mercurio del 19 de diciembre, titulado Madurez, Errores y Vulgaridades, Enrique Correa Rios, ex-ministro y militante del Partido Socialista, las emprende en contra de un sector de la Concertación que al parecer ha sido crítico al gobierno del Presidente Lagos por poner al crecimiento económico como el objetivo prioritario de su administración.

No creo que haya nadie sensato en la izquierda que esté en contra del crecimiento ni de los equilibrios macroeconómicos. Lo que se puede cuestionar es la racionalidad de la base de ese crecimiento o la manera en que se establecen los equilibrios. Veamos. Si se aceptara recibir y almacenar basura atómica en el desierto de Atacama, probablemente sería un estupendo negocio, muy bien pagado, que incrementaría la cifra de crecimiento. Claro que habría que hacer abstracción del enorme riesgo de daño ecológico para la generación presente y las futuras. O si se permitiese la explotación indiscriminada de nuestros recursos naturales, sin ningún tipo de previsión que la haga sustentable, esto también contribuiría a generar cifras de crecimiento importantes.
Si no existieran regulaciones para los negocios, leyes laborales o controles burocráticos, de seguro que se incentivaría el crecimiento. Si se vendiese Codelco y otras empresas del Estado, sin dudas el fisco obtendría un ingreso muy significativo (por una sola vez).

En fin, si más de medio millón de cesantes es el equilibrio actual del mercado, en aras de mantener los equilibrios macroeconómicos, entonces no tendría caso aplicar políticas expansivas de gasto público para disminuir ese parámetro. Si así lo quiere el mercado, amén.

En el fondo Correa no hace más que repetir lo que la derecha siempre ha postulado y es que, a través del crecimiento ininterrumpido y manteniendo los equilibrios macroeconómicos, todo lo demás se soluciona por su propio peso (el conocido chorreo).
Si fuera así, el elector inteligente haría bien en cambiar al equipo gobernante, después de todo la derecha representa la mercadería genuina ¿para qué confiar en neófitos y advenedizos?

El grave problema del tremendo desequilibrio en la distribución del ingreso, producto del “crecimiento sin apellidos”, como lo llama Correa, no parece digno de mención.

El error de nuestros analistas subsistirá mientras no sean capaces de distinguir entre crecimiento y desarrollo. El crecimiento no es un fin en sí sino un instrumento para lograr el desarrollo. Desde luego es una condición necesaria, pero en ningún caso suficiente para alcanzar el bienestar a que la ciudadanía legítimamente aspira. Quedarse en el puro crecimiento, sin apuntar al fin último que es el desarrollo político, léase una mayor y mejor democracia y al desarrollo social, que implica una mayor participación en los bienes y servicios generados por la sociedad, es prácticamente reproducir un esquema que, desde luego, ha contado con la aprobación de la derecha y los poderes fácticos al mismo tiempo que ha sido instrumental para la permanencia de la coalición de centro-izquierda en el gobierno.

A los cuantofrénicos, amantes de las cifras, no es fácil convencerlos que doblar o triplicar nuestros guarismos de crecimiento no significa que en el futuro alcanzaremos un estado de desarrollo equivalente a los países del primer mundo. Probablemente el ingreso per cápita de cualquier emirato petrolero sea superior al de Dinamarca o de Noruega, pero esto no lo hace un país desarrollado, sobretodo si unos pocos príncipes, emires y jeques se llevan la mayor parte del producto.

El ingreso per cápita es el parámetro más inútil y desinformante que existe si no va acompañado del mapa de la forma en que este se reparte. Al respecto, tenemos una mala noticia: Chile sigue siendo uno de los países con la peor distribución del mundo en vias de desarrollo.

Por otra parte, según el criterio de Correa, cada vez que haya elecciones tendríamos que presentarle a los ciudadanos las cifras macroeconómicas. De manera que, aunque el elector se encuentre cesante o tenga un empleo precario, gane poco y no le alcance para un colegio aceptable para sus hijos o para la salud de su familia o aun para comer bien , o talvez sea explotado a causa de la maléfica ley laboral, de todos modos vote por el gobierno que le presenta tan bonitas cifras, al fin y al cabo -dirá Correa- él no puede pedirlo todo, tiene que optar o priorizar la satisfacción de sus necesidades.
De acuerdo a este predicamento, el elector inteligente debe ir al fondo de las "verdaderas bases" en las que descansan su supuesto bienestar, es decir, el crecimiento y los equilibrios macroeconómicos y hacer caso omiso de esas "banalidades" que se relacionan con su pequeña vida diaria.

Curiosamente, lo que se le predica al "homo economicus" es todo lo contrario de lo que se le predica al "homo politicum". El primero debe preocuparse de los grandes temas económicos del país, ser solidario con las metas nacionales y obviar los pequeños problemas cotidianos que le afectan. Al segundo, en cambio, se le desconoce su facultad para preocuparse del desarrollo de la democracia y las reformas a la Constitución porque no serían de su interés inmediato: son problemas "que no interesan a la gente".

Al intentar diferenciarse de los neoliberales, Correa cree que le está llevando un gran mensaje a sus correligionarios. Pero si El Mercurio publica su artículo, por algo será.

Diciembre 2.000
GRUPO PROPOLCO