Se vende trozado, en cuotas y a precio "de mercado".

por Manuel Gárate Ch.

La enfermedad de considerar todo como una mercancía, parece contagiar a todos los estratos de la sociedad chilena. Ya no se trata de creer o no en el libre mercado, sino de cómo -por medio de argucias intelectuales- se legitima la avaricia, el lucro y todo tipo de abusos pecuniarios.

El triste episodio representado por la Asociación Central de Fútbol, respecto de la venta de los partidos de local de Chile para las eliminatorias de del mundial del 2002, no hace otra cosa que evidenciar cómo el abuso se ha consagrado frente a nuestras narices. Lo peor de todo es que ya no nos sorprende. Para estos nobles dirigentes, el fútbol es un producto y la selección nacional también. Por ello, debemos pagar el precio que se les antoje a los supuestos "dueños del espectáculo" (que obviamente no son los futbolistas).

La ANFP tenía los derechos de transmisión del fútbol otorgados por la FIFA, los cuáles decidió "trozar", vendiendo una parte (los partidos de visita) a la cadena privada PSN. Al mismo tiempo, tasó los partidos de local para ofrecerlos a los canales chilenos de TV abierta. Tan alto fueron los precios de "licitación" que ni siquiera las tres mayores cadenas del país estuvieron dispuestas a pagar juntas los 800 mil dólares que se pedían por partido. No contentos con lo anterior, anunciaron que los canales nacionales debían negociar con PSN los partidos de visita, pues la Asociación ya los había vendido y no podía -por honor- "deshacer" el negocio.

En una nueva ocurrencia genial del "Think Tank" de la ANFP, su directorio decidió dar una solución a la aspiración del pueblo de Chile por ver a su selección: los partidos podrían venderse a una cadena privada satelital, la que los proyectaría en lugares públicos y así permitir a la gente disfrutar del espectáculo. "Es una manera de reunir al pueblo", dijeron.

Respecto de las entradas al estadio, implantaron un sistema de lo más desarrollado: la venta de abonos por anticipado. Sin embargo, no tomaron en cuenta las dificultades de gran parte de los hinchas para pagar los 56 mil pesos que cuesta el abono más barato (galería). Esto, sin mencionar que debieron bajar los precios, porque originalmente la cifra ascendía a cerca de 90 mil pesos (unos 180 dólares). En un acto de extrema bondad, dejaron un 30% de las localidades para venta al público antes de cada encuentro.

Es verdad que la venta de abonos existe en otras partes del mundo, pero no estamos hablando de la selección de Alemania o Brasil como para cobrar esos precios. El razonamiento es el siguiente: existiendo demanda, se cobra y estruja hasta que "la gallina reviente".

El problema no termina aquí, pues el conflicto ahora tiene repercusiones políticas. Varios parlamentarios, ante el peligro de dejar al pueblo sin su máxima fiesta futbolera, han alzado la voz en defensa del derecho de la gente a ver los partidos en su casa, comiendo asado y tomando pipeño. Agradecidos estarán los carniceros y botilleros de Chile. Es curioso que muchos de estos mismos tribunos de la plebe nunca alzaron la voz cuando se privatizó el agua potable, se cerraron las playas de Chile o se alzaron los precios de las micros por sobre los $270. No señores, la causa del fútbol une a todo el espectro político nacional.

Estamos cerca de convertir una de las pocas fiestas del país en algo parecido al campeonato de fútbol chileno: con estadios vacíos, con estradas caras, televisado satelitalmente, con clubes quebrados y con más dinero que nunca. Si para ver copa libertadores, y fútbol nacional, hay que contratar 3 servicios privados de televisión. Me pregunto: ¿cuál más deberé comprar para ver la roja de todos?

Marzo 2000