TERCERA VIA: Una alternativa socialdemócrata al neo-liberalismo.

por Max Larrain

Para el 2 de junio próximo está previsto el viaje del Presidente Lagos a Europa, específicamente a Berlín, donde “debutará en el club de la Tercera Vía en una cumbre en la capital alemana”.

¿De qué trata la Tercera Vía?
En cuanto al vocablo mismo, según Anthony Giddens, sociólogo inglés e ideólogo tras esta nueva corriente de pensamiento político, el término ‘tercera vía’ no tiene particular significación en sí mismo ni por sí mismo. Ha sido utilizado anteriormente muchas veces en la historia de la socialdemocracia, y también por escritores y políticos de tendencias bastante diferentes.

Se trata de la renovación de la antigua socialdemocracia europea. En Gran Bretaña, la tercera vía ha acabado asociándose a la política de Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Esto es así, dado que fue el Reino Unido, bajo el gobierno de Margaret Thatcher, el único país europeo que experimentó a fines de los setenta y principios de la década de los ochenta el chock que significó la implantación del neoliberalismo, como antítesis del estado de bienestar, este último el mayor legado de la socialdemocracia en la Europa de posguerra.

El impacto que tuvieron las reformas neoliberales sobre el Reino Unido, Estados Unidos, Australia y Latinoamérica (léase Chile) fue mayor que sobre la mayoría de los países de Europa continental.

Según Giddens, el estado de bienestar fue una creación de la derecha tanto como de la izquierda, pero en el período de posguerra los socialistas lo reclamaron como propio.

El colapso del laissez-faire de principios de siglo fue tan grande que, a partir de los años treinta la intervención estatal así como la planificación económica se daban por sentadas. Para aquel estado de desarrollo de la tecnología y de la economía mundial, la nueva modalidad era indiscutible. La idea de liberalizar mercados parecía pertenecer al pasado, a una época que había sido superada. De hecho, la economía keynesiana, con un fuerte ingrediente de planificación estatal, impulsó al capitalismo a niveles de desarrollo jamás antes soñados por los partidarios del libre mercado. Las ideas librecambistas de Friedrich von Hayek fueron consideradas excéntricas.

Sin embargo, las vueltas de la vida, a principios de los años setenta el estado de bienestar europeo empieza a experimentar sus primeras dificultades, las crisis energéticas y los cambios tecnológicos, como asimismo las primeras señales de la globalización, materializadas por la movilidad del capital financiero, apuntaron a cuestionar una modalidad de capitalismo que, si bien se caracterizaba por su responsabilidad social, empezaba a hacerse “muy caro” y por lo tanto poco competitivo ante la voracidad de un emergente capitalismo, libre de ataduras sociales, que se había incubado en las décadas precedentes bajo la inspiración del pensamiento hayekiano y de la economía neoclásica. A lo anterior se le suma la inevitable declinación de los llamados “socialismos reales”, sistemas de planificación económica extrema, encabezados por la Unión Soviética, cuyo colapso histórico se verificó hacia fines de la década de los ochenta.
La idea de Hayek, sobre la imposibilidad epistemológica de la planificación centralizada, cobró actualidad. Junto a otros detractores librecambistas del socialismo se convirtieron en una fuerza a ser tenida en cuenta.

Una pequeña pero necesaria aclaración antes de entrar en el tema central:

¿Qué diferencia a la socialdemocracia de los socialismos reales?
La terminología suele confundir al lego, circunstancia que la derecha esta muy atenta a utilizar. En su proyecto económico la socialdemocracia, reconociendo la realidad del mercado, posee una visión no-maximalista, en el sentido que acepta la preponderancia del sistema capitalista privado de producción, con una más o menos fuerte intervención estatal en la propiedad y la planificación económica. Mientras que para los socialismos llamados reales, los cuales predominaron en el bloque soviético, la propiedad del capital se encontraba en manos del estado, y la planificación centralizada era extrema. En lo político, la diferencia es aún más fundamental. La socialdemocracia abomina de cualquier forma de totalitarismo o autoritarismo y ha demostrado estricto apego a las reglas de la democracia liberal.
Sin embargo, muchos de los partidos socialdemócratas de Europa Occidental se denominan a sí mismos “partidos socialistas”, como es el caso del partido socialista sueco, el partido socialista francés o el partido socialista obrero español, por citar a algunos.

¿Qué diferencia a la socialdemocracia clásica ( la vieja izquierda) del neoliberalismo (la nueva derecha)?
Bueno, casi todo, excepto su adhesión a la técnica capitalista de producción, su pertenencia a un mundo bipolar, una forma de modernización lineal y una débil conciencia ecológica. Veamos un listado de estas diferencias.

Socialdemocracia clásica.
-Fuerte intervención del Estado en la vida social y económica.
-El Estado predomina sobre la sociedad civil.
-Colectivismo
-Economía keynesiana de demanda, más corporativismo.
-Papel restringido de los mercados: economía mixta o social.
-Pleno empleo.
-Fuerte igualitarismo.
-Estado de bienestar de gran extensión, que protege a los ciudadanos “desde la cuna a la tumba”.
-Internacionalismo.

Neoliberalismo o Thatcherismo.
-Gobierno mínimo.
-Sociedad civil autónoma.
-Fundamentalismo de mercado.
-Autoritarismo moral, más un acusado individualismo económico.
-El mercado de trabajo se desregula como ningún otro.
-Aceptación de la desigualdad.
-Nacionalismo tradicional.
-Estado de bienestar como red de seguridad pública mínima.
-Teoría realista del orden internacional.

 

La política de la tercera vía.

“La meta general de la política de la tercera vía debería ser ayudar a los ciudadanos a guiarse en las grandes revoluciones de nuestro tiempo: la globalización, las transformaciones de la vida personal y nuestra relación con la naturaleza.”

Se declara una actitud positiva hacia la globalización, pero sólo como un fenómeno con un alcance mucho mayor que el mercado global. De hecho, no se identifica la globalización con un apoyo universal al libre comercio. Este puede ser un motor del desarrollo económico, pero dado el poder destructivo de los mercados sobre el tejido social y cultural, sus consecuencias más generales han de ser siempre examinadas.

La justicia social constituye una preocupación esencial para la tercera vía.
Igualdad y libertad individual pueden colisionar, pero las medidas igualitarias también aumentan a menudo la gama de libertades accesibles a los individuos.
Se abandona el colectivismo en busca de una nueva relación entre individuo y comunidad, una redefinición de derechos y obligaciones.
Mientras la antigua socialdemocracia tendía a considerar los derechos como exigencias incondicionales hacia el gobierno, la nueva propuesta sugiere una actitud diferente de los gobernados que se puede resumir en la frase: ningún derecho sin responsabilidad.

Con el individualismo creciente debería venir una extensión de las obligaciones individuales.
Las prestaciones por desempleo, por ejemplo, deberían acarrear la obligación de buscar trabajo activamente, y depende de los gobiernos asegurar que los sistemas de bienestar no desalienten la búsqueda activa. Este principio ético de “ningún derecho sin responsabilidad”, sin embargo, debe aplicarse no sólo a los destinatarios del bienestar, sino a todo el mundo, incluidos sectores empresariales que , de una u otra forma, reciben apoyo del estado.

Otro precepto importante es : ninguna autoridad sin democracia. La única ruta para establecer la autoridad es la democracia. Es un aspecto fundamental en una sociedad donde la tradición y la costumbre pierden fuerza, en particular ante el ímpetu avasallador de las relaciones de mercado. El nuevo individualismo no corroe inevitablemente la autoridad, pero reclama que sea reconfigurada sobre una base activa o participativa.

Otros aspectos del que se ocupa la política de la tercera vía tienen que ver con respuestas hacia la globalización, hacia el cambio científico y tecnológico y hacia nuestra relación con el mundo natural. Cómo deberíamos vivir tras el declive de la tradición y la costumbre, cómo recrear la solidaridad social y cómo reaccionar ante los problemas ecológicos.

En una era de riesgo ecológico, la modernización no puede ser puramente lineal y desde luego no puede equivaler simplemente a crecimiento económico.

Ha habido una constante confusión, intencionada o no, al definir la modernización sólo en términos económicos. La derecha neoliberal llega más allá, estrechando el concepto al punto de transformarlo en sinónimo de privatización. Estos grupos sólo ven virtudes en la gestión privada y vicios en la gestión pública, interesados únicamente en la transferencia favorable de empresas estatales eficientes y lucrativas. Incluso se diría que no les interesa o, más exactamente, no les son funcionales a sus intereses los aspectos culturales, sociales y políticos de la modernización.

Por otra parte, Giddens considera lo que él llama el conservadurismo filosófico, como esencial. Este concepto tiene una vaga afinidad con el conservadurismo tradicional de derecha. El conservadurismo filosófico sugiere una actitud pragmática a la hora de afrontar el cambio; una concepción matizada de la ciencia y la tecnología, reconociendo sus consecuencias ambiguas para nosotros; un respeto al pasado y a la historia; y en el ámbito medioambiental, una adopción del principio precautorio allí donde sea factible. Estas metas no sólo no son incompatibles con un programa modernizador; lo presuponen.

Para el caso chileno, lo anterior significa respeto a la herencia institucional del Chile republicano vigente desde 1932 a 1973, tanto a sus tradiciones democráticas como a la modernización alcanzada durante aquella etapa bajo la dirección de un estado progresista. Tampoco es dable aplicar una economía de libre mercado american-style, sin considerar los aspectos culturales de cada sociedad en particular. Situación que se agrava al devenir una sociedad de mercado a partir de una economía de mercado.

Se trata de evitar el despojo del patrimonio nacional, mediante la privatización indiscriminada, por una simple imposición ideológica. Esto puede ser pan para hoy y hambre para mañana.

Asimismo, ciencia y tecnología no pueden dejarse ya fuera de la esfera de la democracia, pues influyen en nuestras vidas de un modo más directo y trascendental que en generaciones anteriores.

La tarea difícil para los gobiernos que se inclinen por la tercera vía será la de deshacerse de las “ventajas” del cortoplacismo impuesto por la reforma neoliberal, en la que prima el crecimiento económico por sobre cualquier otra consideración, de modo que, al erradicar los aspectos más explotadores de los recursos humanos y materiales, no “aserruchen su propia rama” en la aspiración por terminar sus períodos en cifras azules.

El reto es doble, porque no se trata de aplicar políticas económicas irresponsables. Los gobiernos de la tercera vía deberán compatibilizar los equilibrios macroeconómicos, el crecimiento y control de la inflación con las tareas de equidad y dosificación racional de los recursos, funciones que el mercado es inacapaz de regular por si solo. Todo esto al tiempo que se realizan políticas de estado de largo alcance, en el que la inversión social juega un papel central.

Mayo 2000