CHILE AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS

por Enrique Fernández M.

Desde hace tiempo se viene afirmando en círculos médico- psiquiatricos que la población de la ciudad de Santiago, consideradas las grandes urbes del mundo, padece los mayores índices de enfermedades mentales. Entre éstas, predominan los cuadros depresivos.

El primitivo y penoso espectáculo del estadio techado del Parque O’Higgins, no hace más que ratificar la enfermedad de la sociedad santiaguina. Si se prefiere aplicar el individualismo metodológico como pauta de análisis sociológico, entonces tenemos individuos enfermos: altamente agresivos, intolerantes, enrejados tras su individualismo, violentos como respuesta a la frustración.

Esta patología abarca todo el espectro social. Fenómeno tranversal, gusta decirse hoy por hoy. Así en estratos ABC 1, hemos observado atónitos como en supermercados de barrios pudientes, “jolies madames” son capaces de las más bochornosas conductas con tal de hacerse con alguna fugaz oferta.

Si bien existe cierto consenso en cuanto al diagnóstico, en relación a las causas o etiologías, las opiniones son discrepantes y variadas. Cuando se detectó tiempo atrás, en un estudio del P.N.U.D. que había malestar o “malaise” en la sociedad chilena, un connotado y autocomplaciente sociólogo, manifestó que se trataba de los avatares propios de una sociedad en etapa transicional hacia la modernidad.

Creemos que no debiera descartarse la existencia de causas estructurales relacionadas con la aplicación de la ideología neo-liberal en Chile. Nuestro país constituye un caso único en el mundo en el que las pautas económicas y sociales neoliberales fueron impuestas bajo un régimen político autoritario y no en uno democrático, como en los casos de Nueva Zelanda, Gran Bretaña o Estados Unidos. Bajo los eufemismos de revolución silenciosa e irrupción de la modernidad, mutamos abruptamente, de una sociedad cautelada por el ente estatal y estructurada en torno al Estado, a una sociedad de individuos en frenética lucha por su propio interés de tener y poseer bienes. Arribamos al mejor de los mundos, aquel regulado por la mano invisible bajo la égida del Mercado.

El modelo aplicado fue el de estirpe más ortodoxa, lo que pudo haber motivado a su mentor intelectual, el Dr. F.A. von Hayek a desplazarse hasta estos lejanos confines. Los Piñera, De Castro, Bardón, ( conocidos genéricamente como Chicago Boys ) campearon sin tener que lidiar con inoportunas contiendas electorales ni con movilizaciones sociales de ningún tipo. Para 1983, la Obra ya estaba casi totalmente concluída de modo irreversible.

La desregulación del mercado laboral, el cambio del sistema de pensiones de uno de orientación solidaria a uno de capitalización individual, la gestación de instituciones privadas de salud, son las modificaciones más paradigmáticas de un modelo neoliberal aplicado a raja tabla en Chile. Pero a diferencia de otros procesos de similar orientación, acaecidos en países anteriormente nombrados, aquí no se contaba con algunos de los frutos positivos del vilipendiado Estado de Bienestar Keynesiano. No contábamos con ningún tipo de seguro de cesantía, ni con un sistema de salud coherente y de buena calidad que hubiese logrado asegurar y proyectar índices de salubridad pública medianamente aceptables. Tampoco generó el sistema educacional en boga, la capacitación de numerosos contingentes de mano de obra calificada para acceder a procesos productivos de mayor complejidad. La tormenta neoliberal golpeó inclementemente a la gran mayoría de los chilenos, quienes de la noche a la mañana, nos vimos enfrentados con requerimientos y exigencias para los cuales nunca habíamos sido preparados ni mucho menos, consultados si estábamos dispuestos a ello.

Vendrían posteriormente cambios a nivel mundial que refrendarían y potenciarían lo aquí sucedido. Henchidos de orgullo y soberbia la nueva élite del Poder, la Tecnocracia, se sintió mesiánica.

Desechados quedaron los tiempos de un mundo con un mínimo de certezas en el cotidiano ámbito del individuo y de proyectos de sociedad fundados en ideas y no solo articulados en torno a un modelo de economía fanatizado por el crecimiento.

La inseguridad del individuo de la que tanto habla la duopólica prensa de este país, no sólo dice relación con un agresor externo, personificado por un potencial ladrón o asesino. Existe otra inseguridad altamente neurotizante, que está relacionada con trabajos inestables, extenuantes y mal remunerados, enfermedades que arruinan pecuniariamente al entorno familiar del paciente, con la expulsión del educando del colegio según el arbitrio del sostenedor, con la licencia médica impugnada como sistema, con la impunidad y el desparpajo del chantaje de poderosos gremios, con la amenaza siempre latente de los armados guardianes del llamado Estado de Derecho.

Cual rata de laboratorio, a la cual se le generan estímulos neurotizantes, respondemos individual y colectivamente con patrones de conducta violentos. Nos sentimos amenazados por todos y por todo. El compañero o compañera de trabajo ya no es más que un potencial competidor de mi puesto laboral. El servidor público, sea este funcionario o político, no es más que un zángano mantenido por todos y que debería desaparecer. Difícilmente sabemos ya quienes son nuestros vecinos; los pasajes de cierran con altas rejas, los condominios son pequeñas ciudadelas amuralladas. Las metas colectivas suenan a trasnochado y no van con la Modernidad que impone la máxima de la competitividad entre los individuos.

Este individuo así enajenado y aislado se potencia en los actos masivos de cualquier índole, sean estos políticos-electorales, musicales o deportivos “utilizándolos” para descargar su ira contra todos y contra todo. No es cierto que sólo sean pequeños nucleos de inadaptados sociales que se agrupan en torno a pandillas juveniles o barras bravas. Como en una suerte de Fuente Ovejuna, todos somos sujetos y objetos de este morboso apaciguamiento de la angustia mediante la violencia.

Seguramente linajudos expertos y consultores dirán que no hay suficiente evidencia empírica para decir que la sociedad chilena y especialmente la de Santiago, está enferma. Que los estudios no son concluyentes, que están sesgados y que adolecen de intencionalidad política al plantear que el modelo de sociedad neoliberal, regida exclusivamente por el Mercado, está en el origen de muchas de estas conductas.

No hay peor sordo que el que no quiere oir ni peor ciego que el que no quiere ver. Para los tecnócratas sólo lo cuantificable existe. Cabría corregir: existe sólo lo que ellos cuantifican, lo demás es verso.

Abril, 2000.