¿Es posible hablar de reconciliación?

por Manuel Gárate Ch.

Los últimos meses de nuestra coyuntura política han estado marcados por el tema de los derechos humanos y la división de la sociedad chilena. Mucho se ha hablado sobre reconciliación, reencuentro y otras posibles actitudes que permitirían destrabar la actual situación que vive nuestro país.

En Chile, se vive la extrema urgencia por llegar a algún tipo de acuerdo en el tema de los derechos humanos. Nuestra sociedad, temerosa de cualquier tipo de confrontación similar a la de 1973, exige resultados rápidos a instancias como la mesa de diálogo o el poder judicial. Esta celeridad es -justamente- el peor enemigo de una posible salida al problema que, por de pronto, no podrá satisfacer por completo a ninguna de las partes en conflicto. Es comprensible el miedo latente, pero históricamente estos problemas nunca se han resuelto en forma rápida o por decreto; menos a espaldas de la ciudadanía. Es sabido que nada de lo que vive el país actualmente habría sucedido si es que Augusto Pinochet no hubiese sido detenido en Londres. Esta aparente obviedad no lo es tanto, porque significa que -como sociedad- no estábamos preparados para enfrentar el problema (o no quisimos hacerlo), y este se nos vino encima justamente por un incidente totalmente imprevisto ¿Pero significa esto que debamos autoexigirnos reconciliación o unidad nacional en un plazo perentorio?

Cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿alguna vez la sociedad chilena ha estado conciliada?, ¿Es posible utilizar este concepto para referirse a un grupo humano tan heterogéneo? La palabra reconciliación, como bien dijimos en un anterior artículo, se utiliza - según la definición propia de la Real Academia de la Lengua- en el ámbito de las relaciones humanas más personales; de "primer grado" como lo define la sociología.

La historia de Chile no nos muestra períodos de conciliación o grandes acuerdos cívicos. Más bien, es posible advertir fracturas como la revolución de 1851, la guerra civil de 1891, la inestabilidad de los años 20 y 30, y - especialmente- el quiebre constitucional y social de 1973. Sin embargo, un gran consenso sí es necesario. Se refiere a la tolerancia respecto de la diferencia, la cual se expresa en el respeto al régimen democrático y la convicción de que el oponente no es un enemigo a exterminar. Más que esto no es posible pedir a ninguna sociedad. Suponer una determinada "Unidad Nacional" es pensar la sociedad chilena bajo el prisma del nacionalismo del siglo XIX. Ni siquiera en períodos de guerra o amenaza externa es posible apreciar la quimera de la unidad nacional. Ni la Alemania de principios de siglo logró la tan mentada unidad durante la primera guerra mundial. Es cosa de recordar las disputas entre los jefes del ejército y el poder político civil, que casi hundieron al país en la guerra civil.

Cómo, entonces, esperar que nazca un Chile "unido" de las cenizas del `73. Las sociedades no son matrimonios ni familias como algunas metáforas intentan demostrarnos. Es más, conviven armónicamente mientras respeten sus diferencias internas; mientras alguien no intente "unificarlas". Lo único que podemos esperar con optimismo del Chile del futuro es convivir en la diferencia, con interpretaciones del pasado distintas, con héroes dispares, con culpables diferentes, pero con la única convicción de que esto no se puede cambiar; de que el otro tiene derecho a existir en la diferencia. Mientras ningún iluminado intente imponer su visión al oponente, permaneceremos en paz. Pensar que podemos obtener más que eso es tan peligroso como insistir en una división fraticida. La única condición exigible es no romper las reglas del juego.

Sinceramente, valoro los esfuerzos de una mesa de diálogo o de un acercamiento entre víctimas y victimarios del ´73 ¿Pero el resto de los chilenos seguiremos siendo siempre espectadores de un futuro que nos compete a todos y que se decide entre cuatro paredes? Definitivamente pienso que no ¿Acaso los ciudadanos no podemos pronunciarnos sobre si deseamos la aplicación o derogación de la ley de Amnistía? ¿Sólo vale nuestra opinión cuando se trata de encuestas? Respeto el dolor de los familiares de los detenidos desaparecidos, pero si la mayoría de los chilenos se manifestara en un plebiscito por dejar atrás de una vez este tema ¿sería o no legítimo? ¿Se puede hipotecar el futuro de la gran mayoría por la opinión de una minoría? ¿Y si los ciudadanos mayoritariamente se pronunciaran por eliminar la ley de amnistía y juzgar a todos los culpables de delitos de lesa humanidad? Ninguna minoría política o militar tendría, entonces, derecho a veto. Más importante que decidir sobre semáforos o pasos bajo nivel, es hacerlo sobre nuestra realidad como sociedad y los problemas que nos aquejan. Erich Fromm hablaba del miedo a la libertad. Nosotros sufrimos una variante del mismo mal: el miedo a la ciudadanía.

Septiembre 1999