Una campaña presidencial "light": la Política sin conflicto.

Por Enrique Fernández M.

El semanario the Economist, hace poco tiempo atrás, publicaba un artículo en el que se indagaba si los partidos políticos (p.p.), en democracias maduras, tenían hoy en dia mayor o menor gravitación. Dejando de lado la cuestión de que siempre el neoliberalismo pretende hacer ver que no existe un desmedro, ni de la política ni de la importancia del Estado en la situación mundial actual, el punto de interés en esta ocasión dice relación con aquellos argumentos en favor de la tésis de quienes sostienen, que los partidos políticos mantienen o incluso poseen mayor influencia hoy que ayer. (Moreover, in spite of their supposed decline, parties continue to keep an iron grip on many aspects of politics).

Uno de estos argumentos es que los partidos políticos continuan siendo la instancia fundamental en la nominación de los candidatos que resultan electos en las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales. Sin preguntarnos si Chile podría calificar como democracia madura, surge aquí el primer elemento que nos motiva reflexión. En nuestra peculiar campaña presidencial, la nominación de los dos principales candidatos, Lagos y Lavín, se produjo de una manera que podríamos calificar de "inversa" a lo que vendría a ser lo convencional. Ambos y en especial Lagos, fueron candidatos llamados "naturales", queriendo graficar con este calificativo que se trata de figuras que no solamente rebasan ampliamente los universos partidistas que les son afines sino que, además, primero se consolidaron como candidatos y después les correspondió a los partidos o coaliciones "engancharse" a una situación de facto.

Con estas personalidades "carismáticas" no se necesitó del o los partidos políticos para que llegaran a ser candidatos con alta probabilidad de triunfo sino que por el contrario, los p.p. debieron contentarse con alinearse tras de ellos y ponerse a su disposición.

Ante el denostamiento consuetudinario de la política, los partidos políticos y los políticos, - tan propios de estas décadas de neoliberalismo-, pareciera que a los candidatos mencionados incluso les molesta o incomoda la figuración o presencia de los p.p. Es decir, les son aún esencialmente necesarios pero deben situarse, en lo posible, detrás del escenario, intentando mantener una cautelosa distancia y sobre todo, no incordiar al candidato con llamados a ciertas ortodoxias o lealtades.

Es así como la campaña electoral de los candidatos dejó hace mucho tiempo de estar coordinada, sostenida y centralizada desde un partido político o incluso desde una coalición o multipartidaria.

Las ideas políticas ya no acostumbran a germinar y crecer al alero de los p.p. sino que ahora provienen de asépticos "think tanks", que mantienen veladas relaciones con estos mismos y donde sí militan la mayoría de sus cuadros y profesionales. La política se ha profesionalizado, y por tanto las campañas electorales presidenciales deben ser manejadas por expertos, profesionales del marketing y de la ingeniería política.

Se trata de una campaña mediática, fundamentalmente televisiva y entonces, al igual que en la confección de la grilla programática de cualquier canal, hay que darle a la gente lo que quiere ver. La confrontación de ideas, la discusión, la polémica, características propias de un ejercicio político democrático deben limitarse al máximo.

Hasta ahora nuestros atípicos candidatos se han "fugado" desde Santiago pretendiendo mantener un "low profile" y esquivando mediante retórica y posiciones eclécticas, pronunciarse sobre cualquier problema conflictivo. Así, frente a la crisis de la economía, el affaire Pinochet, la autonomía del Banco Central, Verdad y Justicia en DD.HH., paralización de puertos y reivindicaciones mapuches, Lagos y Lavín emiten cautelosas opiniones que se diferencian en matices pero continuan rehuyendo la contrastación de ideas de cara al país.

Sin lugar a dudas temas candentes para ambas candidaturas, pero abordarlos y establecer juicios nítidos respecto de ellos, pareciera atentar contra dos conceptos fetiches de nuestra sociedad: unidad y reconciliación.

Septiembre de 1999.