¿El hombre o el legado?

por Manuel Gárate Ch.

Tras un año de detención en Londres, la figura de Augusto Pinochet se divide entre dos imágenes proyectadas por quienes dicen ser sus más acérrimos seguidores. Ambas pareciesen seguir una misma línea, pero si se las mira más a fondo, tienen un significado completamente distinto.

Por una parte están sus familiares y amigos más cercanos, representados por el ecuánime hijo menor del senador vitalicio: Marco Antonio Pinochet. Este grupo intenta lo humanamente posible para traer de regreso al padre y abuelo que tanto extrañan en Chile. Para ellos, el general es un ser humano digno de una vejez apacible; un anciano que ha cumplido ya su misión y que merece el mejor retiro en los cuarteles de invierno. Lejos de la política y de los políticos, que tantos dolores de cabeza le dieron por más de un cuarto de siglo. Es la posibilidad de gozar del patriarca que por tanto tiempo relegó a la familia a un segundo plano a causa de sus impostergables tareas de Estado. En definitiva, regresar al hombre de carne hueso a quien -obviamente- no le quedan demasiados años de vida. Para ellos no existe vía denigrante ni opción imposible con tal de traer de vuelta a ser querido.

En el otro grupo están quienes desean salvar “la obra” del General, su figura histórica; su espacio en las enciclopedias y los textos escolares. Sobre todo, rescatar el modelo económico y la sociedad que nacieron de su régimen. Para lograr este objetivo -el único realmente importante- incluso pueden sacrificar al hombre que dicen defender con tanto ahínco. La figura de un héroe secuestrado, de una imagen martirizada, les resulta mucho más atractiva que la de un anciano General que desea estar con su familia y alejarse definitivamente de la política. No se explica de otra forma que algunos de sus asesores lo incentiven a escribir cartas políticas y a reunirse con la baronesa Thatcher, mientras se intenta demostrar -ante un gobierno laborista- que es un hombre enfermo, sujeto de razones humanitarias para ser liberado ¿Cómo entender entonces las “epístolas a los chilenos” I y II, la convención del partido conservador (con dama de hierro incluida e intelectuales de dudoso renombre), las editoriales del Daily Telegraph o los ataques a Amnistía Internacional? Por qué buscar aquellos factores o elementos que más enervan a la opinión pública europea, especialmente al gobierno inglés, si por otro lado se solicita -a ese mismo gobierno- misericordia para un anciano ex jefe de estado. Que más decir de sus abogados en España, quienes lo compararon con Hitler, argumentando que a este último jamás se le comprobaron torturas cometidas por su propia mano.

Pareciera como si la conspiración viniese desde su propio sector. Asusta de sólo pensar que algunos de sus más cercanos asesores prefieran un mártir en Londres que un hombre enfermo en Chile. La obra, el legado, la figura, la leyenda debe perdurar. La carne se sacrifica. El ser humano se eclipsa ante la estatua o el epitafio. Un héroe debe morir como tal. Él ya no es dueño de su destino. La leyenda lo ha superado, y eso es lo que realmente interesa a muchos de quienes están detrás de estas maniobras “comunicacionales”. Da para pensar ¿El beso de Judas quizás?

Todo ser humano puede llegar a sentir compasión por otro hombre, incluso aceptando su pasado. Pero nadie se compadece de una leyenda, de un símbolo que divide, de una obra o un legado que muchos cuestionan. Tanto más leales son sus incondicionales seguidoras que semana a semana protestan frente a la Escuela Militar. Ellas quieren al “Tata” de vuelta y no entienden de sutilezas históricas, conspiraciones internacionales, obras o legados. Son, en su histérico estilo de protesta, fieles al hombre.

Resulta difícil pensar que Augusto Pinochet pueda volver a Chile en el corto plazo. No sólo porque su situación jurídica sea extremadamente complicada, ni porque Europa no lo quiera. Tampoco porque exista una conspiración socialista liderada por Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Ahora, se agrega el hecho de que entre sus seguidores se confunden aquellos que desean salvar al hombre de quienes prefieren su foto en un libro de historia.

Noviembre de 1999