La "Harlemización" de la sociedad chilena.

por Manuel Gárate Ch.

Norteamérica conoce desde hace décadas la violencia juvenil tanto en las calles de sus ciudades, como también en sus colegios y escuelas. Es un fenómeno que estábamos acostumbrados a ver en la televisión y en las películas policiales, pero suponíamos un problema lejano y de sociedades con diferencias sociales y raciales abismantes. Creíamos estar inmunes al tema de las armas y de los niños matándose por riñas pandilleras. Pobreza, delincuencia, armas y droga, si bien siempre existieron en Chile, no parecían explotar a los niveles que vemos hoy en día.

Las explicaciones abundan a granel, pero pocas veces se aprecia el fenómeno con la suficiente distancia como para distinguir características comunes entre lo que sucede en Chile y en Estados Unidos. Uno puede preguntarse si la violencia juvenil es propia de sociedades altamente tecnificadas como la norteamericana. Pero de inmediato surge el contraste con Europa, donde las tasas de encarcelación son entre 3 y 5 veces menores que las de Estados Unidos. Sólo la Rusia postcomunista logra igualar estas tasas de criminalidad. Las cifras son espeluznantes, pues casi 28 millones de ciudadanos norteamericanos (sobre el 10% de la población) vive encerrada en condominios de seguridad o edificios cercados. Es decir, dos veces la población de Chile vive atemorizada y enclaustrada frente al temor de sufrir un ataque criminal. Alarmas, guardias privados y armas de fuego forman parte del arsenal con que la sociedad norteamericana ha intentado durante años enfrentar el problema de la criminalidad.

Según el autor inglés John Gray(1) , la política americana de encarcelación de masas, es la única respuesta que esta sociedad ha encontrado para enfrentar la pérdida de control social que han producido los mercados desregulados en las distintas comunidades del país. Esto significa que uno de cada 193 ciudadanos se encuentra prisionero en una cárcel. Sólo basta decir que el estado de California tiene más reos que Alemania e Inglaterra juntas, siendo que estos dos últimos países tienen una creciente población de inmigrantes, a quienes injustificadamente se les culpa de numerosos crímenes.

Esta realidad, que nos parecía tan lejana hasta hace unos 10 años, se nos acerca a pasos agigantados. Para nadie es un misterio que el modelo económico chileno se basa en un concepto de sociedad norteamericanizada, fundada en la confianza irrestricta en los mercados y en la jibarización del estado. Pero en Chile, este proceso de "Harlemización" de la sociedad se ha desarrollado con impresionante velocidad. En sólo 15 años hemos visto aumentar los niveles de violencia y crimen juvenil, al mismo tiempo que un número mayor de personas adquiere armas de fuego y se refugia en condominios o barrios de alta seguridad.

No es necesario ser un sociólogo para darse cuenta que muchos de estos fenómenos se relacionan con la incertidumbre que se apodera de nuestras sociedades. Incertidumbre fundamentalmente fabricada, que destruye los lazos familiares e instala el antivalor de sobrevivir a cualquier precio. Me explico: hoy en día la mayor parte de las familias chilenas depende de uno, dos o más salarios para sobrevivir. Existe empleo, pero bajo el supuesto de que pude perderse en cualquier momento y de que exigir derechos laborales es poner en riesgo el sustento familiar. Los contratos de trabajo son actualmente un lujo y un vestigio del pasado. En segundo término, la seguridad social es un bien transable; tanto en las pensiones como en la salud. Es decir, está al servicio de quien puede pagarla y obviamente tiene trabajo y se encuentra sano. Es de dominio público que los mejores planes de salud están disponibles para hombre jóvenes, solteros y de buena remuneración.

Bastaría agregar que la educación se ha convertido también en una mercancía en la sociedad de mercado. Ante una escolaridad deficiente (de sostenedores, municipalidades, y financiamientos compartidos) un joven de familia modesta no tiene demasiadas alternativas. Si a esto sumamos que seguramente ambos padres trabajan jornadas superiores a las 8 horas legales (como ha comprobado la inspección del trabajo), tenemos familias sicológica y materialmente precarizadas por la incertidumbre(2) . Resulta imposible planear el futuro cuando el presente se presenta tan inestable. Si a esto sumamos niveles altos de endeudamiento y una propensión inducida al consumo, tenemos un panorama bastante oscuro en buena parte de los hogares chilenos. Si los pilares básicos en los que un adolescente apoya su desarrollo social se encuentran tan debilitados, no hay que ser demasiado perspicaz para pensar donde buscará seguridad e identidad.

La sicología reconoce que los jóvenes buscan su identidad a través de los pares. Si estos también están en las calles y en condiciones similares, es lógico que muchos de ellos encuentren en las pandillas los lazos de pertenencia que faltan en sus hogares. Sin embargo, estos grupos tienden a comportarse según patrones civilizatorios muy precarios, basando su liderazgo en individuos que demuestran un alto grado de violencia. Esta identidad gregaria pareciera fundarse en la diferencia u oposición con grupos de iguales características. Sólo basta un grupo musical, un club de fútbol o la pertenencia a una cuadra para generar la raíz del antagonismo. Si la sociedad, a través de todos sus medios, les enseña que se vive en un mundo competitivo, ellos compiten por sobrevivir a su manera. Como individuos están completamente precarizados, pero como pandilla pueden demostrar su fuerza.

Gran paradoja de esta modernidad chilena: una sociedad individualista que destruye a los individuos, que genera nuevos colectivos, pero altamente explosivos. No basta decir que el problema está en los altos índices de delincuencia, o en la proliferación de armas de fuego. Tampoco en que falta "solidaridad" o más escuelas. Creo que el tema de fondo está en una sociedad que no tiene familias, en una juventud sin paternidad: en agregados humanos que comienzan a acostumbrarse a la precariedad sicológica y a la incertidumbre fabricada, de la cual nos habla Anthony Giddens(3) . Me niego a aceptar aquello que se rumoreaba en la norteamérica de Reagan en los años 80: "dejen que los pobres se droguen y maten entre ellos".

1-Gray, John. False Dawn, The Delusions of Global Capitalism, Granta Books, Londres, 1998.
2-Suponiendo que ningún integrante del grupo familiar se encuentra cesante.
3-Giddens, Anthony. Más allá de la Izquierda y la Derecha, p.13, Cátedra, Madrid, 1996.