La Conexión Objetiva y los pequeños césares

por Manuel Gárate Ch.

En nuestra sociedad del discurso fácil y ultramediatizado, es extremadamente sencillo perder la brújula respecto de los significados de las palabras y conceptos que se ventilan en el ámbito público y de los medios de comunicación. En primer lugar ¿Es verdad que la política -como actividad- es por esencia distante de los llamados "problemas reales de la gente"? ¿Los problemas institucionales de la democracia son sólo temas de la élites políticas? Entonces ¿Sería posible determinar -hoy en día- que existe una nueva "forma" (o estilo como algunos lo llaman) de hacer política distinta de una tradicional?

Aparentemente, la primera respuesta que surge es sí. Sin embargo, postulo que no estamos frente a nada nuevo, y que nuestra historia latinoamericana nos entrega numerosos ejemplos de este aparente "nuevo estilo". En las próximas líneas intentaré justificar mis afirmaciones, como también responder a las dos interrogantes que planteo en el primer párrafo.

La historia de los sistemas políticos representativos es una constante de ensayo y error, como lo entendería un Karl Popper(1), es decir, un proceso que está guiado por la experiencia histórica real y no sólo por un afán teórico fruto de un racionalismo extremo. Por lo tanto, la democracia constitucional y su división de los poderes es el producto de una evolución política sumativa, cuyo resultado es justamente la superación de sus limitaciones por medio del ensayo y error. Esto implica que su desarrollo es dinámico y que por lo tanto nunca está completamente definida o acotada. Aceptando lo anterior, esto no significa en absoluto que sus principios básicos puedan ser desechados así como así por un simple afán de novedad o de simular una postura "innovadora". Uno de estos principios universalmente aceptados es el de la "Representación", cuyo símbolo más claro son los poderes legislativos colegiados surgidos del sufragio universal directo.

Toda democracia que se precie de tal cuenta con parlamentos elegidos por los ciudadanos, donde sus miembros REPRESENTAN las diferentes posiciones políticas que existen en esa sociedad, mediante diferentes fórmulas de proporcionalidad. Obviamente, los parlamentos no representan a todas las personas y sus infinitas posibilidades (ni jamás podrán hacerlo). Pero son la mejor (o la menos mala si prefieren) alternativa conocida hasta hoy para permitir la enorme pluralidad que la nutre.

La gran ventaja y el gran problema de los parlamentos es justamente ése: la dificultad de legislar tomando en cuenta la disparidad de visiones representadas en un seno. Y eso es justamente la democracia; el no llegar a soluciones ideales, sino que consensuadas o mediatizadas por las diferentes posturas agrupadas en mayorías o minorías (idea que aterroriza a todo fundamentalista). Este juego de los representantes nace del afán de simular en un hemiciclo todas las posturas de una sociedad. Fin siempre imposible pero saludable en términos de cultura democrática. Hasta el día de hoy no se conoce una mejor solución que esta, aceptando todas sus limitaciones e incluso degeneraciones. Pero es innegable que su evolución histórica se ha dirigido a aumentar la participación, terminando con el voto censitario, creando el sugragio universal, reconociendo el voto femenino, etc. Por lo tanto, todo cambio que apunte en una dirección contraria no puede sino ser una INVOLUCIÓN y un regreso hacia alguna forma de iluminismo o autocracia.

Pensar que sólo una persona es capaz de interpretar los "problemas de la gente" a diferencia de un cuerpo colegiado de 120 miembros, es simplemente no entender de que se trata la democracia y desconocer su evolución histórica. Peor aún, es desenpolvar una vieja fórmula del caudillo populista (hoy premunido de encuestas y asesores de publicidad), que se erige ante su público como el verdadero interlocutor e intérprete entre la "gente" y las políticas del Estado. Él y sólo él es capaz de entender a las personas y solucionar directamente sus problemas, pues posee las llaves tecnico-estadísticas para captar y descifrar sus deseos. Sólo exige que la gente le entregue el poder para barrer con la "política" y entregar las soluciones materiales que su pueblo tanto espera ¿Cuántas veces hemos escuchado este discurso? ¿Por qué nos engañamos con viejas ideas disfrazadas de modernas "capacidades ejecutivas" o estilos innovadores? Nada nuevo bajo el sol desde Juan Manuel de Rozas, Carlos Ibáñez del Campo o Porfirio Díaz y sus "científicos". Este fenómeno no es otra cosa que el viejo disfraz del populismo, bautizado por Vallenilla Lanz como "Cesarismo Democrático"(2) y que plantea la legitimidad de la autocracia sobre la base de la interpretación iluminada que hace el líder respecto de los deseos de su pueblo. Incluso el autoritarismo se acepta como resultado de una elección democrática. Esto, producto de una particular evolución histórica centralista derivada de la colonización española. Siguiendo el argumento de Hipólito Taine(3) y Herbert Spencer(4), nuestros países no podrían aspirar a ningún tipo de régimen demasiado diferente al que han tenido a lo largo de su historia. Lo contrario sería -por definición- antinatural.

El aparente nuevo liderazgo de algunos alcaldes chilenos, no es otra cosa que una versión remozada del Cesarismo Democrático. Pero, como todo en la historia no es ni completamente nuevo ni totalmente antiguo, hay que precisar que de diferente tiene este fenómeno de los nuevos "estilos de liderazgo". En primer lugar, su figura no se sostiene puramente en su discurso o sus capacidades personales, pues cuentan con numerosos asesores técnicos y de imagen, que no dejan ningún detalle al azar. Por lo tanto, todo movimiento y estrategia es cuidadosamente estudiado y coordinado en relación a los medios de comunicación y el marketing político. En segundo lugar, menosprecian el voto universal con registros legales y critican el principio de representación. Esto se hace suplantándolo por muestreos, encuestas y todo tipo de consultas "directas" a las personas, que poco tienen de objetivas, y que además omiten los temas políticos porque se considera "no interesan a la gente". Es decir, el resultado de tales consultas ciudadanas no es otro que el esperable de acuerdo a las preguntas que se hacen. Sin embargo, este un tema para expertos en estadística y no constituye el centro de este artículo. En tercer lugar, estos nuevos líderes abominan el trabajo parlamentario por considerarlo "político", lento y poco eficiente, por lo que centran su ataque hacia el poder legislativo y los partidos políticos que se articulan en su interior. Sus soluciones son fáciles y rápidas, meramente ejecutivas, a diferencia del trabajo reflexivo y consensuado e inducidamente impopular que realiza el parlamento. Esto último, se potencia si -como en el caso chileno- el poder legislativo está distorsionado por un grupo de senadores no electos democráticamente y por un sistema electoral que no representa la correlación de fuerzas políticas que hay en el país. Por ello, no es difícil esperar que una vez en el poder, los nuevos líderes asuman políticas tendientes a minimizar la labor del Parlamento o decididamente tentarse por la vía autocrática. El caso de Fujimori en Perú (mentor y amigo de un connotado candidato presidencial chileno) es un ejemplo prístino de una autocracia donde fue clausurado el Congreso, intervenido el poder judicial, "extendido" el mandato presidencial y reinterpretado el "deseo de la gente".

Intento demostrar o más bien argumentar que existe una conexión objetiva entre los temas políticos (mejorar las instituciones democráticas o reformar la ley electoral) y la posibilidad de lograr soluciones a los problemas de las personas sin ninguna especie de "despotismo ilustrado". En Chile, muchos proyectos que benefician a los más pobres están parados por un parlamento que no refleja las verdaderas mayorías políticas que hay en el país, impidiendo que muchos diputados y senadores puedan concluir con éxito su labor . Protección al trabajador cesante, ley eléctrica, cheques en garantía son problemas reales de la gente en los que se podría haber avanzado hace mucho tiempo si no es por las distorsiones impuestas al poder legislativo. Entonces, lo político no dista mucho de lo real, salvo cuando se persigue desprestigiar las instituciones democráticas y a quienes las representan con fines poco halagüeños. Ejemplos tenemos demasiado cerca.

En definitiva, autócratas en potencia con ropajes de demócrata, pero potenciados por expertos asesores de imagen, empresas de sondeo y políticas populistas. En otras palabras, un estilo de liderazgo que es importado de ciertos esquemas exitosos de gestión empresarial, pero que no se condice con las definiciones universales de Democracia, Representación y Participación política. Una sociedad no es una corporación para ser gerenciada. Los sistemas democráticos representativos necesitan ser mejorados, pero no con viejas recetas involutivas ni autocracias encubiertas. Nunca los liderazgos unipersonales han sido solución a nada. La historia del siglo XX demuestra sus catastróficas consecuencias a pesar de sus buenas intenciones.

Manuel Gárate Ch.
Licenciado en Historia y Magíster en Ciencia Política
Grupo Propolco
junio de 1999

(1) Ver de Karl Popper, La Miseria del Historicismo, La Sociedad Abierta y sus Enemigos
(2) Laureano Vallenilla Lanz, El Cesarismo Democrático(Caracas, 1929).
(3) Hipólito Taine, Psychologie du Jacobin (1881), citado por Charles Hale en Historia de América Latina de Cambridge University Press.
(4) Herbert Spencer. Citado por Charles Hale en Historia de América Latina como precursor de la teoría social con base darwiniana.