AUTORITARISMO DE MERCADO: LA NEFARIA REALIDAD DEL NEOLIBERALISMO.

por Enrique Fernández M.

Corría el mes de Enero del presente año. Publicabamos en el desaparecido y malogrado diario "La Época" (1)el primer artículo de reflexión semanal del grupo PROPOLCO. Intentamos con él, desenmascarar la profunda internalización del neoliberalismo en toda la sociedad chilena, en todas sus vertientes y actividades, en todos sus "clivajes". Esta severa enfermedad social - la neoliberalitis-, tiene "brotes" esporádicos cual esquizofrenia, que nos hacen recordar el mal que padecemos de modo crónico y silente.

Globalización neoliberal que asola urbi et orbe. Rupert Murdoch, magnate australiano de las comunicaciones (entre otras inversiones), oferta cifras cercanas a los mil millones de dólares para "comprar" el club de fútbol de mayor popularidad y convocatoria de Gran Bretaña: el Manchester United.

Se habla de la sinergia económica entre espectáculo deportivo y televisión ; ya no importa para nada lo deportivo, el club es comprado para potenciar el número de abonados al canal de televisión del señor Murdoch, usando, instrumentalizando el afecto, la adhesión de millones a un símbolo. A partir de ahora serán cautivos adherentes de este nuevo engendro. Es un buen negocio. Ya de hecho, en el pasado, se programaron horarios de partidos de fútbol en función de la televisión, se jugarón encuentros del campeonato mundial de U.S.A. en 1994 a mediodía, con 40 a 45 grados celcius de calor o bien en una realidad más doméstica, partidos a las 22 horas en pleno invierno con asistencias tán paupérrimas como la temperatura ambiente.

Pero merced a la globalización, no necesitamos referirnos a lo que ocurre en otras latitudes, pues en nuestro fútbol también los tentáculos del Sr. Murdoch aplican las mismas recetas, rayanas en lo absurdo. Está claro que a partir del momento en que el espectáculo o show sobrepasó el mero juego deportivo, no se pudo seguir financiando la actividad futbolística profesional con recursos generados sólo por las asistencias a los estadios. Para contar con equipos competitivos se debe enrolar a los mejores jugadores, oferta de los cuales no abunda y por tanto, el mercado determina ante una demanda creciente, resolver esta incongruencia con el alza de sueldos, primas, premios, etc. que obtendrán aquellos dechados de virtudes futbolísticas sino deportivas. De este modo, se debió recurrir a la venta con fines publicitarios de espacios en los estadios, en las camisetas, pantalones, medias, zapatos, etc.

Pero tampoco con esto bastó. La televisión había comenzado hace mucho tiempo a transmitir eventos deportivos para difundir su práctica y extender a la mayoría, el goce de la visión de una actividad fundamentalmente lúdica, en la cual, se decía, que lo importante era competir y no sólo ganar. Poco a poco se fue desvirtuando la intención original. Lo deportivo cedió paso al espectáculo, perdió "centralidad", devino en un producto muy atractivo que la televisión necesitaba poseer para vender publicidad. Como el producto es altamente apetecido, diría casi adictivo, y no está rodeado por el halo malévolo de la emisión de erotismo y/o pornografía, se le programa en horarios de alta sintonía de la masa consumidora y no de los directamente involucrados como serían jugadores y espectadores en los estadios.

La plusvalía ascendente de este producto hizo que ya no sólo se interesaran en él los canales de televisión "abierta", para transmitir un partido semanal o alguno en forma esporádica debido a la repercusión de tal lance entre los aficionados. Las empresas de televisión por cable vieron en él, el señuelo perfecto para vender sus servicios. Actualmente son tan altas las cifras que están dispuestas a pagar por tener la exclusividad de transmisión para todos los partidos de los principales equipos, que estos a su vez han pasado a depender económicamente de estas empresas y no ya de sus socios, hinchas o simpatizantes o simplemente, de los amantes del fútbol que asisten a los estadios.

La propiedad de un club de fútbol por parte de una persona natural no es algo nuevo. En Italia, el ex-primer ministro Berlusconi, en México, el señor Cañedo, etc. Lo nuevo es la utilización de la adhesión multitudinaria a éstos buscando la penetración de un medio de comunicación, como la televisión por cable, y el absoluto desperfilamiento del evento deportivo en sí, su autonomía y sus requerimientos intrínsecos.

Y llegamos al colmo del absurdo el domingo 27 de Septiembre del año en curso. Se enfrentaban los dos equipos de mayor convocatoria popular de Chile. Hablamos de millones de seguidores. El aforo del estadio Monumental estaba totalmente vendido. Ambos clubes habían "negociado" con plena satisfacción los derechos para que sus partidos sean transmitidos, alcanzando cifras casi insolentes. ¿Qué pasó entonces?

La empresa operadora de televisión por cable, Sky Channel (propiedad del señor Murdoch, como no) "dueña" de los susodichos derechos no opera aún en el país y no estimó pertinente ceder o vender su derecho a otra empresa de televisión, sea esta de cable o de señal abierta. El derecho o deseo de millones por ver el espectáculo, aún pagando, no importa si el propietario del espectáculo decide no hacerlo.

Tengo dinero, compro para mi usufructo discrecional e impongo a millones lo que me place. Decido que no lo verán, el producto es mío y el sacrosanto concepto de la propiedad privada me ampara. La antigua díada de lo público y lo privado llevada al paroxismo neoliberal de la preeminencia de lo individual por sobre lo colectivo.

El mercado, que es pregonado por el neoliberalismo como la solución final y emancipadora en contra del Leviatán intromisor y enemigo de los hombre libres, no es una entelequia neutra sino que, lo domina autoritariamente el que compra, el que tiene medios y que siempre anhelará tener más y por tanto alcanzar cada día más Poder.

Que lejos estamos en este "moderno país" de respetar esencialmente a las mayorías, de democratizarlo no sólo en la connotación electoral sino que resituar el sentido común como guía de todo el quehacer social. Al respecto, concordamos plenamente con lo expresado por el honorable senador Hernán Larraín, quién invocaba hace algún tiempo el siguiente principio rector de la filosofía tomista : " el bien común está siempre por sobre el bien particular ". (2)

Enrique Fernández M Magíster (c) en Ciencia Política
GRUPO PROPOLCO Universidad de Chile
Octubre 1998
(1)Diagnóstico de la Neoliberalitis, La Época, pág. 10, 10/01/98.
(2)El Mercurio, Cuerpo D, pág. 4, 24/05/98.