Santones de Cuello y Corbata.

Por Manuel Gárate Ch.

A lo largo de la Historia de la humanidad han existido oráculos, pitonisos, sacerdotes o castas de sabios. Al revés de lo que se piensa, nuestra época tampoco adolece de ellos, pero -en la actualidad- están ocultos bajo un halo de pseudociencia que les otorga una artificial aura de superioridad y omnipotencia. Hoy en día los dueños del "saber" y -porqué no decirlo- del poder son los economistas y sus visires de la administración: señores que se formaron en una disciplina social que en algún momento aparentemente adquirió el status de ciencia dura.

Los escuchamos diariamente en la televisión y en los periódicos, confiando en que nuestro destino depende de sus acertadas maniobras y su lenguaje grandilocuente. El futuro de nuestras sociedades lo depositamos en sus manos, porque ellos tienen siempre una respuesta para todo, porque sus conceptos y juicios trascienden el común entendimiento de los mortales. Nosotros no poseemos aquel mentado "criterio técnico", pues somos presa fácil de "populismo" y el romanticismo del estado benefactor (grasiento para muchos). ¿Quiénes somos para opinar sobre las tasas de interés o el recorte presupuestario?, ¿Por qué deberíamos confiar en que nuestros líderes políticos tuvieran opinión propia frente a sus expertos "consejeros" cargados de títulos y diplomas?

Cuando estos nuevos Brujos de la tribu discuten sus ideas, quedamos atónitos ante tan impresionantes argumentos. Tomamos su lenguaje y lo hacemos parte de nuestra vida diaria, porque sus leyes del mercado parecen tan obvias como la ley de gravedad.

Hoy en día todos hablamos de "productividad", "ajustes", "mercado", "costos y beneficios". Pero pocos entienden de qué se tratan realmente tales conceptos. Estos sujetos han logrado algo realmente mágico. Han sido capaces de higienizar el drama humano a una escala jamás vista. Conceptos como "costo social", "precio del ajuste", "externalidades", "tasa de desempleo", "racionalización de recursos" se nos han hecho tan comunes que a menudo olvidamos que significan hambre, pobreza, dolor y -muchas veces- la muerte de otros seres humanos. Hemos sido reducidos a gráficos de tortas y estadísticas. Los pobres se cuentan de un lado y de otro según tengan tal o cual nivel de miseria. Pero siempre se sacan cuentas alegres, porque la crisis no está en Chile, porque somos los mejores alumnos del FMI, porque ahora pretendemos darle clases a Japón y Europa. Nuestros santones criollos sufren ahora delirios de grandeza, tanto así que sus puestos de gobierno son inamovibles y su poder incontrarrestable, aunque jamás hayan sido candidatos en alguna elección. ¿Será que sus títulos masters y doctorados valen más que todos los votos del electorado? Otra hermosa paradoja de nuestros tiempos: poder sin legitimación.

Qué sucedió en estos últimos 30 años para que la economía (una ciencia por demás respetable y necesaria) haya sido sobrevalorada de un modo tan extraordinario. Por qué incluso las ingenierías debieron adoptar sus paradigmas a costa de perder su independencia política. La vieja sociología sucumbió a sus embates. Para qué decir la Ciencia Política, la Antropología o la Historia. ¿Por qué la ciencia económica ha terminado por ser una serie de reglas o principios con carácter de ley, fundada en cuestionables análisis estadísticos y gráficos del tipo "ceteris paribus"? Cuantofrenia le llemaba un buen profesor que tuve algún día. La ilusión de los números por sobre la cordura del buen observador.

La economía no es más ciencia que ninguna otra disciplina social; y recalco la palabra social. Está poblada de teorías contrapuestas, ideologías, mezquindades, falacias y aciertos. No es más importante que ninguna otra, y tampoco posee la llave del desarrollo de los pueblos. Sus supuestas "leyes del mercado" existirán mientras se desee creer en ellas. Es la ilusión de nuestra época, la ideología post guerra fría. Pero si hasta pretendieron convencernos de que se había acabado la historia. Suele suceder que ignorancia y soberbia van de la mano...

Hoy creo sólo en los historiadores económicos, quienes superan la estrechez del corto plazo para analizar las tendencias generales y así obtener resultados más confiables. Ellos se sumergen en el legado del tiempo para rescatar de la experiencia pasada los fundamentos de sus dichos. No pretenden -como tantos hoy en día- redescubrir la pólvora día a día. Resulta chocante evidenciar el nivel de ignorancia que existe -por ejemplo- respecto de la crisis mundial de los años 29 y 30. Total -se dice- eso es historia. Bastante bien les haría tomar algunos libros de otras disciplinas, aunque fueran sólo los del colegio.

Cuidado, que una sociedad gobernada por quienes desconocen la historia, es una sociedad condenada a repetir irremediablemente sus errores. Que no nos baste el viejo adagio que dice que en el país de los ciegos, el tuerto es rey.

Manuel Gárate Ch.
Licenciado en Historia y Magíster en Ciencia Política.
Grupo Propolco