El más perfecto de los Mercados: Las calles de Santiago.

por Manuel Gárate Ch.

Durante casi 20 años, hemos sido testigos de la denominada modernización de Chile. Las bases de este crecimiento son el fruto de las políticas de libre mercado impulsadas por un "osado" grupo de economistas, surgidos bajo el alero del gobierno militar y que -curiosamente- hoy ostentan importantes puestos en los más grandes conglomerados económicos del país. Pero esto no es el centro del siguiente artículo. Más interesante es analizar como se comporta uno de los ejemplos más claros de su dogmatismo económico: La locomoción colectiva (nombre bastante irónico, por lo demás).

Tradicionalmente una prerrogativa del Estado, el transporte urbano -como objeto de propiedad y servicio público- resulta ser una constante en casi el 99% de los países del mundo. Por algo será. Sin embargo, nuestro carácter insular e iluminista (que tanto nos enorgullece), e interpretado por los adalides de la modernización económica, dieron a luz a un sistema tremendamente novedoso para transportar a los chilenos. La idea -en un principio- fue bastante simple: "un microbus; un empresario". Los clientes serían los usuarios, por quienes los choferes competirían en las calles, buscando aquellos recorridos que tuviesen una mayor demanda. Las calles eran un bien inagotable, por tanto bastaba comprar una máquina, "fletar" un chofer con licencia clase "A" y comenzar a ganar dinero.

Para hacer el sistema aún más competitivo, se introdujo una variante sumamente creativa. El chofer del bus recibiría sueldo bajísimo, casi ridículo más un porcentaje por boleto por sus servicios. Por lo tanto, todo el peso de la empresa se puso sobre sus hombros. Él debía luchar por los "clientes", y ojalá ganárselos a sus colegas.

La competencia era perfecta, pues la lucha por los pasajeros se daba en las vías de nuestras ciudades, como una nítida imagen de un experimento darwiniano. El más débil desaparecía o era segregado a los recorridos más peligrosos o menos lucrativos. No importaba en absoluto la comodidad o seguridad de los pasajeros, porque este no era el fin del sistema.
Básicamente se trataba de introducir la mayor cantidad de personas por vehículo durante cada vuelta del recorrido. No importaron horarios ni sincronizaciones, sino sólo captar individuos en cada esquina de la ciudad(ni siquiera paraderos). El servicio de transporte era lo de menos. La misión era llenar el bus lo antes posible.

De este modo, se fue generando una dinámica donde el usuario sólo era importante hasta el momento en que hacía efectivo el pago de su pasaje (las similitudes que haga el lector con otros servicios son de su exclusiva responsabilidad). Posteriormente, debía buscar espacio en algún rincón del bus (generalmente de pie) y someterse a la loca carrera del chofer por captar más víctimas como él. Incomodidad, saturación, humedad, apretones y malos olores fueron y son todavía habituales compañeros de quienes -aún hoy- continuamos utilizando el sistema. Cualquier racionalidad sobre el tránsito de la ciudad quedó supeditada al libre derecho de correr por ella en busca de ciudadanos con deseos de llegar a sus casas o lugares de trabajo. Ninguna de las virtudes generalmente asociadas con un buen sistema de transporte se cumplieron. Al revés que en la naturaleza, de la competencia salieron peores y no mejores individuos. Diría más: desadaptados.

Hace pocas semanas, se divulgó un reportaje donde se denunciaban las condiciones de trabajo de los choferes de micro. Más de un 40% conduce bajo los efectos de algún tipo de droga (mayormente cocaína y pasta base) que les permite soportar las fatigosas jornadas laborales. Más de un 80% duerme un promedio de 4 horas diarias, y casi la mitad de ellos ha sufrido un asalto en los últimos 12 meses. Son sometidos a tratos arbitrarios por parte de sus empleadores, y deben pagar de su bolsillo la mayor parte de los daños que pueda sufrir el vehículo. Es difícil imaginar el peligro al que todos estamos expuestos (tanto como usuarios, automovilistas o peatones) frente a sujetos que manejan máquinas de más de dos toneladas con este grado de stress laboral.

La licitación mejoró (en algo) las cosas, modernizando las máquinas, agrupando a los empresarios y regularizando (en algo) el servicio. Pero sus bases siguen siendo las mismas, pues todo el sistema se sostiene en la lucha del chofer por cortar boletos y ganárselos a sus colegas, beneficiando principalmente al dueño del bus. Racionalidad y planificación parecen palabras del pasado. De poco sirve pintar los microbuses de amarillo, ponerles cortaboletos automáticos o llenar las calles de "sapos". Mientras el sistema sea una lucha por llenar buses, la meta del servicio (le verdadera, genuina, meta u objetivo del servicio que es transportar cómoda y seguramente a las personas)no será cumplida. Seguiremos viviendo en el reino de la ganancia. Tal como lo deseaban nuestros maestros de la Escuela de Chicago.

Manuel Gárate Ch.
Magíster (c) Ciencia política
Licenciado en Historia PUC.
Grupo Propolco