ESTADOS Y MERCADOS

por Horacio Max Larraín

"Nunca el Congreso de los Estados Unidos, al analizar el
estado de la Unión, se ha encontardo con una perspectiva
más placentera que la que existe en este momento...La
gran riqueza que han creado nuestras empresas y nuestras
industrias, y que ha ahorrado nuestra economía, ha sido
distribuida ampliamente entre nuestra población...El país
puede contemplar el presente con satisfacción y mirar hacia
el futuro con optimismo".
 

Mensaje al Congreso del presidente Norteamericano CALVIN COOLIDGE.

24 de diciembre de 1928. (a menos de un año del crash bursátil de Wall Street)

 

Es probable que la óptica de Marx, que nos presenta la contradicción entre el modo social de producción y la forma individual de apropiación que se verifica en la técnica capitalista de producción, nos haya marcado profundamente en el sentido de ver al capitalismo y al socialismo como dos polos irreconciliables, categóricos. Que la supervivencia de uno debe necesariamente pasar por la muerte del otro. La mayor parte de la historia de este siglo se desarrolla alrededor de esta antinomia. Sin embargo, de una tesis y una antitesis lo que surge es una síntesis, dice la dialéctica.

Por una parte, el mercado es una realidad y, al parecer, es el vehículo más efectivo en la asignación de recursos. No obstante, adolece de imperfecciones insalvables: el mercado no produce equidad, no distribuye equitativamente el producto del esfuerzo colectivo. En este sentido, prevalece la contradicción que Marx enunciara hace siglo y medio.

Por otra parte, la pretensión de la técnica socialista de producción de planificar centralizadamente a través del estado, los infinitos satisfactores que darán cuenta de las cada vez más complejas necesidades humanas, no parece ser viable.

Una de las lecciones que nos dejará la experiencia política del siglo que termina, es que en el desarrollo de la sociedad humana no hay absolutos. La sociedad que se perfila hacia fines de este milenio no será ni de mercados puros ni de estados omnipresentes, sino la síntesis de la lucha encarnizada entre capitalismo y socialismo que nuestra generación ha debido ser testigo.

El neoliberalismo no niega la realidad de que el mercado perfecto es una utopía, sino que se afirma en el hecho que cuanto más cerca del mercado no intervenido, mejor para la economía. Sin embargo, la intervención del estado en el mercado encuentra su justificación precisamente en las imperfecciones de éste. La pregunta ahora es, ¿cuánta intervención? El neoliberal responderá: lo menos posible. El "intervencionista" por su parte dirá: lo que sea necesario. Es desde este plano teórico que se debe pasar a lo práctico, a lo real.

Tanto la ciencia política como la economía no son ciencias "duras", como lo son la física o la química. Es decir, no es posible establecer una solución empírica de laboratorio para dilucidar el problema. A los países no se les puede aplicar modelos teóricos, menos aún aquellos modelos que hacen abstracción de variables, el ceteris paribus tan familiar a los economistas. Por lo tanto es necesario recurrir a la política comparada, en base a las experiencias de los diferentes países que en mayor o menor medida han aplicado alguna forma de políticas neoliberales. Aquí la teoría se ve desmentida por los hechos. Por ejemplo, un estudio efectuado a un sinnúmero de países en desarrollo, falló en apoyar la afirmación de los neoliberales en el sentido de que , para acelerar el crecimiento, es necesario achicar el Estado y reducir el gasto público. Por el contrario los resultados demuestran una correlación positiva entre el tamaño del gobierno y el crecimiento económico.

Apostar a un esquema económico que presupone la reducción del estado a una mínima expresión, es el resultado de una ideología que en forma majadera insiste en aplicar modelos teóricos a rajatabla, sin consideración a las condiciones de cada caso en particular.

El Estado chileno se ha ido forjando con el aporte de varias generaciones. Tal como en el sector privado, el Estado ha tenido aciertos y desaciertos en la administración de sus empresas. Asimismo al trabajador chileno lo afectan virtudes y defectos, independientemente si se desempeña en el sector público o en el privado. En este último podrá experimentar mayor apremio en su trabajo, pero esto no lo hace más eficiente sino más inseguro. La eficiencia laboral se basa más en la capacitación y la seguridad que en la precariedad del empleo. Aquellos que sólo ven virtudes en la gestión privada y vicios en la gestión estatal, por lo general aplican un criterio ideológico estrecho o bien un pragmatismo interesado en una transferencia favorable de empresas estatales eficientes y lucrativas.

Insistir en el desmantelamiento del aparato productivo estatal, generador de importantes ingresos a las arcas fiscales, y al mismo tiempo oponerse a un régimen tributario justo y necesario, equivale a poner los huevos en una sola canasta : el mercado.

Sabemos que la economía capitalista es cíclica y la bonanza por la que pasamos puede ser efímera en términos históricos. De manera que la apuesta en un desarrollo económico y social basado exclusivamente en una economía de mercado es de gran riesgo, especialmente en las areas previsionales, de salud y de empleo. La experiencia de los países desarrollados luego de la Gran Depresión, fue traumatizante.

El historiador Eric Hobsbawn escribió : "Lo que hizo aún más dramática la situación fue que los sistemas públicos de seguridad social (incluido el subsidio de desempleo) no existían, en el caso de los Estados Unidos, o eran extraordinariamente insuficientes"... "Esta es la razón por lo que la seguridad ha sido siempre una preocupación fundamental de la clase trabajadora : protección contra las temidas incertidumbres del empleo (es decir, los salarios) (sic), la enfermedad o los accidentes y contra la temida certidumbre de una vejez sin ingresos".

Pero como en Chile somos "iluminados", insistimos en esquemas que ya han sido rechazados por aquellos países: tanto Estados Unidos como Gran Bretaña tomaron distancia del Reaganismo y del Thatcherismo de los ochenta. Canadá y muchos otros países europeos y en vías de desarrollo han hecho lo propio.

Sectores políticos y empresariales, comprometidos en la firme aplicación del modelo vigente que da prioridad a las cifras macroeconómicas, especialmente al crecimiento, no parecen percibir el peligro que puede entrañar una coyuntura internacional desfavorable, por no pensar en una recesión - procesos que no son extraños al sistema- en la estabilidad económica, política y social. Es así como la iniciativa de crear un sistema de seguro de desempleo no ha prosperado. La salud pública deficitaria es un problema que se arrastra ya por decenios y el sistema previsional privado, Dios quiera que esté allí el día que se le necesite.

Horacio Max Larrain Landaeta
Magister (c) en ciencia política
Grupo Propolco.
Junio 1998.