De Eufemismos Odiosos y Juegos del Lenguaje.

por Manuel Gárate Ch.

Hoy en día nos hemos acostumbrado a un léxico técnico que parece invadir las distintas esferas del lenguaje. Son términos importados de la economía (para muchos, una ciencia dura) y que denominan situaciones que en absoluto son nuevas, pero que conviene suavizar a través de las palabras. Es la ilusión de los eufemismos cientificistas, que -como analgésicos- permiten enmascarar pero no solucionar el dolor y el drama humano que hay tras de ellos.

Cuando se habla de "flexibilidad laboral", qué es lo que realmente se quiere decir. En el fondo, se refiere a la existencia de condiciones laborales por debajo de los niveles mínimos aceptables, sobre todo en los países más pobres. Mediante la mentada "flexibilidad", es posible lograr un "mercado del trabajo desregulado" (otro eufemismo), o sea -en castellano- todo nivel de salario es aceptable para que haya empleo (poco importa que apenas alcance para subsistir). En definitiva, se esconde un pensamiento que es muy claro: siempre es preferible la explotación a la cesantía. Nuevamente el hambre poniendo en movimiento al mundo.

Algo similar ocurre cuando se abusa de términos como "competitividad" y "eficiencia". Se vocea a todos los vientos que el país debe ser más "competitivo" para poder insertarse con éxito en una economía mundial globalizada. Se trata de producir más, y más barato. Las empresas deben ser eficientes y competitivas, aunque muchas veces las personas deban trabajar sobre las ocho horas legales sin seguridad social, salud ni contrato. Sólo así se puede competir con los zapatos chinos o la fruta de Nueva Zelandia. Las reglas dicen que no se debe subir un miserable sueldo mínimo, porque esto no va acompañado de un aumento en la "productividad", es decir, que quien gana actualmente un salario indecible, debe "matarse" todavía más para recibir un ingreso apenas de subsistencia ¿No será pedir demasiado? Se ha inventado un concepto que resume toda política tendiente a dar protección a los menos favorecidos con el modelo: le llaman "Distorsión del Mercado"; un pecado que ninguna sociedad puede permitirse.

Cuando ciertas actividades económicas causan daños irreparables en la salud de las personas o en el medio ambiente, entonces los pseudocientíficos hablan de "externalidades" (hasta suena bonito), es decir, los daños colaterales y "no deseados" del crecimiento. Bajo este concepto, es posible incluir desde la destrucción total de un río hasta el desalojo de indígenas y la inundación de sus tierras y cementerios ancestrales. Resulta políticamente incorrecto hablar de destrucción, cesantía, contaminación o crisis ambiental. Mejor es recurrir al infalible y analgésico juego del lenguaje.

Peor aún es cuando todo gira en torno a aquel principio del "Ceteris Paribus" (como si nada más cambiara); piedra angular de los análisis cuantofrénicos de tantos expertos economistas fanáticos de los gráficos y las curvas. Dónde se ha visto que se construya una ciencia del hombre fundada en el análisis de una sola variable y mientras el resto permanece inalterable. Dónde está ése país de la perfección donde nada más cambia. Me gustaría saberlo.

Lo más peligroso de una ideología es cuando puede alterar nuestra imagen de las cosas por medio del lenguaje. La realidad es atenuada y distorsionada mediante estos eufemismos que se cuelan en el discurso científico y político, y que no hacen más que esconder situaciones que la humanidad conoce desde hace siglos. Empecemos a llamar las cosas por su nombre. No tengamos temor de las palabras.

 

Manuel Gárate Ch.

Grupo Propolco