POLIARQUÍA V/S HEGEMONÍA REPRESENTATIVA

 

(por Enrique Fernández)

Arrecia la canícula estival. Toda actividad mental o física se hace más lenta y engorrosa. El calor aletarga, adormece y por ende resulta más difícil reflexionar, asociar y contrastar ideas, posturas, pareceres, etc.

Sin embargo, en nuestro país, la parsimonia y el pasmo intelectual, espontáneo o inducido, no dice relación directa con la inclemente presencia del astro rey. En efecto, la ramplonería de los debates que llevan a cabo los diferentes sectores políticos, están más cerca del periodismo de farándula que del debate de ideas diferentes, contrapuestas y mejor aún, antagónicas.

Ya no se trata de estar todos o la gran mayoría, más o menos de acuerdo en todo, la política de los consensos, sino que además, ni siquiera debemos cuestionarnos o cuestionar si lo que se dice después se hace, si lo que se hace corresponde a lo que dijimos, y si lo que alguna vez dijimos, importó realmente.

¿ Cual es el debate público que existe hoy en Chile?

Parafraseando la pregunta de un Chef, contestaríamos: nada, o casi nada de sustancioso se cocina hoy por hoy. Quizás sabrosura pero de meollo nutritivo, poquito.

La anhelada estabilidad para gobernar, aquella que muchos bautizaron como gobernabilidad, trocó en una suerte de anquilosis sino de parálisis del proceso pensante y crítico de la sociedad chilena. El sistema binominal contribuyó en gran medida a situarnos en este páramo yermo de discusión y debates.

Cierto es que siempre es posible encontrar algún latido bajo la forma de una columna dominical en un periódico de alcurnia o una pequeña reflexión ( pequeña por la extensión) escrita por un despreocupadamente pulcro intelectual del llamado mundo progresista.

Pero de debate público, de PARTICIPAR, que según la definición del profesor Robert Dahl, es tener voz en un sistema de debate público, nada o casi nada. Lo preocupante es que según la perspectiva de Dahl, la cual compartimos, las dos dimensiones de análisis del proceso conducente a una poliarquía, debate público y la capacidad de representación, varían independientemente una de la otra.

En efecto, si un régimen evoluciona en el sentido de conceder mayor participación, puede decirse que camina hacia una mayor popularización, o, con otras palabras , que se hace más representativo. Pero también es cierto que dicho régimen puede no liberalizarse, es decir, no aumentar las oportunidades para el debate público.

Siguiendo a Dahl, quien considera a las poliarquías como regímenes relativamente democráticos, o dicho de otra forma, sistemas sustancialmente liberalizados y popularizados, francamente abiertos al debate público toda vez que muy representativos, nosotros con nuestro paupérrimo debate público, estamos más cerca, por desgracia, de una hegemonía representativa que de ese ansiado tipo de régimen democrático llamado poliarquía.

Dejando por un momento de lado abstracciones y disquisiciones académicas y semánticas, lo peligroso para nuestra convivencia es lo subyacente. Un tipo de régimen hegemónico, que llama con cierta periodicidad a la plebe para elegir ( palabra que es casi un eufemismo, aplica mejor sancionar o ungir ) representantes, candidatos nominados en cúpulas y que son por cierto, parte de la hegemonía social, política, económica y cultural que atizona el Poder.

La perversión de tal régimen es que busca asegurar la representatividad como ingrediente casi exclusivo y excluyente del juego democrático. ( juego no en su acepción lúdica).

Éste es el punto como gusta decir Ricardo Lagos Escobar. Una hegemonía representativa, que sin debate público, se aleja temerariamente del concepto de poliarquía o si lo vemos en un sentido más amplio, de una democracia. En año electoral por excelencia, los mendicantes de votos e inscripciones juveniles deben silenciar y obviar la sentencia del italiano Gaetano Mosca: “ En todo régimen siempre hay una minoría rectora que es la que verdaderamente gobierna ”.