Si no es una guerra mundial… entonces se parece demasiado a una

por M. Gárate

Desde la destrucción de las torres gemelas en septiembre de 2001, demos sido testigos de una floración interminable de análisis y analistas que pululan en los medios nacionales e internacionales explicando guerras y aplicando teorías de choques culturales como el expuesto por Samuel Huntigton en su archi-citado libro “The Clash of Civilizations”.

Una lectura obvia y superficial de los acontecimientos ocurridos desde 2001 hasta la fecha reafirmaría la tesis del autor sobre un inevitable conflicto entre occidente y el mundo islámico. Para muchos, Huntington ya posee el carácter de gurú e incluso profeta del devenir planetario. Lo que pocos dicen es que el propio Huntington (ahora también enemigo de los latinos en Estados Unidos) pertenece al grupo de analistas político-militares norteamericanos cercanos al neoconservadurismo. En términos generales, lo desarrollado en su texto no sería una previsión sobre un posible futuro cercano, sino la certeza de un proyecto a llevar a cabo por la principal potencia económica y militar del mundo. En palabras sencillas, se trata de lo que en historia y en la novela se conoce como profecía autocumplida. El choque de civilizaciones se está produciendo no porque haya sido anticipado, sino porque los lectores del texto, no cabe duda que entre ellos George Bush y su grupo asesor, generaron las condiciones necesarias para que este se produjera.

Es claro que no puede achacarse a Bush el ataque a Nueva York y el Pentágono en el 2001, pero claramente tiene responsabilidad directa en el devenir de los acontecimientos tanto en Irak como en Madrid durante el 2003 y el 2004. Hoy Europa vive temerosa de sus minorías islámicas; y éstas por supuesto permanecen a la defensiva al interior de sociedades donde directa o indirectamente se les considera como sospechosos potenciales. Estados Unidos cierra sus fronteras y mantiene a su población en constante temor frente a la posibilidad de nuevos ataques, en vez de buscar formas de disminuir el riesgo. Por el contrario, la violencia en Irak y la resistencia creciente de la minoría shiíta no hacen más que agregar leña a un odio que toma la forma de una verdadera cruzada medieval. Si eso era lo que se buscaba para justificar la guerra del bien contra el mal., el objetivo se está logrando. El mundo maniqueo que nos quieren presentar los neoconservadores toma forma sobre la base del odio y la desconfianza. Se nos obliga a elegir dentro de un falso dilema entre civilización y barbarie, donde las fuerzas de la civilización serían aquellas que pretenden imponer la democracia en Irak a sangre y fuego. Pero ya no es la guerra contra el fascismo alemán o el peligro rojo, sino contra una cultura de más de 90 millones de fieles.

En todo el mundo se aplican, en forma creciente, complejas políticas de seguridad interior y exterior que limitan la libertad y los derechos de las personas. Los norteamericanos son testigos, una vez más, de cómo su imagen genera odio en diferentes partes del mundo.

Como dice el título de este artículo, es posible que no estemos frente a una guerra mundial, pero se parece mucho a una. Loa atentados de Madrid en marzo de este año demuestran el alcance de u conflicto que sobrepasa el territorio de Irak y que involucra a las potencias occidentales y a Israel como punta de lanza de la política de Estados Unidos en el Medio Oriente. Europa, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se dividió frente a la ocupación militar de Irak, arriesgando su seguridad y la posibilidad de una política común frente al peligro de exacerbar al mundo árabe, tan cercano geográfica, histórica y culturalmente a Europa. Las monarquías y gobiernos árabes del medio oriente se ven sacudidas en su estabilidad por la exacerbación de los sectores fundamentalistas a causa de la invasión de la coalición inglesa y norteamericana en Irak.

Una guerra no es nunca igual a otra, y esta parece remontarse a enero de 1991, cuando se produce la Primera Guerra del Golfo Es a partir de aquel momento cuando Osama Bin Laden declara la guerra a Estados Unidos y comienza a organizar un nuevo tipo de enfrentamiento inédito en la historia de occidente. Ya había atentado contra las torres gemelas en 1993 y posteriormente contra la embajada estadounidense en Kenya. Los gobiernos norteamericanos no supieron leer la señal, ni el resto del mundo tampoco: la guerra no había terminado en 1991.

Finalmente, si occidente desea tener una paz duradera con el mundo islámico, debe renunciar a intentar dominarlo o imponerle su sistema político. Pero el costo principal de esa paz será alterar la matriz energética que aparece claramente como la razón principal de la ocupación del medio oriente por parte de occidente a partir de 1920, cuando se produce la caída y el desmembramiento del imperio turco.

Vivimos interregnos de tensa paz, sabiendo que en cualquier momento Londres, Roma, Varsovia, Nueva York en incluso Paris pueden sufrir un ataque de igual a peor envergadura que los de septiembre de 2001. Lo más preocupante es que esto servirá de argumento para aquellos que desean intensificar la guerra e interpretarla como un choque de civilizaciones. Dirán que no es una guerra mundial… pero se parecerá mucho a una.

Manuel Gárate Ch.
junio 2004
Propolco